ANTONIO ENRÍQUEZ GÓMEZ

Biografía del dramaturgo español que pudo haber asistido como espectador a su propio Auto de  Fe.


Sobre la figura de Antonio Enriquez Gómez,  dramaturgo, narrador y  poeta, se han escrito muchas inexactitudes a lo largo de mucho tiempo, empezando por lo escrito en el S XIX por Amador de los Ríos («Estudios históricos, políticos y literarios sobre los judíos de España» Madrid, 1848) A este antisemita -como bola de nieve- siguieron otros eruditos que sostenían que el escritor en cuestión se llamaba Enrique Enríquez de Paz, que fue de origen portugués, pero  natural de Segovia, capitán del ejército francés y que murió judío en Ámsterdam. Esa persona existió, pero no es Antonio Enríquez. Lo demostró un hispanista -berlinés, pero sefardí de Salónica- llamado Israel Salvator Révah; especializado en los recovecos de los procesos inquisitoriales y  las intrigas de la limpieza sanguínea  en el Siglo de Oro. Revah – ya en 1962- había deshecho el entuerto, pero su obra sólo fue publicada póstumamente. («Antonio Enríquez Gómez, écrivain marrane 1600-1663», ed. por Carsten Lorenz Wilke, París 2003)

Antonio Enríquez nació en Cuenca, año de 1600 -pleno reinado de Felipe III de España y Portugal. Descendía de una familia judía,  los Mora, oriundos  de Quintanar de la Orden, Toledo. Halájicamente hablando, Antonio no era judío, pues su madre, Isabel Gómez, del pueblo conquense de Alcantud, era cristiana vieja; pero sí lo era su padre, Diego Enriquez Villanueva. Diego, nacido en 1543, era uno de los pocos conversos toledanos que en el S. XVI -muchos años después de la expulsión- seguía aún practicando el judaísmo en secreto. Para la Inqusición, toda la familia era «marrana» y como tal buscó su ruina con inquina paranoica: al abuelo, Fco de Mora,  lo quemaron vivo en Cuenca en 1592 después de haberlo ejecutado; la abuela, Leonor Enríquez, fue presa hasta el año de 1600 -es decir, vio nacer a su nieto- y el padre de Antonio, Diego, exportador de lanas y paños a Francia, en 1624 sufrió una confiscación de bienes que le dejó con lo puesto: el sambenito y el cirio verde.

Antonio, avezado en el comercio por su propio padre, de joven había estado en Sevilla, en casa de su tío, Antonio Enríquez de Mora, el cual tuvo que huir, raudo y veloz, al ya consolidado refugio de cripto-judíos de Burdeos, pues la Inquisición sevillana había descubierto la verdadera naturaleza de su identidad. Entonces, asustado por lo de su tío, Antonio dejó Sevilla y pasó a radicarse en Madrid, con su esposa, cristiana vieja, Isabel Alonso Basurto, y sus tres retoños, Catalina, Diego y Leonor.

¿Pero por qué Madrid precisamente y no se fue con su tío a Burdeos? Antonio tenía talento con la pluma y en Madrid había, entonces, más posibilidades de vida literaria que en Sevilla. Antonio empezó a frecuentar el círculo literario alrededor de Lope de Vega -que como todo el mundo debería saber, fue «familiar» de la Inquisición, esto es delator, miembro de una tupida red de espionaje inquisitorial por cuyos servicios recibían no sólo dinero sino también protección y hasta el derecho a portar armas. El Fénix participó en la detención de un franciscano catalán y participó en una procesión de Auto de Fe en Madrid, pero sólo Américo Castro y otros pocos mencionan estos detalles vergonzantes. Puesto que Antonio Enriquez circulaba por el entorno de la casa de Lope de Vega en la calle Francos, y escribiendo comedias desde 1634, quizás Lope de Vega delatara a su colega, que mientras tanto lo ensalzaba con epítetos en los prólogos a sus obras. De hecho, a fines de 1635, ya muerto el Fénix,  en la Fama póstuma a la vida y muerte de Lope de Vega,  de Juan Pérez de Montalbán,  se insertó un «soneto de Antonio Enríquez, a la muerte feliz del doctor frey Lope Félix de Vega Carpio».

Al año siguiente, Antonio  fue llamado a declarar en el juicio de un tal Bartolomé Febos. Antonio, asustado de nuevo, dejó Madrid por la llamada Senda del Marrano -desde Fuencarral a Burgos, de allí a Pamplona para cruzar los Pirineos por Sorogain (Jaim Beinhart, The Converso Community). Se instaló en Burdeos, en casa de su tío.

Que como dramaturgo converso hubiera estado en Amsterdam, donde había gran actividad dramática en el mundo judío sefardí,  es verosímil, pero no verídico. El tío, que seguía con lo del comercio,  se trasladó al puerto franco de Livorno -donde los Médeci concedían libertad religiosa. Su hijo, con su primo Antonio, se establecieron en Ruán para manejar negocios de contrabando entre España y Francia, entonces en guerra. Su contacto en Madrid era su yerno, el marido de su hija Catalina, que resultó ser también familiar de la Inquisición.

De esta época en el norte de Francia, conocemos un poema satírico contra los malsines (delatores y maledicentes) de Burdeos, del que se conserva sólo un fragmento; también es de ese tiempo un poema épico, «A Israel sobre Tubal», en el que se anunciaba la venida del Mesías y su dominio sobre España; así mismo, escribió ciertas “comedias a lo judaico” que se leían en público en reuniones de criptojudíos en Peyrehorade, Bayona, Burdeos, etc..Y una «Respuesta en cartas de disputa», dirigida,  ni más ni menos, que contra el Tribunal de La Inquisición; esta obra fue impresa en París antes de 1642, según testimonio de un preso en la Inquisición de Madrid. Se conservan los manuscritos -no editados- de dos obras que se le atribuyen: «Romance al divino mártir, Judá Creyente», sobre el martirio del converso al judaísmo  Lope de Vera, quemado vivo en Valladolid, en 1644; y » Vida y muerte de Isabel de Borbón, reina de España»  con un extenso “Epitafio funeral” en prosa. En Burdeos salió a la luz en 1642 su obra poética más valiosa, «Las Academias morales de las musas».

Su obra más famosa, no obstante, es «La Política angélica,»réplica evidente  a «La Política de Dios» del gran antisemita Fco. de Quevedo. En esta obra aparecen ideas anti-absolutistas   y  aboga por una justicia ajena a los métodos inquisitoriales.  Abundan en este escrito afirmaciones que resultaron excesivamente atrevidas para el momento, hasta el punto de que esta obra  fue prohibida en Francia -epicentro del absolutismo monárquico. Enríquez Gómez publicó una nueva versión más radical en su censura explícita de la Inquisición española; en un claro arrebato de valentía e insolencia provocadora, envió a  España ejemplares a uno de los tribunales del Santo Oficio. Se puede profundizar en esto, en la Biblioteca Virtual MIguel de Cervantes

Y no contento, también escribió una obra,»La Inquisición de Lucifer y visita de todos los diablos» redactada al parecer entre 1643 y 1647, que era un texto tan impublicable que  no llegó a ver la luz  hasta 1992.

No sabemos por qué, pero en 1649,  el negocio se disolvió; su primo se embarcó para el Perú y Antonio regresó a España, primero para residir en Granada y luego en su ya conocida Sevilla. Pero no lo hizo con su nombre, sino usando una identidad falsa: don Fernando de Zárate y Castronovo. En Sevilla vivió en concubinato con María Felipa de Hoces. Y allí escribió, durante más de una década, muchas de sus obras. Mientras tanto, la Inquisición no cejaba en su empeño de ajusticiarle según sus parámetros heréticos y le quemó en efigie -de forma simbólica- dos veces: la primera, en Toledo, en 1651;  la segunda en Sevilla, en 1660, con lo cual es muy posible que Antonio asistiera como espectador al auto de fe en el que le quemaron. A tales extremos de esperpento se podía llegar.

El 21 de septiembre de 1661 la Inquisición, siempre perspicaz y suspicaz,  dio con su verdadera identidad y lo detuvo sin más miramiento. Antonio, bajo el peso de la tortura, lo confesó todo. Por el proceso inquisitorial sabemos que emprendió negocios comerciales en los que no tuvo fortuna, pues contrajo tantas deudas que  se sustentaba “de limosna”. Murió en el presidio sevillano antes de que terminara su proceso, víctima de las consecuencias físicas y mentales de las torturas y las condiciones de un calabozo inquisitorial. Aun así, fue reconciliado en un auto de fe de Sevilla el 14 de junio de 1665. Además, con sus declaraciones, los dominicos consiguieron dar con el paradero de su primo  en Lima.

Tras los  trabajos de investigación en Historia de la Literatura del Sr. Revah, el mundo de la filología rescató del olvido a este dramaturgo minusvalorado y poco a poco fueron dándole el lugar que le corresponde. Es más, se ha llegado a barajar la posibilidad de que una obra mayor de Calderón de la Barca, la segunda parte de «La hija del aire», sea de su autoría. Obras suyas de títulos muy judaicos son «La Torre de Babilonia»,  «Amán y Mardoqueo»,  «El Caballero del Milagro», «Josué, poema heroico».

  • Bibliografía:
    J. Caro Baroja, La sociedad criptojudía en la corte de Felipe IV, Madrid, Real Academia de la Historia, 1963