PARASHAT HA´SHAVÚA: «MATOT»

Parashá: Matot, מַּטּוֹת, tribus. (Núm. 30:2-32:42) Haftará, Jeremías  1:1–2:3. Darshán: Adi Cangado


”Si un hombre hace una promesa al Eterno o hace un juramento de prohibirse a sí mismo, no violará su palabra; según lo que saliese de su boca, así hará.” (Núm. 30:3)

Con este versículo comienza la enseñanza que Moisés da a los jefes de las tribus, matot, de Israel. La frase “no violará su palabra” me fascina porque literalmente dice lo yajel devaró “no hará profana su palabra”. En su comentario, Rashi cita el Midrash Sifré (Matot 8): ”no hará de sus palabras algo común”. La palabra cumplida, realizada, es señal de santidad, marca la diferencia, mientras que faltar a la palabra dada es insultar a la palabra; profanarla es hacerla profana, es decir, común. ¿Por qué leemos este versículo en esta época del año? En poco más de dos meses llegará el Yom Kipur, la fecha más solemne de nuestro calendario, y esa tarde en la que recibimos el día de expiación, el día del perdón, introducimos las oraciones con la siguiente declaración:

 

כָּל נִדְרֵי … דִנְדַרְנָא  … מִיוֹם כִּפּוּרִים שֶׁעָבַר עַד יוֹם כִּפּוּרִים זֶה, וּמִיוֹם כִּפּוּרִם זֶה עַד יוֹם כִּפּוּרִים הַבָּא עָלֵינוּ לְטוֹבָה … בְּטֵלִן וּמְבֻטָלִין, לָא שְׁרִירִין, וְלָא קַיָמִין. נִדְרָנָא לָא נִדְרֵי, וֶאֱסָרָנָא לָא אֱסָרֵי, וּשְׁבוּעָתָנָא לָא שְׁבוּעוֹת.

 

“Todas las promesas … que hemos prometido o podamos prometer … desde el día de Kipur que pasó hasta este día de Kipur, y desde este día de Kipur hasta el día de Kipur que vendrá sobre nosotros para bien … son nulas y vacías, sin fuerza y sin efecto. Nuestras promesas no son ya promesas, y nuestras prohibiciones no son ya prohibiciones, y nuestros juramentos no son ya juramentos.”

 

Esta declaración, que pronunciamos en arameo, se conoce con el nombre de “Kol Nidrei” (o “Kal Nidré” en la tradición sefardí), por sus dos primeras palabras. Es tal la importancia que ha tenido en la historia y en la emoción judía que el servicio completo en la víspera de Yom Kipur se conoce popularmente como “Kol Nidrei”. Todas las promesas, ¿anuladas? ¿Las pasadas y las futuras? Philip Birnbaum, en su edición del majzor de Yom Kipur, dice que el texto se refiere a las promesas realizadas a uno mismo, sin otras personas o intereses involucrados. También el verso citado de la porción semanal dice al nafshó “a sí mismo” o “sobre su vida”. Pero, ¿acaso no son relevantes también esas promesas? ¿Qué rompemos cuando incumplimos los cometidos que voluntariamente asumimos? Las emociones que me provocan estas palabras han sido siempre contradictorias. Pienso en algunas de mis promesas en el pasado, expresadas con honestidad y desde el corazón, y no quiero romperlas ni deseo que sean anuladas, y sé que muchas de las que haré desde el día de Yom Kipur intentaré cumplirlas. Borraría el “Kol Nidrei” de mi libro de oraciones, pero su melodía ancestral resuena en mi cabeza incluso varios días después de esa fecha. ¿Cómo podemos casar el versículo de la Torá con la costumbre de recitar “Kol Nidrei” en el día más grande del año?

En el día de Yom Kipur la mayoría de judíos y de sinagogas se visten de blanco. El judío tradicional llevará su kitel, totalmente blanco, la misma prenda con la que envolverán su cuerpo el día que fallezca. Ese día no comemos, ni bebemos, ni mantenemos relaciones íntimas de pareja, al igual que los muertos. El Arón, el arca que guarda la enseñanza, se abre en ese instante de la tarde, mientras se entona el “Kol Nidrei”. Todos los rollos de Torá se retiran del arca, de tal manera que de repente  el rincón más sagrado de la sinagoga parece un ataúd en pie y con su tapa abierta. El día de Yom Kipur nos enfrenta a nuestros actos, a nuestras palabras y a nuestros pensamientos, y con una bofetada nos recuerda que el ser humano es mortal y que se equivoca, que moriremos y erraremos a pesar de todas las súplicas, de todas las oraciones, de todas las promesas, que pronunciemos ese mismo día.

Recitar “Kol Nidrei” no fue una cuestión pacífica en el judaísmo. La declaración en sí misma no es religiosa sino secular. Amram Gaón, autor del primer libro de oraciones que se conoce, la define como minhag shetut “costumbre estúpida”, pero en aquella época, el siglo IX, eran muchas las comunidades que la habían incorporado. Los rabinos condenaban esta práctica, pero el clamor popular reclamaba su conservacion. En sus orígenes no formaba parte de las plegarias de Yom Kipur sino de las de año nuevo. En un piyut hallado entre los manuscritos de la guenizá de Fustat (El Cairo), basado en “Kol Nidrei”, se habla de las promesas realizadas “desde el día de Rosh Hashaná que pasó a este día de Rosh Hashaná”. ¡Cuántas promesas nos hacemos, precisamente, al cambiar de año! En la versión que Amram Gaón recoge en su obra, la fórmula anula las promesas realizadas en el pasado, pero en el siglo XII el Rabí Meir ben Samuel cambió el texto para referirse a las promesas futuras, según testimonio de su hijo, Rabenu Tam, cambio que fue rechazado en muchas comunidades. En el siglo XIII el Rabí Meir de Rothenburg añadió al “Kol Nidrei” una introducción que concluye diciendo que ese día, en Yom Kipur, está permitido rezar con pecadores. Pues, ¿qué somos ese día sino todos pecadores? La conferencia rabínica de Brunswick en el año 1844 decidió por unanimidad suprimir “Kol Nidrei” de las plegarias de Yom Kipur, pero cien años después regresó a la liturgia de la Reforma debido al peso emocional de su melodía, no menos que de sus palabras.

Todas las promesas, ¿o ninguna promesa? Se espera de nosotros que seamos diferentes, que seamos justos; que las palabras que crucen nuestros labios procedan del corazón y que una vez los crucen se realicen cumplidas, completas, pero la tradición judía reconoce también nuestra falibilidad, nuestro humano volver a caer: el humano prometer y el humano no poder o no llegar a cumplir todas las promesas. Al final he llegado a la conclusión de que es necesario recitar “Kol Nidrei”: cada palabra, cada letra. ¿Por qué? Como recordatorio de que lo mejor es no prometer nada. No prometer sino actuar. No hacernos promesas que, incumplidas, no serán promesas; ni prohibiciones que, cruzada la línea, no serán prohibiciones; ni juramentos que, olvidados, no serán ya juramentos. Hacer en lugar de prometer, pues en el acto que realiza el cometido, que da cumplimiento al precepto aceptado en el corazón, la palabra crea, la palabra da vida. La palabra que marca la diferencia, la que no es profana, será percibida por los demás a través de cada acto. No hay mejor maestro que el ejemplo, e incluso para uno mismo no hay mejor lección que la que se obtiene a través de la perseverancia.

© Adi Cangado