LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS DE PORTUGAL

 Breve esbozo de las causas, circunstancias y consecuencias del decreto de expulsión de los judíos de Portugal, un lustro posterior a los de Castilla y Aragón.


Manuel I de Portugal

El cuatro de septiembre de 1479, en la localidad portuguesa de Alcaçovas, los Reyes Católicos y el rey emérito Alfonso V de Portugal -con su hijo, Juan de Portugal- firman un tratado por el cual el reino de Portugal y la Corona castellano-aragonesa hacen las paces y se pone fin a la Guerra de Sucesión Castellana. No sólo es que Alfonso renuncie a sus pretensiones al trono de Castilla y los Reyes Católicos renuncien al trono de Portugal sino que también se acuerda casar a la primogénita de Isabel y Fernando, la Princesa de Asturias, con Alfonso, el hijo de Juan de Portugal. Ella tenía diez años; él, cinco. La boda, se realizó en la localidad portuguesa de Estremoz,  diez años después. Pero al año siguiente, Alfonso, muere en un accidente ecuestre. La viuda del infante  retorna a Castilla y se instala en Sevilla para ayudar a sus padres en los asuntos del reino: la toma de Granada. En Portugal, Alfonso V, que ya no tiene más hijos, nombra sucesor al duque de Beja – su primo- que reinará desde el 25 de octubre de 1495 como Manuel I; es, así pues, el monarca que estaba en el trono portugués cuando en 1492 los Reyes Católicos expulsan de Castilla y Aragón a los hispano-hebreos, muchos de los cuales optan por refugiarse en Portugal.

En 1496, Manuel I El Afortunado estaba aún soltero y decidieron casarle con la primogénita de los Reyes Católicos, la viuda del infante Alfonso de Portugal. Isabel no quería casarse de nuevo: estaba amargada por completo, pues había sido desplazada en la sucesión al trono castellano-aragonés por el nacimiento de su hermano Juan y, además, vivía entregada al luto que le impidió  ser, al menos, reina consorte de Portugal; se había rapado la cabeza, vestía con una especie de túnica de áspera arpillera y un velo negro que ocultaba su rostro; además, más que rehacer su vida, lo que quería era acabar con ella metiéndose a monja en un convento de las clarisas -cosa que no le permitieron sus padres. ¿Casarse? No entraba en sus planes. Pero sí en los de Manuel, que la había conocido -y en secreto, admirado- cuando Isabel había vivido en Portugal con el niño de quince años con el que la casaron.

De todos modos, los Reyes Católicos pusieron una gran condición para que se celebrara el enlace real que uniría a los dos reinos ibéricos. Esa condición era que Manuel decretara la conversión o expulsión de los judíos de Portugal -la mayoría de ellos, hispano-hebreos refugiados en el reino luso tras la expulsión de Castilla y Aragón. La unión dinástica entre los reinos debería hacerse desde la unidad religiosa del catolicismo. Manuel, que tenía grandes planes para Portugal, en principio dudó. No le convenía desprenderse de la gente más preparada y capaz de su reino. Pero al final, cedió y por eso, desde el 5 de diciembre de  1496, comienzan las ordenanzas reales contra la judería portuguesa.

El 13 de septiembre de 1497, los reyes y la princesa Isabel partieron de Medina del Campo hacia la ciudad fronteriza de Valencia de Alcántara para celebrar la boda el día 30. Poco después, Isabel entra en Portugal como reina consorte junto a su nuevo marido. Cuatro días después, Isabel recupera el título de Princesa de Asturias, pues su hermano Juan, camino de la boda, había enfermado de fiebres y murió en Salamanca. Pero ella también tenía cerca la muerte: el 23 de agosto de 1497, en Zaragoza,  Isabel,  dio a luz al heredero de Manuel I -Miguel de Paz. La madre murió en el parto, con 27 años de edad.

A Expulsão dos Judeus (Roque Gameiro, Quadros da História de Portugal, 1917)

El edicto de expulsión fue publicado el 31 de marzo de 1497. El plazo para optar entre la partida o el bautismo finalizaba la víspera de la fiesta de Todos los Santos, es decir, el 31 de octubre.  

Quien siendo judío no tomara uno de esos dos caminos, conversión o destierro, sería condenado a confiscación de bienes y muerte en la horca. El plazo para celebrar los bautizos terminaba en la Semana Santa. Fue horrible: miles de niños menores de 14 años fueron arrebatados de sus padres para bautizarlos. Algunos padres mataron a sus hijos degollándolos o tirándolos a pozos de agua antes que ver cómo los secuestraban legalmente para hacerlos cristianos.

Todo el que optara por el destierro,  debía hacerlo desde el puerto de Lisboa. Los confinaron, sin comida ni bebida, en el Palácio dos Estaus, que sería la futura sede de la Inquisición Portuguesa.  (Hoy, Teatro Nacional D. Maria II) Ese confinamiento tenía un objetivo: dos conversos, Nicolau el médico, y el sacerdote Pedro de Castro, hacían sermones para intentar convencerlos de la conveniencia de un bautismo en masa allí mismo. Ante la reticencia, algunos fueron llevados a la pila bautismal a la fuerza, mientras que otros decidieron suicidarse lanzándose a una cisterna. 

El número de judíos perjudicados por este decreto real portugués no está claro. Antropólogos e historiadores difieren en las cifras: Adriano Vasco Rodrigues dice que estaríamos hablando de cien mil almas. Lúcio de Azevedo, historiador, va más allá y calcula la cifra en ciento veinte mil. Damião de Góis dice que estaríamos hablando de veinte mil familias. El Abade de Baçal, que fueron cuarenta mil. Maria José Ferro Tavares, historiadora especializada en la judería portuguesa, dice que no es posible hablar de cifras para hablar de personas.

La ola de conversiones al cristianismo -dicen- fue masiva. Pero no es lógico que lo fuera: si su fe en el credo judío hubiera sido débil se habrían convertido en Castilla y Aragón y no habrían tenido que pasar por el mal trago de malvender sus haciendas y dejar atrás las tumbas de sus padres. Muchos conversos lo hicieron a condición de que el reino les devolviera a sus hijos sustraídos y se les garantizaran veinte años libres de persecuciones. 

Los judíos que no optaron por abjurar de la fe mosaica, los judíos que pese a todo obstáculo persistieron el los 13 Principios del Rambám según la Ley de Moisés, zarparon hacia distintos puntos, en especial hacia Marruecos y también a los Países Bajos (comenzando estas dos zonas libres de Inquisiciones y catolicismo a tramitar un amplio mundo comercial). En el siglo XIX, algunas familias adineradas de origen judío-sefardí, provenientes sobre todo de Marruecos, volvieron a Portugal (como los Ruah -en hebreo, ruaj, viento- y los Bensaude) Otros optaron por partir a distintos puntos de las Américas; algunos cruzaron el Mediterráneo y se asentaron en Esmirna y Salónica, desde donde se expandieron por todo el territorio del Imperio Otomano. 

Los judíos  que se quedaron en Portugal, en principio, disfrutaron de un status civil que los igualaba al resto de los portugueses. Pero sin embargo, la animadversión crecía hacia los judeo-conversos y el 19 de abril de 1506 se perpetró una masacre contra ellos, asesinando a cuatro mil. Un monumento callejero recuerda la efemérides y en sus aledaños se celebra todos los años una ceremonia en memoria de todas las víctimas.

Bibliografía:

  • François Soyer, A perseguição aos Judeus e Muçulmanos de Portugal. D. Manuel I e o fim da tolerância religiosa (1496-1497), Lisboa, Edições 70, coll. «Lugar da História», 2013