LA NEGRA HISTORIA DEL CAMPO DEL MARRUBIAL DE CÓRDOBA

 Historia de unos pagos cordobeses que nunca deben caer en el olvido de los judíos sefardíes.


Las grandes ciudades -y Córdoba lo es- no son grandes por lo que muestran sino por lo que evocan, de la misma manera que el tamaño no tiene que ver con las dimensiones ni la historia del judaísmo con el turismo . Ni en Sfarad ni en ninguna parte.

Grabado del Archivo Nacional

Lejos de las rutas turísticas de la judería de  Córdoba, en la parte más oriental de lo que entonces era intramuros -sólo quedan a la vista unos 400 ms. de muralla almorávide  tras la destrucción llevada a cabo en el S XIX- se extendía una explanada en la que, donde hoy se levantan bloques de viviendas y asfalto,  crecían silvestres plantas hoy casi desaparecidas: el marrubial -o toronjil e incluso malva rubia- un tesoro  vegetal, benéfico,  que crecía en toda casa cordobesa por sus propiedades contra las contrariedades digestivas. Hoy apenas quedan.

Cuando las escuelas de arquitectura trataron de acondicionar la zona a la vida contemporánea -Ronda del Marrubial- encontraron un domus -casa romana-  y a principios de S Xx un tesorillo ( hoy expuesto en el British Museum)  Pero el territorio , hasta hace poco ,  fue un descampado que se extendía extramuros de la puerta de Plasencia.

El Campo en cuestión no siempre se llamó del Marrubial.. A partir del S XV se conocía este paraje como El Quemadero.

Sambenito de una asesinada

Triste escenario elegido por la Inquisición para perpetrar sus tenebrosos Actos de Fe -decenas y decenas de ellos-  cantidades ingentes de personas que serían asesinadas en espectáculo de escarnio público que anunciaban con meses de antelación.

Por ejemplo, el el 22 de diciembre de 1504, desde los palcos de autoridades erigidos en la misma Puerta de Plasencia, se vio cómo perecieron en  la hoguera, a instancias del inquisidor  Diego Rodríguez Lucero, 107 personas,  tanto hombres  como  mujeres. 107, que se dice pronto.  Todas las  víctimas, Z´´ l, estaban  acusadas de judaizantes por el mero hecho de haber  acudido al lugar conocido como  Casa de las Cabezas y allí  escuchar sermones de la Ley de Moisés. En dicha casa,  el jurado Juan de Córdoba, su dueño,  había abierto una  sinagoga secreta en la que   su sobrino, el bachiller Menbreque, hablaba de la pronto venida del Mesías y de la Tierra de Israel, rica en leche y miel.

El famoso olor de la carne quemada dicen que es nauseabundo y que para aplacar ese hedor de matanza infame arrojaban a las piras numerosos ramos de aromáticos Manrrubios. Algunos destinaban sus últimos ducados  para sobornar al verdugo con el objeto de que mojara los maderos,  pues esto ocasionaba que la combustión emanara mucho humo para morir asfixiados en lugar de quemados,  que dolía más.

Pero no busque el turista de Córdoba una placa que recuerde a aquellos cordobeses asesinados por la atrocidad de tamaño odio religioso,  ni busque los manrrubios, porque no lo encontrará. Pero quizás encuentre  a alguien que sepa que el inquisidor Diego Rodríguez Lucero murió apedreado por los propios cordobeses una vez que el mismo Santo Oficio le echó del Tribunal.

 

Foto principal: Litografía de 1888 de George Vivian,  El Quemadero del Manrrubial, Spanish Society