MAIMÓNIDES Y EL VINO

Maimónides  aconseja el vino como medicina preventiva en sus escritos médicos. «In vino Salus: Maimónides contra el imperio de la tristeza. «


In vino, salus: Maimónides contra el imperio de la tristeza

Betsalel H.G.

 

La modernidad ha tejido suficientes capas sobre el pasado como para hacer casi imposible desentrañar su red de certezas, olvidos y prejuicios sobre el tiempo. Cierto pasado está prácticamente vedado para la mirada moderna y sus herederos. Se precisa hacer un gran esfuerzo especulativo para llegar a intuir siquiera mínimamente el cosmos de complejidades y sentidos que atesoran ciertos textos del pasado que la máscara de la modernidad desprecia con el rictus victorioso de lo superado.

En las líneas que siguen voy a llevar a cabo un pequeño análisis de sólo una porción de una obra médica de Maimónides, El régimen de la salud[1], haciendo especial hincapié en la cuestión del vino. Naturalmente, damos por supuesto que el lector conoce que en la Edad Media la medicina era una disciplina vinculada muy estrechamente a lo político, pues a menudo el médico era también un consejero y, en todo caso, en muchas ocasiones la vida del rey estaba en sus manos. Por otra parte, la cuestión del vino encierra todo un entramado de referencias filosóficas, éticas y en última instancia también religiosas, que vamos también a tratar de desentrañar en parte.

En El régimen de la salud Maimónides escribe algo muy sencillo que, desde la adecuada perspectiva, no deja de resultar misterioso. Es lo siguiente:

Es sabido por todos los médicos que la mejor de las exquisiteces o alimentos está prohibido por la religión de los ismaelitas, me refiero al vino. Alimenta mucho, es bueno, ligero y ayuda a digerir. Con él se ayuda a la digestión, hace salir las secreciones de los poros de la carne, la orina y el sudor. Éstas y otras cosas buenas y muchos de sus beneficios fueron descritos por los médicos. Pero hablar sobre algo no permitido sería un añadido superfluo y por ello eliminamos la mención de sus clases y formas de tomarlo en este régimen de salud.[2]

 

Este pasaje hace referencia al transfondo musulmán en el que el libro fue redactado, en la medida en que El régimen de la salud fue un encargo del sultán Al-Afdal, hijo de Saladino, en cuya corte trabajaba como médico el sabio judío. Por tal motivo, Maimónides expresa paradójicamente lo inoportuno de recomendar un alimento prohibido pese a sus beneficios para la salud. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué nombra uno de los mejores alimentos para la salud con el inútil objetivo aparente de indicar que no va a tratar de sus beneficios, pues no tiene sentido en un contexto hostil de prohibición? No hace falta ser Leo Strauss para conjeturar una respuesta.

Habría en ello quizás una crítica velada al carácter de una religión que prohíbe una sustancia tan beneficiosa para el cuerpo y para el alma como el vino. Ciertamente, existen en la Torá advertencias sobre los posibles efectos adversos del vino que, a simple vista, podrían reforzar la prohibición o condena del vino. Así, en Proverbios 20:1 dice

El vino es burlador, la bebida fuerte causa conmoción, y el que se bambolea con ellos no es sabio.

Este tipo de advertencias poético-religiosas sobre las consecuencias desestabilizadoras del alcochol parecen sustentar la prohibición de su consumo entre los musulmanes. Ahora bien, esto podría considerarse como una interpretación restrictiva de la Ley que desconoce el término medio virtuoso que al respecto también se encuentra en la Torá, precisamente también por ejemplo en Proverbios 31: 4-9. A mi modo de ver, la posición de Maimónides se sustenta en pasajes como éste:

No es para reyes, oh Lemuel, no es para reyes el beber vino, ni es para príncipes el decir: ¿Dónde está el licor fuerte?, no sea que beban y olviden lo que está decretado, pervirtiendo la justicia debida a los afligidos. Dadle licores fuertes al que está por perecer y vino al que tiene el alma amargada. Beba él y olvide su pobreza y no se acuerde más de su miseria. Abre tu boca para el mudo y en la causa de todos los condenados a la destrucción. Abre tu boca, juzga con justicia, defendiendo la causa del pobre y del necesitado.

Así, pues, llevando al extremo la suposición de la crítica velada, podríamos concluir que una doctrina que condena el vino es contraria al justo medio racional que tanto defendiera Maimónides. Basta recordar cómo el Rambam aplica la teoría aristotélica del justo medio en su Ética para concluir que aquí tendríamos un caso de ascetismo extremo que él condenaba como contrario a la fe y la virtud. En el ascetismo contrario a la salud del cuerpo y el alma veía el Rambam trazas de una religión contraria a la Torá, que él siempre comprendió como Ley que ama por encima de todo la vida –tanto del alma como del cuerpo. In vino, salus, podría resumir la actitud del sefardí.

Pero por otra parte, también podríamos interpretar este parágrafo como una invitación indirecta de Maimónides a que sus lectores se salten la prohibición impuesta en beneficio de su cuerpo y de su alma. De hecho, en el capítulo segundo [19] aconseja como de pasada beber “vino para el que pueda tomarlo”.[3] No obstante, esto es sólo una especulación.

Lo que no podemos olvidar es el papel central del vino en el judaísmo. La prohibición del vino se puede interpretar también como una negación simbólica (y algo más) del judaísmo. Por ello, cuando Maimónides afirma que “Es sabido por todos los médicos que la mejor de las exquisiteces o alimentos está prohibido por la religión de los ismaelitas, me refiero al vino”, también sugiere que el sabio (el médico-filósofo) siente que la más excelsa religión es el judaísmo, pues sin vino no hay Shabat. Por ello no puede dejar de citar el vino, aunque el contexto de la obra no parece el más oportuno para ello a primera vista. Habría en este párrafo una firme confesión de fe judaica. Es verdad también que la inclusión del tema del vino viene determinada porque su libro estaba igualmente dirigido a un potencial público más general, no sólo para el sultán y sus familiares, sus primeros receptores. Por tanto, también, su opúsculo quiere llegar obviamente a sus hermanos judíos.

En el parágrafo siguiente [20], Rambam aborda la cuestión de la necesidad de la alegría para curar al enfermo. Sin felicidad no se puede curar el alma, pero tampoco el cuerpo. Recomienda, pues, la audición de música, de “relatos alegres que ensanchen el alma y su corazón.”[4] En este pasaje no cita expresamente el vino, pero es obvia su alusión por la escena que nos dibuja, en donde se canta a la alegría del alma y del corazón del hombre, a la que el judío no puede renunciar por más que se encuentre inserto en un entorno hostil.

Se suele considerar que el capítulo más importante de El régimen de la salud para un lector actual es el tercero, en donde Maimónides aborda el tratamiento de las enfermedades psíquicas. En cierto modo, esto es cierto, siempre que no se deje de poner en relación de fuerte dependencia respecto de los otros dos capítulos precedentes, especialmente el parágrafo 10 del capítulo primero y el 19 y el 20 del capítulo segundo, todos ellos relativos al vino. Debemos practicar aquí una especie de hermenéutica holística que nos libere de la mirada del especialista moderno. Debemos intentar comprender el alma (y sus enfermedades) sin caer en el perspectivismo moderno ni en la eficacia de las divisiones de esferas de acción. La medicina es también filosofía, política, ética y… religión. Si no hacemos este esfuerzo interpretativo de conjunto, el sentido profundo del opúsculo se diluye en los huecos provocados por la segmentación de la racionalidad moderna. Dicho todo esto, estamos pues en condiciones de comprender hacia donde nos lleva el capítulo tercero. Maimónides dice expresamente que este capítulo está dedicado a su señor. Así se titula: “Sobre el régimen de mi señor en particular, sobre lo que le afecta a él.”[5]

Y en efecto, Rambam comienza a abordar directamente las consultas que le plantea su señor y protector musulmán. El lector, pues, comienza a creer que Maimónides se está dirigiendo a Al-Afdal –y no tanto ya al público general, como en los anteriores capítulos. El sefardí parece muy interesado en hacernos creer y sentir como lectores que no nos está ya interpelando a nosotros. Y obviamente, si el lector no padece los mismos problemas intestinales que el destinatario del capítulo, el libro ya no le habla a él. Y si los sufriera, sólo casualmente le podrían resultar relevantes las primeras páginas de este capítulo tercero.

Sin embargo, cuando empieza a tratar los problemas del alma de su señor (no los psíquicos, como desacertadamente podríamos estar tentados a pensar como lectores modernos) nos percatamos de que el interlocutor al que se dirige el Rambam no es tan evidente. De hecho, el texto es lo suficientemente elusivo como para que podamos proponer estas dos hipótesis: 1. Maimónides en realidad no está dirigiéndose a su señor musulmán, sino a los sabios de entre sus hermanos judíos. 2. Se dirige en efecto a su señor musulmán, pero en tal caso, estaría sugiriendo que ignore la prohibición islámica y en su extremo (aunque esta parte de la hipótesis me parece poco probable), el sefardí estaría planteando que la salud final del alma requeriría el abandono del Islam y la conversión a la fe que da vida, que para el cordobés era obviamente el judaísmo. Pero esto último sería ir demasiado lejos en la especulación…

Lo que sí parece claro es que el texto relaciona salud con filosofía y judaísmo. Lo último lo presumimos porque ya lo ha insinuado a través del símbolo del vino. La clave de esta hipótesis podría estar en el parágrafo 14 del capítulo tercero. Aquí Maimónides advierte que el médico no puede curar el alma, si no es también filósofo y algo más: un hombre religiosamente virtuoso.

El médico, por ser médico, no investigará ni enjuiciará la obra de su ciencia para expulsar estas sensaciones [depresivas de angustia y melancolía]. Estos temas se pueden obtener de la filosofía y de la ética.

Los filósofos en sus libros científicos escribieron mucho sobre la necesidad de adquirir y mejorar la virtud y las cualidades del alma, pues de ellas se derivarían buenos actos. Sus enseñanzas en este sentido es que todo el que descubra una mala virtud en su alma debe eliminarla, porque le acarreará muchos males. La ética, las admoniciones y las leyes tomadas de los profetas y sus seguidores y su conocimiento son buenos, pues ayudan a rectificar las cualidades del alma…[6]

Unas líneas antes de esto, en el parágrafo 13, Maimónides había tipificado dos graves enfermedades del alma. Por un lado, se refiere a lo que hoy quizás podríamos señalar como agorafobia, cuando señala “el caso del que se ve afectado por una obsesión o por el deseo de huir de la sociedad”.

Por otro lado, se refiere a la excesiva represión sexual, que también considera como una obsesión insana de “el que se aleja de aquello a lo que antes se aproximaba como los placeres.”[7] Rambam describe así trastornos psíquicos que tenían su correlato político en formas de vida antisociales representadas por los ideales del asceta y el eremita. La crítica contra formas de vida religiosa cuyo arraigo psíquico es enfermizo y antisocial la encontramos también en su Ética. Los ideales ascéticos y represivos eran formas de vida tristes, obsesivas, vidas sin vino, extrañas al judaísmo.

Teniendo todo esto en mente quizás podemos comprender mejor el parágrafo 14 del capítulo tercero arriba citado, en donde Maimónides afirma que la medicina por sí sola no puede curar al melancólico, al triste; el remedio está en la filosofía, en la ética y en “las leyes tomadas de los profetas y sus seguidores… hasta que por ellos se consigue una cualidad respetable que traerá buenos actos.”[8] Aquí entonces cabe preguntarse cómo podía lograr esto su señor musulmán si, por una parte, tenía prohibido el vino, y por otra, o quizás la misma, apenas sabía nada de las “leyes tomadas de los profetas” –pues quien toma bien estas leyes es el judío, no el musulmán, quien confía su destino a las enseñanzas de un falso profeta a menudo calificado como el Demente en otros de sus escritos. Entonces, ¿realmente Maimónides dirige este capítulo a su señor, o está enseñando al inteligente lector judío el lamentable estado en que se hallaba un fiel de la religión de la tristeza y de la falsa enseñanza profética? ¿Podría interpretarse que el interlocutor real de Maimónides son sus hermanos, a quienes muestra el contraejemplo de un enfermo musulmán? La hipótesis de fondo podría ser: No dejemos cautiva nuestra alma por el falso brillo de un imperio de tristeza.

Maimónides dice “las leyes tomadas de los profetas y sus seguidores”. ¿Quiénes son sus seguidores? Obviamente ni el Islam ni el cristianismo. La salud del alma, por tanto, depende de la virtud, pero ésta se adquiere estudiando filosofía y meditando la verdadera Ley. La suma de ambos componentes nos devuelve la imagen del sabio judío, es decir, la propia del filósofo Moisés ben Maimón.

 

[1] Maimónides. Obras médicas I. El régimen de la salud. Tratado sobre la curación de las hemorroides. Herder: Barcelona, 2016.

[2] El régimen de la salud, cit., p. 52, cap. 1 [10].

[3] El régimen de la salud, cit., p. 66.

[4] El régimen de la salud, cit., p. 66

[5] Ib. p. 69.

[6] El régimen de la salud, cit., p. 79

[7] Uno en este punto no puede evitar que surja en su mente la imagen de Agustín de Hipona.

[8] El régimen de la salud, cit., p. 79.