¿POR QUÉ AYUNAMOS CADA 10 DE TEVET?

En pocos días el calendario hebreo llega a una fecha amarga para el judaísmo: el décimo día del mes de Tevet, (asará be´tevet) que es la fecha en la que las tropas neobabilónicas de Nabucondonosor II llegaron  a las murallas de Jerusalén para sitiarla.


30 meses después  de haber sido sitiada, un nueve de Av, destruyeron el Templo de Jerusalén. Día de duelo, día de ayuno menor (desde el alba al crepúsculo)

E. Mazar,. la arqueóloga que descubrió la muralla de Salomón

Los ayunos del judaísmo -como casi toda la liturgia hebrea- están relacionados con la liturgia que se realizaba en el Templo de Jerusalén.  Y ésta, como sabemos, derivada de la liturgia del Tabernáculo que Adonai ordenó a Moisés construir (con todas las instrucciones de culto)  Un lugar donde directamente  contactar con D-os en dos planos: agradecer y expiar, loar y arrepentirse.  Ese rito consistía en el Sacrificio Eterno, Korbán tamid,  dos veces diarias , mañana y tarde (shajarit y arvit) El primer sacrificio fue para pedir perdón porque mientras acaba de bajar Moisés del Sinaí , el pueblo creó y adoró al Becerro de Oro.

En el judaísmo no existe el concepto de mortificación de la carne como vía expiatoria. Pero si comer y beber  es un placer pro el cual damos gracias ¿ ayunar es una pena, un castigo? ¿Es el tormento la finalidad del ayuno?

La respuesta a ambas preguntas en un rotundo no.

En las instrucciones rituales relativas a los sacrificios en el Beit Ha´Mikdash se nos dice que la víctima, a además de no tener defecto -se sacrifica lo mejor, no lo descartable- tiene que ser un animal vinculado a la persona que ofrece el sacrificio. Es así que quedan fuera todos los animales salvajes, de tierra , mar o aire, excepto la paloma,  para  que los pobres que no poseen rebaños también puedan tratar con D-os. Otra de las instrucciones era que la carne sacrificada debía ser comida por el oficiante. Pero de toda esa masa física de carne animal había algo que no se comía : la sangre. (Y de aquí viene la primera ley de la kashrut) La sangre, por decirlo de manera sintética, es el vehículo de la vida a todos los órganos del animal. La vida pertenece a quien la crea y quien la quita: D-os. Es decir, quien sacrifica tiene que tener un vínculo de posesión respecto a la víctima , pero la parte más importante del holocausto -la vital- debe ser apartada, reservada y quemada en el altar para ofrendarla en forma de humo fragante y que ascienda a donde se supone lo recibe,  de manera metafórica,  D-os. En el sacrificio expiatorio hay un ayuno de sangre. La recompensa es el perdón divino. Como ya no hay Templo donde sacrificar expiatoriamente, ese sacrificio se simboliza en el ayuno. Así pues, no hay anda de mortificación, en absoluto, a pesar de que ayunar pueda ser una tarea difícil de realizar.

Ahora , bien, ¿qué tiene que ver el que yo ayune con recordar una efeméride como el asedio a las murallas de Jerusalén? ¿Soy yo culpable de ese hecho tan antiguo?

El ayuno en sí mismo no es lo importante. Quien se concentra en cómo hacer el ayuno, soportarlo, contando las horas para su ruptura con un banquete pantagruélico no ayuna, sólo deja de comer. El ayuno es el medio simbolicamente ritual para favorecer la concentración personal en el arrepentimiento, la teshubá, lo que en hebreo litreralmente es «lo que retorna» (desde D-os, Su Respuesta) Quien hace bien la teshubá ni siquiera tiene tiempo de acordarse del hambre y la sed.

¿Pero nosotros tenemos que arrepentirnos de que Nabucondonosor asediara Jerusalén?

Evidentemente, no. Lo que nosotros hacemos al ayunar en días como el décimo de Tevet es , primero , recordar que los habitantes de Judea a las puertas del Cautiverio de Babilonia resistieron 30 meses porque permanecieron unidos en la idea de defender la Casa de D-os. Pero no por el hecho de recordar en sí mismo, sino porque recordarlo nos habría de llevar a reflexionar si nosotros, en tanto judíos del S XXI, estamos lo suficientemente unidos como para hacer frente a quienes quieren destruir el judaísmo o se interponen en la realización de nuestra idiosincrasia judía. Y como acto final, arrepentirnos de nuestra potencial ausencia de celo en trabajar por esa unión que cimienta Su promesa de hacernos una gran nación.