Memorias de Lisa Fittko, judía askenazí, asistente de Walter Benjamin, que salvó a muchos judíos ayudándoles a escapar vía España, incluyendo al propio Benjamin.
Lisa Fittko, nacida Elizabeth Eckstein, nació en 1909, en el seno de una conocida familia de intelectuales del Imperio austro-húngaro; su padre, Ignasz Ekstein era editor de una revista. Su madre era hermana de la pintora Malva Schalek, nacida en Praga en 1881 en una familia que poseía una librería de libros en alemán donde se organizaban reuniones del movimiento nacionalista checo.
La familia de Lisa se radicó en Berlín en la época en que el nazismo se hacía cada vez más poderoso en Alemania. Y ella empezó a participar en movimientos de oposición al nazismo. A principios de 1933, fue denunciada por producir y distribuir panfletos antinazis y huyó primero a Praga .
En uno de estos grupos subversivos conoció a su marido, Hans Fittko, con quien vivió una vida itinerante trabajando por la lucha contra el nazismo: Zurich, Amsterdam, París, Marsella.
En 1940 , escapados de un campo , se instalaron en el bucólico pueblecito de Banyuls-sur-mer , en los Pirineos franceses. Desde donde a través de una red de información se dedicaría a pasar por el monte a miles de judíos que huían del nazismo. Una ruta alternativa a la de Cerbere – Portbou (controlada por la policía franquista) Esta misma ruta fue llamada la Ruta Lister en 1939 (llamada así por el general republicano español que condujo a sus tropas fuera de España al final de la Guerra Civil Española) y luego, en 1940, fue acuñada la Ruta F -por Fry, el periodista norteamericano que desde Marsella coordinaba todo el proceso de evacuación de judíos con ayuda del Joint. Desde el 24 de junio de 2007, este camino se denomina oficialmente «Chemin (senda ,camino) de Walter Benjamin» y se marca como un sendero histórico.
De todos los refugiados a los que ayudó, destaca el nombre inmenso de Walter Benjamin, que llegó a Portbou, España, el 25 de septiembre de 1940.
Ella llevó a Benjamín a España ayudándolo con un pequeño dibujo de la ruta que la alcaldesa Azéma , del pueblo del Pirineo francés, había trazado para ella. . Este fue el primero de sus muchos paseos por los Pirineos.
Benjamin, como sabemos o recordamos, fue encontrado muerto en el pequeño hotel en la ciudad fronteriza de Port-Bou, donde habían llegado la mañana después de que la policía española amenazara con devolverlos a la Francia ocupada. Tras la muerte de Benjamin, al resto de su grupo se le permitió continuar camino hacia Lisboa, donde tomarían el barco que les permitiría poner el Atlántico de por medio entre sí mismos y el nazismo.
Con su esposo Hans, huyeron a Cuba -donde se casaron en La Habana, en 1948- y desde allí entraron a los Estados Unidos. En Chicago, trabajó como corresponsal de lenguas extranjeras y empleada universitaria . Políticamente estuvo involucrada en el movimiento de paz estadounidense. Y allí es donde escribió sus dos famosas memorias , ampliamente traducidas, «Mi travesía por los Pirineos», y «De Berlín a los Pirineos. »
Murió en Chicago a la edad de 95 años, es decir, en 2005. El murió en 1960, honrado por Yad Vashem.
A continuación, un fragmento de la obra,
«(…) Más arriba de la viña hicimos alto en una estrecha loma. El sol había ido ascendiendo entretanto en el cielo y sentíamos calor; seguramente llevábamos ya caminando cuatro o cinco horas. Mordisqueamos las provisiones que yo había llevado en mi musette, pero nadie pudo comer mucho. Durante los últimos meses se habían ido encogiendo nuestros estómagos -primero los campos de concentración, luego la desorganizada retirada, la pagaille, el caos total.
Mientras descansábamos pensé que aquel camino que atravesaba las montañas resultaba más largo y difícil de lo que, ateniéndonos a la descripción que de él nos había hecho el alcalde, habríamos podido suponer. Sin duda se podía recorrer en mucho menos tiempo, pero eso era si uno estaba seguro del camino, no llevaba encima peso alguno, era joven y gozaba de buena salud. Además, las indicaciones de monsieur Azéma acerca de las distancias y los tiempos eran muy elásticas; esto les suele ocurrir a las personas que viven en zonas montañosas. ¿Cuánto duran «un par de horas»?
Durante el invierno siguiente, cuando recorríamos en ocasiones dos o tres veces por semana el camino que llevaba al otro lado de la frontera, pensé a menudo en la autodisciplina de Benjamin. Me acordé de ella el día en que la señora R. se puso a gimotear en plena montaña: «-Ni siquiera ha traído usted una manzana para mí. Yo quiero una manzana». Y también el día en que el señor consejero de gobierno, el Dr. H., tuvo en más aprecio su abrigo de piel que su seguridad (y la nuestra). Y asimismo el día en que a una señorita le entró de repente el vértigo de las alturas y quiso sencillamente morirse. Pero éstas son otras historias.
En aquel momento yo estaba sentada en lo alto de los Pirineos, comía un pedazo de pan que había comprado con cupones falsificados, y empujaba los tomates hacia Benjamin al oír que me preguntaba.-Estimada señora, si me lo permite, ¿puedo servirme?
Así era el viejo Benjamin, ceremonioso como un cortesano español.
De repente, caí en la cuenta de que aquello que había estado mirando medio adormilada era un esqueleto blanqueado por el sol. ¿Tal vez una cabra? Por el cráneo lo parecía. Encima de nosotros giraban en el cielo, que era de un azul meridional, dos grandes pájaros negros. Sin duda eran alimoches. ¿Qué esperaban de nosotros? Entonces pensé: qué extraño, en circunstancias normales me habrían puesto nerviosa los esqueletos y los alimoches.
Nos levantamos otra vez y reanudamos la marcha. Ahora nuestro camino ascendía con suavidad, pero sin duda su dificultad hacía sufrir a Benjamin. A fin de cuentas llevaba caminando desde las siete. Andaba ahora más despacio que antes, y las pausas que hacía eran más largas, pero siempre cronometradas. Parecía estar enteramente absorbido en mantener el ritmo. »