LOS VIAJES DE LOS MONTEFIORE A ERETZ ISRAEL

 Reseña detallada del primer viaje de Sir Moses Montefiore y su esposa, Lady Judith, según los diarios privados, publicados privadamente en 1836, y de forma pública en 1890.


En 1824, a los 39 años de edad, y tras doce años de matrimonio con Judith Cohen,  Moshé Montefiore decidió dejar de trabajar en el agobiante mundo de las finanzas y pasar a dedicarse a sus tareas públicas  sociales y de interés personal.  Tres años después, Mr. Montefiore  y su esposa, acompañados por un grupo de sirvientes, emprendieron el primero de mayo de 1827  su primer  viaje a Eretz Israel; como atestigua la última entrada de los Diarios Privados , a mediados de diciembre del año 1826 :

«By the blessings of God, prepare for a trip to Jerusalem. Get letters of introduction from Lord Auckland for Malta, and from J. Alexander for Constantinople. Study Italian, French, and Hebrew.»

 Viajar de Londres a Jerusalén durante  la primavera de  1827  no era un viaje fácil. Siquiera era una aventura recomendable;  por no decir nada de su larga e incómoda duración, llena de más que probables  imprevistos y presumibles obstáculos.   En aquella época,  para ir desde Londres hasta Jerusalém,  había que atravesar el Canal de La Mancha por Dover , atravesar  toda  Francia -desde Normandía hasta  los Alpes-  en carruajes cargados  con no poca impedimenta, viajar  desde Turín a Milán y  desde Florencia a Nápoles. Allí , un sobrino de Amschel Rothschild los ayudó para  obtener un barco  en el  que navegar hasta Malta. Fueron allí muy bienvenidos, especialmente por los trabajadores de la Compañía de la Seda, a quienes los Montefiore ofrecieron una cena de carne de ternera y cordero, pasta , quesos, sandía y buen vino. También se ofreció de todo aquello a los pobres de la isla y en el salón hubo un baile del que todos participaron cuanto quisieron. Luego, el 2 de agosto, en mitad de la inclemente  canícula maltesa, ayunaron porque era 9 de Av, dice Montefiore en su Diario.

En el Palacio de la Gobernación,  los Montefiore entregaron al gobernador  las cartas de recomendación de  Lord Auckland y Lord Strangford. El gobernador,  F. C. Ponsonby,  les  aconsejó  navegar por el Mediterráneo Oriental  en un barco de guerra a causa de los piratas griegos. En aquellos tiempos, además, los griegos, (con ayuda del Reino Unido, Francia y el Imperio Ruso) estaba luchando enconadamente por su independencia del Imperio Otomano.

Es decir: cuando a bordo de un barco  llamado Leonidas -capitaneado por Mr. Anderson- los Montefiore y dos sirvientes  llegaron a Alejandría el 26 de agosto,   se encontraron en una situación bastante incómoda: por una lado debían guardar una cuarentena de 20 días a causa de una epidemia de cólera; por otro lado,  eran súbditos  ingleses en Egipto, país aliado del Imperio Otomano. Durante el tiempo que estuvieron confinados en  el famoso puerto alejandrino, Lady Montefiore se indispuso y acusó bastante negativamente el cambio de clima, sufriendo a orillas del Nilo  las consecuencias de  los fuertes  sirocos primaverales -el jamsín- algo desconocido para damas acostumbradas a la  climatología a orillas del brumoso Támesis.

 En cuanto la sra. se hubo recuperado de su indisposición,  fueron a visitar  El Cairo para ver  las pirámides y, por cortesía del Sr. Salt, el cónsul general británico, el Sr. Montefiore tuvo el honor de ser presentado a Mohhammad ‘Ali Pasha  , que lo recibió con todo su diván. Les sirvieron café y mediante un intérprete conversaron durante tres cuartos de hora.

 Luego – entre rumores de guerra en las aguas del Mediterráneo- regresaron a Alejandría, donde visitaron todo lo que se podía visitar:  en especial,  las sinagogas. Les encantó celebrar allí Rosh Ha´Shaná y comprobar que el rezo se cantaba igual que en Londres. Tras Kipur y Sucot, Montefiore se lamenta de que nadie quiere correr el riesgo de zarpar en aquella coyuntura socio-política, pero que él no perdía la esperanza de poder llegar un día a Jerusalén a pesar de la epidemia de cólera y las revueltas sirias contra el poder otomano.

  Dos días antes de la famosa batalla de Navarino, esto es el 18 de octubre de 1827 – nefasta para los otomanos y los egipcios-  consiguieron contratar al Henry Williams, un bergantín de 167 toneladas, al mando del Capitán Jones, para llevarlos hasta Yafo (y traerlos de regreso por £ 50. El Leonidas desde Malta a Alejandría había costado 400 )  Según leemos en las reflexones escritas por Judith en su Diario, navegaron con la sensación de haber sobrevivido a las plagas de Egipto y  haber sido liberados, al fin, por el Faraón, para enfrentar lo que para ellos sería su propio Exodo , su particular retorno a Sión.

 El H. Williams atracó en el puerto de Yafo en la mañana del martes 16 de octubre, pero el gobernador del puerto no permitió que desembarcara ningún «franco» de la nao y pidió al capitán Jones que se diera la vuelta de regreso a donde hubiera partido. El gobernador ignoraba que tenían un salvoconducto del cónsul   británico, así que a mediodía pudieron pisar tierra firme. Llegaron a Ramala , exhaustos   tras agotadoras jornadas a lomos de lentos  burros malolientes  , con todo el equipaje sobre  mulas pertinaces agobiadas por alforjas. Al día siguiente, 17 de octubre, a las siete de la mañana , partieron hacia Jerusalén. A las cinco de la tarde, a punto de oscurecer , divisaron las murallas, desmontaron y se pusieron a rezar Arvit  dando gracias de haber conseguido llegar ; luego, entraron en la Ciudad Santa por la Puerta de Yafo y se dirigieron a la casa del sr. Yosef Amzalak, donde se hospedarían. El resto de personal  se hospedó en un monasterio griego.

El 18 de octubre empezó para ellos con el servicio de Shajarit en la sinagoga de Amzalak, junto al presidente de la comunidad sefardí y algunos representantes de la comunidad askenazí. Luego, todos conversaron sobre las grandes penurias que vivían bajo los gobernadores de la ciudad, que los asfixiaban con constantes subidas de impuestos.

La Ciudad Santa les causó gran impresión, sobre todo por  el impacto doloroso de su realidad y,  en concreto,  por  las doscientas judías viudas desamparadas, con  sus retoños, carentes hasta de las más básicas necesidades. Los Montefiore, que aún no se habían comprado el esplendoroso palacio de la reina Carolina en Ramsgate,  el condado de Kent, no estaban acostumbrados a tener tan en frente de los ojos y el corazón  la miseria. Luego fueron a ver el Kotel Ha´Maaraví. Seguidamente supieron que el gobernador les invitaba a tomar café y les manifestó su digusto por alojarse en casa de un judío, pues si el convento griego no les erea suficiente él mismo les habría dispuesto un aposento a la altura de las circunstancias. Montefiore, no dudó en darle las gracias con esta frase:  «Espero vivir y morir alguna vez en la sociedad de mis hermanos de Israel».

Al día siguiente, viernes, Judith, tras quince años de matrimonio pero sin haber tenido la bendición de ser madre, deseó visitar la Tumba de Rajel Imenu, lugar de peregrinación para las que claman por un hijo en sus entrañas. Su esposo fue con Amzalek a la yeshivá de Ets Jaím, que entonces tenía ya una antigüedad de 148 años y fue fundada por un judío sefardí llamado Franco. Tras visitar el Monte de los Olivos, al regresar a casa de Amzalek, se encontró todo dispuesto para Kabalat Ha´Shabat. En la entrada de este día en el diario escribe. «Hacía muchos meses que no estaba tan de buen humor.»

  Todo era propicio para la alegría y el 20 de octubre era el cumpleaños de Judith. Lo celebraron repartiendo dádivas entre los pobres y haciendo donaciones aen las instituciones.

  Al día siguiente era el último día de su estancia en Jerusalén. A las tres de la mañana , Montefiore se levantó de su cama y se unió al gran número de personas que rezaban por su benefactor regreso a Jerusalén. A las siete y media de la mañana partieron hacia Ramle, evitando Abu Gosh, entonces un lugar muy peligroso. A las 10 y media estaban en el puerto de Yafo. Al día siguiente, día del cumpleaños de Montefiore, la entrada del diario dice:

«Este día comienzo una nueva era. Tengo la plena intención de dedicar mucho más tiempo al bienestar de los pobres y asistir a la Sinagoga con la mayor regularidad posible los lunes, jueves y sábados».

Los Montefiore vivieron  la experiencia de forma profunda:  fue tan importante que, cuando el 20 de febrero de 1929 regresan a su hogar,  en su lujosa mansión de Londres, el matrimonio abandonó su anterior estilo de vida -bastante laico-  y comenzaron a llevar,  para los restos,  una vida piadosa,  esmerándose con escrupuloso afán en cumplir todas las normas ortodoxas  de  Kashrut,  Shabat y demás.

La travesía marina de retorno a Alejandría fue pavorosa. Unos barcos turcos los confundieron con griegos, pero no pasó nada; al día siguiente, desde el puerto de Alejandría, vieron cómo se volaba una goleta turca, manifestando su horror cuando visitaron al Sr. y la Sra. Barker, reunidos con el Cónsul de Austria.

Dejaron Alejandría el 7 de noviembre, a bordo de un seguro pero caro barco francés, La Dauphinoise, viéndose sometidos a una tempestad bastante fuerte a la hora de llegar a Malta. De hecho Montefiore apunta en su diario que el resto de su vida, en  Pesaj,  rezará dando gracias por la infinita misericordia del Señor aquella noche en que les salvó de perecer ahogados. Y así fue por el resto de sus días, antes de leer la Hagadá, dar gracias y cantar salmos por lo vivido aquella noche.

Para desembarcar en Malta, directos al lazareto, el edificio en el que desde la Edad Media se confinaban a los viajeros en tiempos de epidemia de cólera. Allí celebraron Janucá. Lo abandonaron el 20 de diciembre. El viernes 11 de enero de 1828,  habiendo zarpado  de Malta el 2 de enero,  arribaron  al puerto de Nápoles, donde fondearon. El señor y la señora Montefiore se dirigieron de inmediato al hotel, donde se encontraron con el barón y la baronesa Amschel Rothschild, su  hijo, el barón Charles Rothschild, y la baronesa Charlotte Rothschild. Les enseñaron Pompeya y Herculano. Montefiore pasó unos días indispuesto en Nápoles y  la señora Montefiore acompañó a la baronesa Charlotte a un baile en la embajada de Cerdeña, al que tanto ella como el señor Montefiore habían sido invitados por el marqués y la marquesa de S. Saturius. La señora Montefiore dijo que había unos quinientos miembros de la nobleza presentes, que habían sido invitados en honor de la princesa Salerno, una hija del emperador de Austria.

El 28 de febrero de 1829 arribaron a Dover sanos y salvos, con todos sus familiares reunidos esperándolos, excepto la madre de Montefiore, a la que fueron a visitar al día siguiente en Londres. Luego, llegaron a su casa en Park Lane para recibir el Shabat. Sería el fin de la primera  de sus siete visitas a Jerusalén.