Historia de cómo se gestionó el paso de los judíos castellano-aragoneses al reino de Portugal y sus consecuencias.
Los hispano-hebreos, antes de convertirse en sefardíes, tuvieron muy poco tiempo para organizarse una vez que fue publicado el Edicto de Granada. Pero toda la diáspora judía de Sfarad, tanto en el reino castellano como el aragonés -en Navarra no aplicaba- tuvo que desarrollar un operativo logístico para, por ejemplo, embarcar en los puertos mediterráneos a tan ingente cantidad de personas. Los que optaron por el refugio en el reino de Portugal, también tuvieron que hacerlo de una manera determinada. Y acabar metiéndose en un berenjenal tremendo.
R. Isaac Aboab, conocido como el último gaón de Castilla, a cuyo mando estaba la mayor yeshivá de Toledo en el S XV, reunido con una treintena de venerables judíos, fue quien se encargó de pactar con el rey portugués, Juan II, la absorción el elemento hebreo que no optó por la conversión al cristianismo. Al monarca luso los judíos sólo le interesaban desde el punto de vista de la economía, pues su reino estaba financieramente agotado tras las campañas en Africa y los esponsales del heredero al trono. Fue así como se pactó que los judíos más acaudalados podrían instalarse en la ciudad de Porto a cambio del pago anual de 50 maravedíes por familia -algo más de mil euros al año- , lo cual era una gran carga si se tiene en cuenta que aquellas personas llegaban a Porto sin trabajo , sin casa, y sin haber podido sacar de sus lugares de residencia nada de oro. Muchos consejeros reales no estaban a favor de este movimiento migratorio. Incluso la comunidad judía temía por las consecuencias socio-económicas derivadas de la asimilación de unos 120.000 judíos castellano-aragoneses.
Andrés Bernaldez, cronista de los Reyes Católicos, y capellán del arzobispo de Sevilla, dejó escrito que de Benavente, hoy provincia de Zamora, pasaron a Braganza 3000 personas; de Ciudad Rodrigo, hoy provincia de Salamanca, a Vilar Formoso, 35.000. De Alcántara a Marvao, 15.000. De Badajoz a Elvas, 10.000. Y los puestos fronterizos donde se rendían cuentas, Olivença, Aronches, Castelo Rodrigo, Braganza y Melgaço. Los más pobres se hacinaron en tiendas en Cacaroles, a 40 kms de Vinioso, por eso a esa región se la llama Valle de las Cabañas. A diferencia de los ricos instalados en Porto, aquí tuvieron que abonar 6000 ducados -cifra astronómica- a pagar en cuatro plazos, para poderse quedar ocho meses en Portugal, porque en principio ese lugar era un mero lugar de paso.
El pago de ese dinero exigido por Juan II se suponía que era para fletar barcos, pero el rey no cumplió su palabra. Cuando pasaron los ocho meses, en vez de embarcarlos los vendió como esclavos a la nobleza. Y es más, el monarca decretó -mientras en Porto moría Aboav- que todos los niños de familias judías, entre dos y diez años de edad, serían arrebatados por la fuerza a sus padres. Los llevaron al archipiélago de Santo Tomé, muriendo muchos en el viaje; los que desembarcaron en la isla, fueron devorados por las fieras.
En el reinado de Manuel I (1496-1521) las cosas se pusieron peor. Este rey deseaba anexionarse la Corona de Castilla, por lo que para hacerse heredero legal de sus derechos ideó casarse con Isabel, Princesa de Asturias, hija de los Reyes Católicos. Ella no quería esos desposorios. Y al final puso como condición que ordenara la conversión de todos los judíos, pues ella como hija de los Reyes Católicos no podría ser reina de una monarquía donde había judíos. Se les dio un plazo de diez meses para abandonar Portugal o bautizarse. Como Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, Manuel I de Portugal se asombró de ver cómo la mayoría de judíos se dispuso a salir en barco por el puerto de Lisboa antes que abjurar de su religión. Por eso separó a los menores de catorce años de sus padres y los entregó en adopción a familias cristianas. La indignación de muchos portugueses era tal que los acogieron con el secreto deseo de poder devolverlos a sus padres. Pero muchos de esos padres, castigados tres días sin comer ni beber, murieron, incluso por suicidio. Lo cuenta el cronista judío Sameul Usque, en la Consolación a las tribulaciones de Israel.
Muchos judíos lograron llegar a Italia, a Amberes, a Africa del Norte e incluso a Eretz Israel. Todavía habían podido liquidar sus pertenencias con los cristianos portugueses. Luego esto no fue posible por varios decretos reales. Y el pueblo generaba el caldo de cultivo que cocinaba la orden de los dominicos, que inflamaba sus sermones con un odio de marcado cariz antisemita. La confiscación de sinagogas y cementerios fue una constante.
Bibliografía:
- Bernáldez, Andrés, Memorias del reinado de los reyes católicos, ed. Manuel Gómez-Moreno y Juan de Mata Carriazo, Real Academia de la Historia, Madrid, 1962
- Historia de una Diáspora, Henry Mechoulan, Editorial Quinto Centenario, 1992