LA JUDERÍA NAVARRA

Breve aproximación historiográfica a una de las juderías más relevantes que ha habido en Sfarad.

Las primeras noticias de la existencia de judíos en territorio navarro se remontan, como en el resto de la Península Ibérica, a la época del Imperio romano. En la España visigoda, las comunidades judías constituyen una minoría de contornos bien definidos. Después de los acosos de la monarquía hispano-visigoda, la dominación musulmana favoreció los asentamientos judíos en la Península. Existen abundantes testimonios que avalan la presencia de una floreciente judería en la Tudela musulmana. Sin embargo, hasta los primeros decenios del siglo XII, a raíz de la conquista de gran parte del valle del Ebro, no se prodigan las menciones a judíos tudelanos. A partir de 1119, las comunidades hebreas diseminadas por diversos lugares de la Ribera, que durante siglos habían permanecido bajo el dominio del Islam, recibieron el Fuero de Nájera. Amparados por dicho ordenamiento, la población judía desempeñó un gran papelen las tareas de repoblación y en la reactivación de la economía.

Fragmento de Torá en Archvo de Olite

De otra parte, en el tránsito del siglo XI al XII se percibe un incremento de la vida urbana, al abrigo de las rutas de peregrinación. Ambos fenómenos de repoblación, contribuyeron de manera decisiva a la modificación de la estructura social del reino de Navarra. Los buenos resultados obtenidos por la instalación de una comunidad hebrea en Estella, aconsejaron repetir la experiencia en otros lugares de la ruta a Santiago. En 1154, en el marco de una nueva acción repobladora, el obispo de Pamplona, con la autorización del rey, llevó a cabo el establecimiento de población judía en el recinto urbano de Pamplona, acogida al mismo régimen otorgado a la aljama estellesa. Así pues, los enclaves judíos del reino de Navarra se vertebraron en torno a dos ejes: el Camino de Santiago, que agrupa las juderías de la Navarra Media, y el valle del Ebro, con las comunidades de Tudela y su “albala”. El núcleo de población judía más septentrional era el de Pamplona, pues al norte de la capital navarra no se ubicaba ni una sola aljama.

Las juderías meridionales, nacidas y desarrolladas a la sombra de la comunidad tudelana, eran por orden de importancia, Cascante, Arguedas, Corella, Caparroso, Cadreita, Cortes, Valtierra y Villafranca. Situadas al sur del río Aragón, albergaban una población que oscilaba entre las 30 familias de Cascante y las diez de Villafranca. La capital de la Ribera llegó a contar con unas 300 familias -el 25% del total de su población-, lo que hizo de ella la aljama más importante del reino, verdadero foco del judaísmo navarro. Estas estimaciones demográficas, con algún margen de error, se refieren al siglo XIV. Las comunidades de la Navarra Media son: Pamplona, Estella, Sangüesa, Monreal, Puente la Reina, Los Arcos y Viana. A estas siete juderías de primera hora, se unieron -fruto de ulteriores expansiones- las de Lerín, Sesma, Mendavia, Laguardia y San Vicente. Los judíos de la ciudad del Ega, instalados en las proximidades del barrio de San Pedro de la Rúa, formaron una agrupación de unas cincuenta familias u hogares con referencia a la segunda mitad del siglo XIV, pues su población sufrió considerables pérdidas con el asalto y destrucción de que fue objeto en 1328.

La judería pamplonesa, a lomos de la Navarrería y el palacio episcopal, también fue destruida e incendiada. En 1276, las tropas francesas penetraron en la ciudad de la Navarrería, en la catedral y en sus alrededores, sembrando la muerte y la destrucción. Durante años, la población hebrea vivió dispersa por los distintos núcleos de la ciudad. A lo largo del siglo XIV, reconstruido su primitivo emplazamiento, la judería pamplonesa llegó a albergar unas 100 a 150 familias.

Las villas de Viana y Laguardia registran un contingente de población judía muy semejante a Estella: 50 y 70 hogares, respectivamente. El resto de las comunidades reseñadas eran aglomeraciones medias, que en ningún caso sobrepasaban los treinta fuegos.

Cabe distinguir un tercer ámbito, que integra gran parte de las aljamas de la circunscripción de Val de Funes. Aquí se contabilizan las de Olite, Tafalla, Larraga, Artajona, Funes, Peralta, Falces, Cárcar, Andosilla, San Adrián y Azagra. Con densidades diversas, el número de juderías fue de treinta y dos. Sin embargo, las aljamas de mayor entidad se reducen a siete: Tudela, Pamplona, Estella, Los Arcos, Viana, Laguardia, Sangüesa y Cascante.

Se aprecia una gran movilidad de esta minoría, dando lugar a verdaderas corrientes migratorias internas. Tudela, situada en las proximidades de la frontera con los reinos de Castilla y Aragón, representó un foco de atracción demográfica, La naturaleza de la movilidad de esta población era diversa; en su mayor parte obedeció a momentos favorables de la actividad económica, pero sin olvidar los niveles de hostilidad y resentimiento antisemita. Los asaltos y saqueos sufridos por las juderías de Sangüesa, Estella y San Adrián, entre otras, influyeron en los desplazamientos apuntados.

Del examen atento a las listas nominativas conservadas, se anotan patronímicos que hacen una expresa referencia a su origen. Entre los judíos navarros existen los Abet, Azafar, Zuri, que delatan una cierta arabización. Es posible que las persecuciones almohades propiciaran una emigración de judíos andaluces, como parecen evidenciar los nombres de algunos linajes: Gamiz, Chavatiz, Abbas. Otros proceden de la España cristiana: Medellín, Burgos, Zaragoza, Lérida, Barcelona, etc. A lo largo de los últimos siglos de la Edad Media, el fluir de población judía hacia Navarra es un hecho incuestionable. La tolerancia y el trato dispensado a los refugiados, hizo del solar navarro una verdadera tierra de asilo, en especial desde 1274, fecha que señala un momento álgido en la política antisemita de la monarquía capeta. El deterioro de las condiciones de los judíos franceses -a raíz de la extensión de los dominios reales en el Midi, así como el reforzamiento de la Iglesia después de la cruzada albigense- llevaron la desolación a gran número de comunidades de la Francia meridional. Estos acontecimientos, que desembocaron en la expulsión del 1306, provocaron una oleada de emigrados hacia el pequeño reino. La región preferida fue la Ribera tudelana Algunos años más tarde, desde la primavera de 1320, el movimiento de los “pastorellos” sembró el pánico entre la población, tanto cristianos como judíos. Dichas persecuciones alcanzaron su paroxismo con las matanzas de 1328.

En el reinado de Juana II y Felipe III de Evreux (1328-1349) se detecta una corriente migratoria procedente de los dominios de la Casa de Evreux. Dicha circunstancia tiene un reflejo contable en los registros del Tesorero, bajo la rúbrica: “Pecha de los judíos de Ultrapuertos”. Gracias a estas relaciones se ha podido trazar una geografía de los desplazamientos de los judíos franceses hacia Navarra. Hay familias que portan antropónimos de París, Chartres, Pont-Audemer, lo que evidencia claramente su origen. Otros, procedentes de Provins y Troyes, llevaron a cabo un largo éxodo con destino a las villas de Olite y Estella. De las tierras del condado de Angouleme y su periferia proceden otros contingentes de emigrados: Bona de Saint Maixent y los Niort de Sangüesa, son los ejemplos más conocidos. Pequeñas aldeas del Poitou, Périgord, Berry y la Auvernia son los lugares de procedencia de otras tantas familias. Topónimos como Saint Pourçain-sur-Sioule, Neufbourg, Orthez y Tonneis, van unidos a los prenombres de estirpes judías de Navarra. No falta tampoco la presencia de judíos provenzales, originarios de Beaucaire y Perpiñán.

Estella y Tudela reúnen las preferencias de los exiliados, pues en ellas se concentró casi el 65% de la población originaria de Ultrapuertos. La llegada de artesanos y capitales nuevos sirvió para reactivar los contactos económicos, sociales y culturales entre las comunidades de uno y otro lado del Pirineo. Guerras y persecuciones propiciaron trasvases de población hebrea de la Corona de Castilla hacia el reino de Navarra. En 1370, la reina Juana ordenó que todos los judíos procedentes de Castilla fueran acogidos bajo el amparo y protección directa de la Corona. El papel receptor de las juderías navarras se quebró en la segunda mitad del siglo XV. Durante las luchas civiles, las aljamas de Tudela, Pamplona y Estella vieron disminuir de forma alarmante sus efectivos demográficos. Con todo, y pese al incremento de las medidas restrictivas, la judería tudelana mantuvo su vitalidad y atractivo. Después de los decretos de expulsión de los Reyes Católicos, en 1492, importantes contingentes de judíos llegaron a Tudela. La alcabala de los judíos “foranos” representó un saneado ingreso para la hacienda municipal: doscientas libras anuales, en el período de seis años que media entre los decretos de destierro de uno y otro reino. En 1490, la aljamade la capital de la Ribera fue tasada en ciento una casas, la cota demográfica más baja de su historia.

 

La familia es la unidad fundamental sobre la que descansa la organización social hebrea. Unida por intereses económicos, jurídicos y religiosos, es una entidad patriarcal. No obstante, la mujer representa un destacado papel en la conservación de la tradición religiosa; en determinadas actividades económicas y mercantiles, goza de plena capacidad jurídica. En 1366, Mira ben Menir, esposa de Nathan del Gabay, judía de Tudela, figura como titular de varias cartas de compraventa. En los padrones de préstamos, la relación de mujeres acreedoras es del 8,4%; y su presencia en los mercados de Estella y Los Arcos como vendedoras de seda, zapatos y trigo es muy representativa. La vida religiosa es un elemento esencial de cohesión para la familia judía. La unidad familiar adopta un delicado trato hacia los huérfanos, a los que otorga amparo y tutela con el conocimiento y beneplácito de la comunidad. La ley mosaica informa los más pequeños detalles de la vida cotidiana. Sinagogas, cementerios, baños, carnicerías, etc., constituyen elementos esenciales de la vida y topografía de las juderías. La legislación y la política de los reyes de Navarra establecieron una estrecha dependencia con sus judíos, a los que confirieron un reconocimiento oficial para la práctica religiosa de los hijos de Israel. Su marco legal presentaba una dualidad: las obligaciones morales de la ley mosaica y los preceptos del Fuero General y sus Amejoramientos.

La vida interna de las comunidades aparece regulada por los acuerdos de cada asamblea, recogidos en las famosas Taqanot (tecana) u ordenanzas de cada judería. Sólo se conocen las de Tudela y Puente la Reina; por ellas se sabe que todos los aspectos de la vida de la aljama estaban regulados con detalle y precisión. Observancia de las fiestas religiosas (Pascual, Yom Kippur, fiesta de las Palmas y Sukkot); matrimonios contraídos fuera del reino; administración de justicia; reglas para la práctica comercial, etc. Existían severas medidas contra los denunciadores o malsines. La aljama aparecía como detentadora de funciones judiciales contenidas en el derecho taimúdico. Los infractores podían ser expulsados de la comunidad o excomulgados; en tales casos se les aplicaba la carta de Nidui, cuando el destierro era inferior a cincuenta años, y la de Herem para penas superiores. Dichas penas podían ser redimidas mediante el pago de multas en metálico (50 a 200 libras). En el gobierno de la aljama existían los cargos de jurados, regidores o procuradores en número proporcional a la importancia demográfica. En Estella, los jurados de su aljama eran tres y en Pamplona, cuatro. La asamblea general se reunía en la sinagoga. En Tudela, la sinagoga elegida era la de los Tejedores, en el barrio del mismo nombre. Esta comunidad contaba con un Consejo de los Veinte, que actúa por delegación de la asamblea general, era, en realidad, el órgano ejecutivo. Para otras actuaciones se contaba con 42 adelantados, éstos guardaban cierta similitud con los mayorales de los concejos cristianos. El gobierno de la judería recaía con frecuencia en manos de unas pocas familias, que constituían una especie de oligarquía urbana. En este sentido son conocidos los linajes de los Menir, Falaquera y Orabuena, en Tudela; Levi y Ezquerra, en Estella; Alborge y Albofaza, en Pamplona. A diferencia de otros reinos peninsulares, hasta 1390 no existió en Navarra la figura del Gran Rabino, concebida como representante máximo de los judíos del reino. Dicho nombramiento recayó sobre la familia Orabuena de Tudela. Esta familia conservó dicho cargo hasta mediados del siglo XV. En el último tercio de dicha centuria, otra familia tudelana, los Malach, la reemplaza.

La religión judía imponía una difícil observancia. Las infracciones cometidas por los miembros de cada comunidad tenían su reflejo en las cuentas del baile, representante del rey ante la aljama. El agente ejecutivo es el bedín (albedín), miembro del tribunal judío y que percibía la novena parte del importe de las multas. Estas relaciones de multados son un fiel testimonio de la vida intramuros de la judería: universo cerrado, donde se libraban fuertes tensiones. Riñas, violaciones, delitos fiscales, etc. tienen su puntual reflejo en esta documentación.

La asistencia a los pobres quedaba regulada por diversos preceptos. Existía la obligación de socorrer a los necesitados. La comunidad disponía de un patrimonio para ello, la “almosna” o cofradía de los pobres. Durante varios decenios Mosse Dona Margelina figuró como administrador de los bienes de la dicha “almosna”.

Disfrutaban de total libertad para el ejercicio de cualquier actividad. Desde el siglo XIII prestaron dinero mediante cartas de reconocimiento de deuda -préstamos sobre cartas-, que tienen su reflejo fiscal en los llamados derechos de la escribanía de los judíos. De otra parte, desde tiempos remotos se interesaron en el aprovechamiento del agua para sus campos. Intervenían en la construcción de presas, canales de riego y otras labores que incrementasen los rendimientos de sus campos de Grisera, Mosquera y Traslapuent, en los alrededores de Tudela, donde se localizaban sus heredades de trigo y vino. Desde el punto legal, tenía acceso a la plena propiedad de bienes raíces. Durante los siglos XII y XIII las familias Abolfaza, Abenardut, ben Pesbat y Menir -todos ellos de la judería de Tudela- figuran como dueños de un granado patrimonio, tanto de bienes rústicos como urbanos. Para el siglo XIV, se han conservado relaciones de bienes de judíos que fueron enajenados con anterioridad a 1381: son los registros de Guillem de Agreda, baile de los judíos de Tudela, y Remón de Zariquiegui, recibidor de la Merindad de Estella. Las motivaciones de las corrientes de venta no quedaron expresadas con claridad; por el contrario, sí la intención del monarca navarro de poner freno al trasvase masivo de propiedades de manos judías a cristianas y moras, fenómeno muy frecuente en los años posteriores al gran cataclismo social de 1348. Los judíos de Tudela, Cascante y Corella, enajenaron un patrimonio valorado en unas 7.589 libras 3 sueldos de carlines prietos (o sea, 151.783 sueldos). Entre los principales vendedores figura el rabino Jehuda Orabuena, la “almosna” de la aljama, Salomón de Ablitas Bueno ben Menir y Nathan del Gabay, cuyas ventas superan los 7.500 sueldos. Los bienes eran de diversa naturaleza: viñedos, huertos, piezas, landas, derechos de agua, casas, corrales, eras, etc. Los huertos fueron las heredades que alcanzaron los precios más elevados: 1.451 sueldos de media. El cultivo de la vid, en plena expansión en los siglos bajomedievales, ocupaba amplios espacios en la Ribera tudelana. El valor de las vides transferidas representa por sí sólo el 42,08% del total de las ventas. El vino judío (judevenco) gozó de estimación por su calidad y pureza.

Las ventas efectuadas por judíos estelleses fueron más modestas; la capitalización de las mismas fue de 35.023 sueldos, o sea 1.751 libras 3 sueldos. En este ámbito el viñedo es menos representativo. Y existe por el contrario, un mayor nivel en el patrimonio urbano. Los mayores vendedores fueron Açach Medellín. 5.140 sueldos; Judas Ezquerra, 2.340 sueldos (ambos de la aljama de Estella); Gento Romi, judío de Lerín, 4.372 sueldos, y Mosse Axenil, de Los Arcos, 2.160 sueldos. Las ventas referidas a los avecindados en Viana ascendieron a 107.924 sueldos Por sectores la distribución es la siguiente: propiedad urbana, 50,17%; viñedo, 41,12% y el resto -8,71%- se reparte entre las piezas y los huertos. Con valores superiores a los 7.500 sueldos se anotan los siguientes vendedores: Haim Melca, 15.417 sueldos; Don Galaf Benayón, 11.940; Gento Benayón, 11.339; Gento Melca, 8.808 y Juçe Benayón 7.630 sueldos.

Hay sectores de la actividad productiva a los que la población judía mostró una mayor inclinación. El comercio de los paños, la peletería y joyería es casi monopolizada por mercaderes hebreos. Su presencia en el mercado de paños de lujo fue muy intensa. Ricos mercaderes como Ezmel Ebendavid, de Olite, Abrabam ben Xoep, de Estella, y el propio Juçe Orabuena, cuentan con una amplia red de corresponsales para la comercialización de paños de Bristol, Flandes, etc. Entre su clientela se contaban los burgueses de Pamplona y la propia familia Real. Formaron verdaderas asociaciones mercantiles de ámbito internacional con capital y personal judío. En los primeros años del siglo XV, el judío estellés Abram ben Xoep, en unión de cuatro correligionarios de Pamplona, formó una “compaynnia de mercaduria de paynnos”. No sólo el comercio, sino la artesanía de estas telas de lujo estaba en sus manos: las de sastres, bordadores, perleros, etc., son ocupaciones habituales de los judíos navarros.

Siempre han destacado en el ejercicio de la medicina. Nombres de familias médicas son los Constantini, Aljaén, Orabuena, Matarón, etc. A su cuidado estuvo la salud de príncipes y reyes. Médicos y hombres de la confianza de los reyes Juana II y Felipe de Evreux fueron Henoch y Salomón al-Constantini, enviados a la corte de Pedro IV de Aragón con ocasión de su matrimonio con la infanta María. Jacob Aljaén, llamado Don Bueno, de Pamplona, fue el médico de Carlos II, al que acompañaba en sus expediciones militares a Normandía en 1353 y 1356. Samuel de Xerés, de la judería de Pamplona, y Jacob Ezquerra de la de Estella, gozaron de la estima de sus convecinos. En ocasiones, sus atenciones desbordaban el marco de sus propias comunidades. Otros oficios menos cualificados fueron también desempeñados por judíos para beneficio de la colectividad: carpinteros, pintores, torneros, maestros de obras, etc. Su presencia en otros campos de la artesanía fue patente: zapateros, cordeleros, encuadernadores, etc. En 1445, Samuel Rabidavid cobró una libra por encuadernar (cubrir) el ejemplar del Fuero General que se guardaba en la Cámara de Comptos.

Pero, sin lugar a dudas, la actividad más extendida entre los judíos del Occidente medieval fue el préstamo -en sus distintas modalidades- de dinero. Hay que tener presente la incidencia del incremento de la circulación monetaria en el desarrollo de la economía. La masa monetaria comercializada por los prestamistas navarros fue un factor decisivo para la reactivación de la vida mercantil. Según las normas talmúdicas no está permitido el préstamo entre los hijos de Israel. Sin embargo, se contempla la posibilidad de depósitos sin ganancia alguna. Dicha concesión recibe el nombre de Quinnan (Quiñán), que en la práctica pasó a convertirse en un verdadero crédito. Existen numerosos ejemplos que corroboran dichos extremos, recogidos bajo la denominación de “Quenaces”. Dicho término designaba la sanción económica impuesta a aquellos deudores que, transcurrido el plazo de amortización de la deuda, no habían satisfecho el compromiso adquirido. Esta terminología era la usual en la aljama de Tudela, pues en la de Estella y Pamplona se empleaba la calificación de penas sobre cartas o, mejor aún, cartas tornadas. Tales medidas respondían a la necesidad de dotar al sistema crediticio de las medidas de seguridad pertinentes.

Los mercados monetarios más importantes donde operaban prestamistas judíos fueron: Tudela, Pamplona, Estella, Olite, Los Arcos, Viana, Laguardia, Monreal, Sangüesa y Puente la Reina. Durante la segunda mitad del siglo XIX, el volumen controlado por judíos alcanzó el millón de sueldos carlines (moneda de vellón). El número de prestamistas registrados es de algo más de medio millar; sin embargo, los verdaderos banqueros no llegaban a la docena. En Tudela ocupaban los primeros puestos Háim Francés, Juçe Cohen, Abraham Gamiz y don Bueno Abenabez, con cantidades superiores a los diez mil sueldos. En la judería de Pamplona, la familia Alborge, apodada Eder, fue la que mayor actividad desplegó, entre 1349 y 1386, concertaron doscientos sesenta créditos por un valor de 55.458 sueldos 5 dineros, más 623 robos de trigo. Los niveles de contratación alcanzados por los Albofazan y Leví fueron muy inferiores: 14.132 sueldos y 12.964 sueldos 1 dinero, respectivamente. Un activo banquero, que controló los mercados de Olite y Tafalla, fue Mosse Barzelay, judío de Falces, con un capital estimado en más de 10.000 sueldos. En la nómina de prestamistas también figuraron mujeres: dueña, viuda de Azach Encave, Cima y Soloru, todas miembros de la familia de los Alborge de Pamplona.

 

La nutrida clientela del crédito judío alcanzó a los más diversos sectores de la sociedad: campesinos, artesanos, nobles clérigos y oficiales reales. A partir de 1330, con el “Amejoramiento” del Fuero, los prestamistas contaron con un dispositivo legal más acorde con los tiempos.

Aparecieron, ahora, numerosas disposiciones que regulaban el mercado del dinero: tasa de interés (20%), plazos para la renovación de los créditos, etc.

Los supuestos sobre los que se basaba el régimen fiscal de las aljamas, derivaba de la peculiar condición de sus miembros. A la percepción de rentas directas, como la pecha que recaía sobre todos y cada uno de los integrantes de la comunidad, se unían variados y complejos procedimientos fiscales, basados en la imposición indirecta sobre el comercio y el consumo. A efectos contributivos, los judíos navarros se agrupaban en cinco circunscripciones: Tudela, Pamplona-Monreal, Estella, Viana y Val de Funes. En la primera mitad del siglo XIV, coincidiendo con las oleadas de emigrados franceses, se estableció la pecha de los judíos de Ultrapuertos para aquellos que aún no habían obtenido la condición de vecino. Bajo el reinado de Carlos II, en el tránsito del siglo XIV al XV, de la demarcación de Viana se desgajó la comunidad de Laguardia, que agrupaba a San Vicente de la Sonsierra, con la que constituyó una nueva unidad fiscal. Los acuerdos para el pago de la pecha contemplaban obligaciones y servicios plurianuales. La periodicidad más frecuente fue el trienio, aunque solían negociarse períodos más dilatados. Por el contrario, algunas anualidades se subdividían en plazos intermedios llamados “cuarteles” (cuatrimestres). La recaudación de la pecha de las aljamas del reino es muy variable, como es cambiante también su importancia demográfica. Para la segunda mitad del siglo XIV -el período mejor iluminado por la documentación- la percepción media estimada por aljama-distrito fue la siguiente: Tudela, 2.500 libras; Pamplona-Monreal, 1.500 libras; Estella, 1.300 libras; Viana, 650 libras y Val de Funes, 500 libras.

El cuadro impositivo indirecto gravaba las más diversas actuaciones: el bedinaje, quenaces, tiendas, lezda de las carnicerías, hornos, cementerios, etc. Las aljamas de Pamplona y Estella pagaban un censo por vivienda. Se conocen cuadernos de alcabalas referidos a los mercados de Estella, sin que se sepa si existieron para otras agrupaciones hebreas. Se pueden distinguir, pues, varios sistemas fiscales, que a lo largo del tiempo sufrieron amplias modificaciones. La participación de los judíos en la administración de las finanzas reales fue un hecho harto frecuente en los distintos reinos peninsulares. Sus actuaciones tenían dos vertientes: una como agentes recaudadores, funcionarios ocasionales, destinados a una misión concreta; otra, en calidad de arrendadores de servicios y rentas. En el primer caso, los ejemplos más conocidos son los de Abraham Medellín que durante varios ejercicios recaudó la pecha de Laguardia; Jehuda Leví y Abrabam ben Xoep, que actuaron como recaudadores en la Merindad de Estella. En 1360, Ezmel de Ablitas el Joven era el recaudador de la Ribera; y algunos años más tarde, en 1369, su hermano Salomón fue designado comisario mayor para recibir las rentas reales.

De otra parte, los ejemplos relativos a los arrendadores son aún más elocuentes. Peajes, molinos, “tafurería”, “modalafía” y otros tantos servicios estuvieron gestionados por judíos. En 1492, Abraham Orabuena y Mosse ben Menir, arrendaron los derechos del almudí en 250 libras anuales, por una duración de cuatro años. Algunos mercaderes concentraron su actividad financiera en este tipo de negocios; llegaron a constituir compañías o asociaciones de arrendadores. En 1392, todas las rentas de la Corona fueron arrendadas por 60.000 libras por un período de dos años. La compañía adjudicataria de este contrato estaba formada por Guillem de Rosa, burgués de Pamplona, y siete judíos (Jehuda ben Menir, Jehuda Leví, Josef Orabuena, Nathan del Gabay, Samuel Amarillo, Ezmel ben David y Azach Medellín). Algunos años más tarde, en 1409, el desembolso realizado por idéntico concepto fue de 60.000 libras. En esta ocasión, la compañía concesionaria estaba constituida por seis cristianos y seis judíos. No sólo fueron servidores de la realeza, sino que también prestaron sus servicios a la nobleza como administradores. Al final de la primera mitad del siglo XV, Abraham de la Rabiça, judío de Tudela, fue el administrador de Mossen Bertran de Lacarra, señor de Ablitas.

La vida intelectual de la Tudela judaica ha dejado profunda huella en la civilización hebrea del Medievo. Jehuda Ha-Levi*, Abraham ben Ezra* y Benjamín de Tudela* son figuras insignes de su aljama. Foco del judaísmo occidental, centro de consultas rabínicas, la judería de Tudela no sintió demasiadas inclinaciones a las especulaciones cabalísticas. A lo largo del siglo XV, en las comunidades navarras proliferaron las controversias que desembocaron en el problema converso. En 1498, seis años después que en los reinos peninsulares, los judíos fueron expulsados del solar navarro, ante la presión de los Reyes Católicos.

Bibliografía

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