PARASHAT HA´SHAVÚA: «SHLAJ LEJÁ»

Esta semana, la parashá (Shlaj Lejá, שלח לך, Envíate,  la cuarta del Libro de Bamidbar, Números 13-15) que trata sobre la transgresión cometida por los exploradores enviados al otro lado del Jordán para diseñar la estrategia de llegada a la Tierra Prometida. En esta ocasión, por la autora y conferenciante Chana Weisberg.


De Sará a Ioshúa

 

Doré

La lectura de la Torá de esta semana contiene el episodio de los espías que Moshé envió a investigar la tierra de Canaán.

Y Hashem le habló a Moshé, y le dijo: “Tú mismo envía hombres a fin de que reconozcan la tierra de Canaán, que voy a dar a los hijos de Israel; enviarás un hombre de cada una de las tribus de sus padres, cada uno de ellos jefe entre ellos.

Entonces Moshé los envió desde el desierto de Parán, al mandato de Hashem; todos aquellos hombres eran jefes de los hijos de Israel… (Bamidbar 13:1-3)

Diez de los doce espías regresaron con informes despreciativos sobre la tierra, e infundieron miedo y desánimo en el corazón del pueblo. Los judíos reaccionaron con desesperanza y falta de fe en Di-s, y fueron castigados con el decreto de permanecer en el desierto durante cuarenta años. La generación que no quiso entrar a la Tierra Prometida moriría en la naturaleza salvaje.

El grito de desesperanza del pueblo ocurrió el noveno día de av. Di-s dijo: “Ahora lloran por nada, pero yo haré de este día una ocasión para que lloren durante generaciones”. El efecto de su pecado reverbera a lo largo de la historia judía, porque este día ha sido marcado una y otra vez como un día de duelo, tristeza y destrucción.

Dos de los espías, Caleb y Ioshúa, no contribuyeron al informe negativo de sus compañeros espías, sino que intentaron alentar al pueblo para que no perdiera las esperanzas.

Antes de enviar a su discípulo cercano, Moshé agregó la letra hebrea yod a su nombre, que cambió de Oshea a Ioshúa

“A Oshea, hijo de Nun, Moshé lo llamó Ioshúa” (Bamidbar 13:16)

“Ioshuá” se compone de las palabras que en hebreo significan “Di-s te salve”, y al cambiar su nombre, Moshé rezaba por él, para que “Di-s te salve del consejo de los espías”.

El nombre hebreo de una persona tiene un enorme poder y significado espiritual. Es por eso que, cuando alguien está muy enfermo, es costumbre darle otro nombre, como Jaim (que significa “vida”), Refael (“Que Di-s te sane”), o algún otro nombre relacionado con la longevidad o la bendición. Al agregarle otro nombre, esperamos agregar un nuevo canal de energía espiritual y dadora de vida. También Moshé esperaba proveer a Ioshuá de poderes espirituales adicionales para que pudiera resistir al consejo de los espías.

El Talmud explica que la yod que se agrega al nombre de Ioshuá tiene origen en el nombre de nuestra matriarca Sará, y era entonces representativo de sus poderes espirituales. En Bereshit 17 leemos cómo Di-s cambió el nombre de Sarai a Sará al reemplazar la letra ei del final de su nombre por una yod. La yod que se tomó del nombre de Sará cumplió su función generaciones más tarde, al darle a Ioshuá el valor para abstenerse de pecar con los espías.

¿Qué aspecto de los poderes especiales de Sará ayudó a Ioshuá en este desafío?

El Midrash nos dice que si bien el informe negativo de los espías tuvo influencias en casi toda la población masculina, las mujeres conservaron la fe en Di-s y en su promesa, y no participaron del pecado de rechazar la Tierra.

Los doce espías que envió Moshé eran todos, según el testimonio de la Torá, “hombres distinguidos” y “príncipes de cada una de las tribus”, seleccionados especialmente por Moshé para cumplir con esta tarea. ¿Cómo pudieron estos grandes hombres dar un informe tan difamatorio de la tierra de Israel y tener tanto miedo de conquistar sus ciudades fortificadas, en especial cuando habían sido testigos de los milagros protectores de Di-s? ¿En qué pensaban estos grandes hombres distinguidos, príncipes de sus tribus, que los llevó a cometer un error tan profundo que Moshé juzgó tan fuerte como para influenciar a su leal discípulo Ioshúa? ¿Y qué es lo que comprendió la intuición de las mujeres de Israel que les hizo conservar su amor por la Tierra tan fuerte y firme?

La enseñanza jasídica explica que a los espías los motivaba el miedo a la derrota espiritual. En la naturaleza, Di-s proveía de modo milagroso para que el pueblo satisficiera sus necesidades. Había “nubes de gloria” que los protegían de los elementos más duros, el maná proveía sustento físico, el “pozo de Miriam” viajaba con ellos y era una fuente constante de agua, y sus ropas ni siquiera necesitaban remiendos. El pueblo ocupaba su tiempo con el objetivo espiritual de estudiar la Torá. Una vez que entraran a la Tierra de Israel, sin embargo, se enfrentarían con una existencia por completo nueva; los milagros se verían reemplazados por el trabajo físico. Los espías temían que, al estar ocupados en el trabajo de la tierra, no tendrían mucho tiempo ni energía para el servicio divino.

“Es una tierra que devora a sus habitantes” fue lo que gritaron, temerosos, los espías. Querían decir que su preocupación por el mundo material devoraría y consumiría toda su energía para las actividades espirituales. En su mente, la espiritualidad sólo podía florecer con la protección y la satisfacción de las necesidades de nuestro mundo físico.

El enfoque de los espías era errado. Di-s desea tener con nosotros una relación aquí dentro de mundo físico, no fuera de él. Di-s no está fuera de nuestro mundo, sino que se lo puede encontrar dentro de sus dimensiones.

Las mujeres, cuyo rol específico es trabajar dentro de la realidad física para encontrar lo divino, entendieron esto de manera intuitiva. Este conocimiento era parte de su herencia espiritual, transmitida de madre a hija, que deriva del ejemplo de nuestra matriarca Sará.

A lo largo de la vida de Sará ocurrieron en su hogar tres milagros: una nube protectora se situó sobre la entrada de su tienda, sus velas duraron de un shabat hasta el siguiente, y su masa tenía la bendición de mantenerse siempre fresca.

Sará transformó su hogar físico en un santuario espiritual al usarlo para influir en lo que la rodeaba de manera positiva. Las nubes representaban la presencia de Di-s y demostraban cómo ella había infundido una conciencia de Di-s en la realidad física. Sus velas de shabat se mantuvieron encendidas durante toda una semana, lo que demostró que ella había traído una chispa de espiritualidad a la oscuridad y mundanidad de los días comunes. La bendición de la saciedad en su masa representaba el modo en que ella traía un reconocimiento y una sensibilidad de lo espiritual a las necesidades físicas.

El mensaje que se irradiaba de la tienda de Sará era el potencial ilimitado del hogar judío. Sus descendientes, las mujeres de las generaciones del desierto, absorbieron su mensaje y anhelaban ponerlo en práctica en la vida que llevarían en su propia tierra. Esperaban con ansias el momento en el que también ellas pudieran transformar sus viviendas físicas en santuarios espirituales infundidos de divinidad y desplegar la santidad por todo el mundo.

A diferencia de los espías, las mujeres reconocieron que la espiritualidad no está contenida en sí misma, sino que es nuestra responsabilidad cambiar y elevar nuestro mundo. Las mitzvot utilizan la realidad física y natural para hacer de nuestro mundo un lugar que Di-s pueda habitar.

Esta fue la herencia espiritual que las mujeres de Israel recibieron de Sará, y la que le transmitió a Ioshúa al regalarle una letra de su nombre.

Quizás la Torá refuerce esto con la mitzvá de la jalá, ordenada al final de la parashá de esta semana, tras el incidente de los espías.

“De las primicias de su masa elevarán una masa (de jalá) como ofrenda a Di-s” (Bamidbar 15:20).

La mitzvá de la jalá es separar una porción de masa cada vez que mezclamos harina y agua para hacer pan. En los tiempos del Templo, esta masa se le daba a uno de los sacerdotes. Hoy esta pequeña porción se quema, y nadie debe comerla. Aunque tanto hombres como mujeres pueden hacer la mitzvá de la jalá, tradicionalmente las mujeres son responsables de llevarla a cabo, y se la considera una de sus mitzvot especiales, porque están intuitivamente conectadas a su mensaje subyacente.

Al “levantar una masa como ofrenda a Di-s” dirigimos nuestros alimentos, necesidades y urgencias emocionales a un propósito espiritual. La misma masa cobra una nueva “vida”: una vida consagrada a la santidad, dirigida y santificada para un propósito mayor. De este modo, logramos una fusión entre lo físico y lo espiritual.

La mitzvá de la jalá nos enseña que el judaísmo no confina a Di-s al terreno espiritual. Las mitzvot que incluyen actividades físicas hacen de la divinidad el punto central de nuestras vidas. La jalá nos recuerda que incluso dentro del mundo material, incluso al amasar juntos el pan más elemental de nuestra existencia física, debemos cubrir la creación con su misión divina de convertir nuestro mundo en el hogar divino de Di-s.

Al separar el pequeño trozo de masa cruda, negamos el fundamento del error de los espías y recordamos el mensaje de la vida de Sará, que atestigua que no hay rincón de la tierra desprovisto de la presencia de Di-s.

© Chana Weisberg