DOMINGO DE TORAL Y VALDÉS

Historia de un soldado español que cuenta cómo fue salvado de la horca por el rabino de Jalab.


 En 1598 -el mismo año en que moría Felipe II- nacía en Villaviciosa, Asturias, un niño llamado  Domingo de Toral y Valdés.  Aunque crecido en tiempo del  esplendoroso reinado de Felipe III -donde el Imperio Español llega a su mayor punto de expansión y la Pax Hispánica ahuyentan toda guerra- Domingo proviene de una familia sin grandes medios económicos, por lo que bien joven abandona su villa a orillas del Mar Cantábrico para irse a Madrid, a servir como paje durante cuatro años en casa de un señor de cierta enjundia. Y es aquí donde comienza su aventura vital, que le llevará a escribir una autobiografía -modelo en su género- destinada a solicitar del reino una pensión.

 Vagó por Madrid, dice él, como otro Lazarillo de Tormes, y al volver a donde su amo -el mismo año en que se publicó El Quijote- tuvo una reyerta con otro criado envidioso y tuvo que huir a Alcalá de Henares, donde se enrola en una compañía militar y, en Lisboa, zarpa par Flandes. En el viaje pierden la vida 700 soldados y los 2000 que sobreviven quedan maltrechos. Apostado en Amberes, participa en dos fatigosas campañas contra fuertes holandeses que lo dejan moral y físicamente agotado. Regresa a España atravesando Francia a pie por falta de dineros para pagar el viaje. Y entonces empieza su nuevo proyecto: el viaje a Las Indias.

  En poco tiempo consigue ascender a capitán de las tropas de Miguel de Noronha, valido de Felipe IV y virrey de las Indias Orientales. La peripecia de cinco meses de navegación tempestuosa para llegar a Mozambique es impresionante. En este episodio menciona por primera vez a los judíos cuando cuenta la historia del gobernador, Nuño Alvarez Pereira, perseguido por la Inquisición y bautizado dos veces para dejar clara su postura.

Luego, el relato se vuelve una joya descriptiva de las personas y las costumbres que vio. Noronha le encomienda una misión para tomar Mombasa, en Kenia, que ha caído en manos de los rebeldes. Y Domingo rechaza la misión, por ardua y peliaguda, y al regresar a Goa, donde vive el virrey, es encarcelado dos meses. Decepcionado y cansado , decide regresar a España a pie y comienza así una peligrosa travesía por Persia en la que se topa con rutas caravaneras que van hasta Alejandreta, el  importante puerto otomano  del Mediterráneo Oriental, fundada por Alejandro Magno tras la batalla de Isos. Pero antes de llegar a este punto, en el que debería embarcar rumbo España, al otro lado del Mediterráneo, llegó a Jalab -así la llamaron los turcos y así se llama hasta hoy lo que los italianos llamaron Alepo y los judíos Arám Tsobá.

En 1634, cuando Domingo llegó a Jalab, ya estaba perfectamente asentada su comunidad sefardí, dirigida por r Abraham  Leniado (Leñado) El padre de éste -y quizás él mismo-  fue uno de aquellos expulsos que,  tras lo de 1492, se refugió en Adrianópolis (hoy Edirne) en la región de Tracia, entonces en manos del Imperio Otomano. Cuando los de Constantinopla conquistaron a los mamelucos la región de Siria, (Selim I,  1515) los judíos del imperio de la Sublime Puerta pudieron repoblar las plazas del nuevo sanjato. Fue así como llegaron los sefardíes a Jalab.

Y así llegó el asturiano Domingo del Toral y Valdés, quien en su autobiografía relata, con  no poco pasmo,  que allí se encontró con más de ochocientas familias que hablaban castellano.

No obstante, su llegada a la ciudad despertó sospechas, pues iba bien vestido al modo persa, con buen caballo, pero sin llevar mercancía alguna, lo que a los otomanos les pareció indicio de que era algún espía iranio. Domingo tenía miedo a ser ahorcado por ello.

Por otro lado, los judíos le recibieron con los brazos abiertos:(…)  y en castellano tan cortado como yo me dijeron que fuese bien venido.»  Han pasado ya 150 años desde que aquellos judíos salieran de España, pero a través de los misteriosos vínculos de la lengua , los sefardíes de jalab reconocen en Domingo -de forma relativa, claro está-  a uno de los suyos.  Domingo es llevado a la cárcel, pero el rabino lo visita a menudo,   para hablar largo y tendido. Es así como Domingo tiene noticia de que Jalab es próspera por el comercio y bastante independiente del poder de Estambúl, pero que esa autonomía va a desaparecer en cuanto en el Cuerno de Oro sepan lo del espía persa. Domingo ve cada vez más cerca la horca, pero el rabino lo consuela y le pide que no tema, que no va a pasar nada, y le dice…

No sois vos muy sabio, porque el que lo es no se deja caer, aunque
adversidad lo quiera; si queréis que haga algo por vos, yo lo haré.

Díjele lo mejor que supe que le debería la vida, que la ponía en sus manos.;
respondiome que si tenía dineros con facilidad se acabaría todo.

Yo le respondí que no los tenía, y que eso me tenía con menos esperanza.

Tenéis razón, que no hay cosa que más abata los espíritus que la pobreza; en fin,
quedad con Dios, que yo pienso ser vuestro solicitador.

 

El rabino se puso en contacto con un aduanero, también judío, que será enlace con el Imperio Otomano, negociando una fianza bastante razonable que Domingo luego le devuelve.  Pero los otomanos, aun el pago, no liberan a Domingo y tiene que ir el mismo rabino en persona a pedir explicaciones. Nada se comenta de los tres cónsules cristianos y europeos, que quizás por franceses y británicos desdeñan dar ayuda a un español.

 Sin embargo, para el rabino todo son buenas palabras y de él dice cosas como:

[Era] muy entendido, muy dado a toda humanidad, así de historias como
de poesía; tenía muchos libros de comedias de Lope de Vega y de historias; y
en topándome solía hablar conmigo en esto algunas veces

[… y el] judío que me favoreció era tan sabio en la lengua castellana, que en abundancia de vocablos y en estilos y lenguaje podía enseñar a muchos muy presumidos, repitiendo á cada paso muchos versos de los insignes poetas de España, como Góngora y Villamediana y otros

Ambos van cultivando la confianza hasta el punto de que el rabino le comenta que conoce ciertos nombres de importancia en Madrid porque ha estado viviendo recientemente allí, y que los judíos de Jalab quep uden permitírselo mandan a sus hijos a formarse en el extranjero, incluyendo España. En el relato que después , ya en Madrid, va a escribir Domingo, no aparece ni el más mínimo ápice de intención de denunciar esto a la Inquisición, porque lo único que quiere es denunciar ante el rey y su valido la triste situación de desamparo económico en la que ha dado un capitán de Flandes en la India.

Una vez liberado, Domingo llegó al cercano puerto de Alejandreta , donde embarcó rumbo al otro extremo del Mar Mediterráneo.  No sabemos si Domingo logró sus propósitos, porque después de la publicación de su obra, redactada en 1636 y 1640, se pierde su pista, y no sabemos ni cuándo murió.