EL CÓNSUL ESPAÑOL QUE NO LO ERA

Historia de cómo un valiente judío en la Francia nazi salvó no sólo a su familia sino a muchas familias judías más.


 El 23 de enero de 2022, el magazine israelí Makor Rishón, publicó un artículo del periodista Zvika Klein en el que se relataba su encuentro con una señora de 88 años de edad, vecina del barrio de Katamón, Jerusalén. El motivo de esa entrevista era recordar y difundir los recuerdos de esa señora acerca de cómo la desesperación y el atrevimiento de su padre se pusieron en marcha para eludir a los nazis en Francia.

 Shmuel Skornityzky nació en  Tomaszów Mazowiecki, Polonia, en 1899; se casó con Reisel Slivinsky,  de Lodz. En 1923, acabada la 1ª Guerra Mundial, emigraron a París, donde él estudiará Derecho y se convertirá en exitoso abogado. Los Skornityzky provenían de familias religiosas, pero en París abandonaron el judaísmo y llevaban una vida laica, aunque siempre pendientes de los avatares de la comunidad e inclusos por mera compasión y fraternidad ayudando a judíos sin medios. Según su hija, Arlet, nacida en el invierno de 1934,  el único acto religioso del padre era ir a la sinagoga en Yom Kipur… para luego comer chuletas de cerdo.

 El buen pasar de la familia en París -la niña tenía un preceptor privado- se alteró cuando  los nazis invadieron Francia.  La familia huyó al sur,  a la ciudad de Toulouse. Arlette, de siete años de edad,  no sabía que allí sería depositada en casa de la sra. Bajul, una mujer rica que todas las semanas viajaba a París praa rescatar niños judíos que luego  escondía en casa de campesinos,  a pesar del riesgo mortal que eso implicaba. Luego, sin que Arlet sepa por qué, fue trasladada a casa de la familia Feds, que trataron de convencerla  para  convertirse al catolicismo.  Arlet no quiso hacer eso. Poco después pasó a vivir en una granja del hermano de la sra. Feds y, de allí,  pasó finalmente a vivir con sus padres en un pequeño apartamento de Toulouse. El padre comenzó a colaborar con la Resistencia y según los archivos de Yad Vashem, repartía pasquines y ayudó a repartir visas falsas para judíos.

© Yad Vashem

El padre retomó la abogacía y, al regreso de un viaje de Argelia, dijo que un judío de allí le había tomado por español. El único vínculo que el sr. Skornityzky tenía con España era haber sido asesor legal del cónsul español de la ciudad de Sain Etienne -un tal Enrique, que necesitaba un abogado porque se dedicaba a actividades ilícitas. Por ejemplo, convenció al gobierno franquista para enviar gran cantidad de víveres para los refugiados españoles en Francia pero los alimentos nunca eran entregados a sus destinatarios. Skornityzky, un día, le dijo al cónsul que ya no podía seguir encubriéndole y que lo que tenía que hacer era regresar a España y lograr que le nombraran adjunto del consulado. El cónsul dijo que no podía hacer eso por un judío. Skornityzky respondió que en tanto judío ya no tenía nada que perder y que contaría a Franco todas las graves irregularidades cometidas y sería encarcelado de por vida en el mejor de los casos. Arlet admite que su padre chantajeó al cónsul, pero también dice que el cónsul era un ladrón y un maltratador de mujeres. Al final, el cónsul aceptó y para que todo tuviera visos de verosimilitud se organizó una fiesta de despedida a la que asistieron algunos oficiales de la Gestapo. Durante la fiesta anunciaron a Skornityzky como el cónsul entrante. Pero no había atado bien todos los detalles: no habían pensado en buscar un nombre. Sobre una mesa cercana había una botella de licor de la marca «Montero», y entonces Skornityzky decidió tomar ese nombre tan español. Con el tiempo le agregó Sánchez, pues los nombres españoles llevan el apellido de la madre también.

Documento de identidad de la madre, que pasó a llamarse Rose y ser nacida en Orán, Argel. 

Había un detalle díficil de solucionar: el nuevo Sr. Montero Sánchez no hablaba ni una sola palabra de español. Pero por suerte, allí estaba el secretario del consulado, Martín Galante, antifranquista, dispuesto a ayudar porque probablemente estaba al corriente de las irregularidades del cónsul real. Galante llegó a atender teléfonos presentándose como el propio cónsul y allí donde estuviera Montero estaba él para salir al paso de la situación. Luego, en el sótano, ambos se dedicaban a falsificar documentación para rescatar judíos, mientras Arlet, cuando llegaban visitas nazis, se sentaba en las piernas de los oficiales de la gestapo y cantaba canciones en español que había aprendido de memoria, sin comprender las palabras. Arlete ya tenía edad para comprender el peligro en el que se encontraba. Un día, la madre quiso poner veneno en una tarta y la hija la advirtió de que era una insensatez, pues ella misma debería comer del pastel o si no lo hacía los nazis sospecharían rápidamente de lo que estaba pasando. Los nazis estaban tan engañados que un día llegaron al consulado con armas para que el cónsul se defendiera de un más que posible ataque de la resistencia por el mero hecho de ser españoles, cuyo gobierno era amigo de Hitler. El sr Montero recibió las armas muy agradecido y de inmediato se las pasó a la Resistencia. La tensión era altísima y la madre empezó por sufrir migrañas y acabó sufriendo un ictus que la mantuvo como un vegetal durante 25 años sobre una cama. Hubo que tratar el caso del cuidador de la madre, pues una noche la oyó delirar en polaco y estuvieron a punto de ser descubiertos.

Al acabar la guerra regresaron a París, donde su antigua casa había sido ocupada. El padre entonces perdió mucho dinero dándose al juego. La otra parte del dinero era el salario de un matrimonio judío que cuidaba a la madre. Ese matrimonio dio una educación judía a Arlet mientras el Sr. Montero se revolcaba con una mujer 22 años más joven que él que le dio dos hijas. Arlet acabó casándose con un judío húngaro,  uno de los escasos supervivientes de Auschwitz .

Santos Montero Sánchez, nacido en Santomera,  Murcia

Arlet, cada vez más comprometida con el judaísmo, organizó «La oficina de Shabat», dedicada a solventar Kabalot Shabat para nuevos inmigrantes judíos de Argelia en París, que tenían que trabajar en las tardes de los viernes y no tenían tiempo de cocinar. Se les sentaban en determinadas casas judías donde no sólo disfrutaban de las recepciones de Shabat sino que socializaban hasta poder encontrar trabajos en negocios judíos donde no tenían que trabajar los viernes por la tarde. Arlet acabó abriendo un colegio hebreo en la ciudad de Boulogne, aún en funcionamiento.

La historia del cónsul impostor fue publicada en Francia en 1947, en el libro de Jean Nosha «La heroica historia del patriota Skornitzky-Montero». Ese mismo año, el gobierno francés otorgó a Skornitzky una medalla y un certificado de reconocimiento por su trabajo en la clandestinidad. Murió en 1974 en París. Arlet y su marido emigraron entonces a Israel.

© Yad Vashem