PARASHAT HA ´SHAVÚA: «BE´HA´ALOTEJA»

Parashá: BE´HA´ALOTEJA-בהעלותך, en tus ascensiones.  Numeros  8:1–12:16. Haftará, Zacarías 2, 14. Darshán: Adi Cangado.


”Las palabras necesarias”

 

“Pensé, “No lo mencionaré, no hablaré más en Su nombre” -pero (Su palabra) era como un fuego furioso en mi corazón, acallado en mis huesos, y no pude aguantarla, estaba indefenso.” (Jeremías 20:9)

 

En este verso describe el profeta Jeremías su experiencia religiosa sobre las cosas que deben ser dichas, sobre las palabras necesarias. Los pensamientos arden en su corazón, un mensaje desea salir; querría tapiar el pozo de aguas vivas pero no puede. Tiene que hablar. En la porción de esta semana, con los israelitas embarcados en su travesía por el desierto, se narran cuatro curiosos episodios sobre la necesidad de decir lo que uno siente.

Resultado de imagen de ‫פסח שני‬‎La primera de las historias nos sitúa en la celebración de la segunda fiesta de Pésaj. Pasado un año desde la salida de Egipto, desde la liberación del yugo de la esclavitud, el pueblo se prepara para festejar la Pascua. En la primera noche de Pésaj aún eran siervos del Faraón; aquella noche, a media noche, dejarían la tierra de las angosturas para ser hombres y mujeres libres. En el primer mes del segundo año, al atardecer del decimocuarto día, deberán sacrificar el pésaj o cordero pascual. Aquí llegan las primeras palabras: palabras de petición, de duda. Había algunos de ellos que eran impuros (que no estaban preparados) porque algún ser querido les había fallecido. ¿Cómo pueden hacer? Acuden ante Moisés y le dicen:

“Estamos ritualmente impuros como resultado del contacto con los muertos -le dijeron los hombres (a Moisés)- ¿pero por qué deberíamos dejar de beneficiarnos y no poder presentar la ofrenda de Dios en el tiempo adecuado, junto con los otros israelitas?” (Núm. 9:7).

 

La segunda historia es la despedida de Jovav, suegro de Moisés. El pueblo se prepara para partir, ¿les acompañará Jovav? Moisés le dice,

“marchamos hacia el lugar del que Dios ha dicho -a vosotros lo daré-, lejá itanu ven con nosotros ve’hetavnu laj y seremos generosos contigo” (Núm. 10:29).

Pero Jovav responde, lo elej “no iré” (Núm. 10:30). Moisés insiste, al na ta’azov otanu “por favor, no nos abandones” (Núm. 10:31). Palabras de súplica del amigo seguidas de palabras de negación, de rechazo, seguidas de palabras de pena, de las que quizás no conservamos la respuesta porque fueron pronunciadas mientras el anciano suegro se alejaba y se perdía su rastro entre las dunas.

La recolección del maná, G. F Tiepolo, 1738
La recolección del maná, G. F Tiepolo, 1738

La tercera historia nos habla sobre la melancolía, el hartazgo y la queja. El pueblo de Israel está en el desierto y recuerda en el paladar los manjares de Egipto: pescado, pepinos, melones, puerros, cebollas y ajo. “¿Quién nos dará carne para comer?”, protestan, “ahora nuestra alma está seca, ¡no tenemos nada salvo este maná para mirar para él!” (Núm. 11:4-6). El pueblo está harto del maná. Están comiendo maná molido, maná cocido, sopa de maná, gachas de maná, galletas de maná, … Ya ni siquiera recuerdan las duras labores fabricando ladrillos ni los malos tratos de los capataces, ni el cansancio que les dejaba casi sin aliento, la fatiga terrible, kótser rúaj, que les impedía prestar atención y escuchar a Moisés (Éx. 6:9). Moisés pierde los nervios y clama al cielo. “¿De dónde voy a sacar carne para alimentar a todo este pueblo?” (v. 11:13). “Mátame, por favor, mátame” (v. 11:15), le dice a Dios. Moisés necesita compartir la carga, y Dios le pide que reúna a setenta ancianos del pueblo y así retirará parte de rúaj “el espíritu” (la carga) que está sobre él y lo hará posar sobre ellos (v. 11:16-17). Pues, ¿qué es el espíritu sino el ser humano en movimiento, la suma de sus obras, el viento impetuoso, carga y cometido del hombre o la mujer justos (santos)? Moisés no soporta ya masá “la carga” (de guiar al pueblo hacia la tierra prometida) y Dios aliviará su rúaj “el espíritu”.

El profeta llama a los setenta ancianos y les hace salir del campamento para ir a la tienda de reunión. Aquí la Torá nos relata lo siguiente

(Núm. 11:25-26): “Entonces el Eterno descendió en una nube y habló con él (con Moisés); retiró parte del espíritu (de la carga) que estaba sobre él y lo posó sobre los setenta hombres sabios, y en el instante en que el espíritu (la carga) descansó sobre ellos profetizaron pero después ya no. Sin embargo dos hombres, uno llamado Eldad y el otro Medad, se quedaron en el campamento; y a pesar de ello el espíritu (la carga, el cometido) descansó sobre ellos -quienes eran de los (setenta) registrados pero no habían salido hacia la tienda- y profetizaron en el campamento.”

Moisés escoge a setenta hombres sabios, ancianos, en el campamento, y sale con ellos hacia la tienda de reunión (fuera del campamento). Pero dos de ellos se niegan a ir. Quedan en el campamento. Mientras los sesenta y ocho restantes profetizan por unos instantes, Eldad y Medad lo harán hasta el día de su muerte. La prueba nos la ofrece la Torá en sus palabras: de los sesenta y ocho se nos dice únicamente que va’yitnabe’ú (וַיִּֽתְנַבְּא֖וּ) “profetizaron”, en pasado; pero un joven corre y le dice a Moisés que Eldad y Medad mit’nab’im (מִֽתְנַבְּאִ֖ים) “están profetizando” en el campamento (v. 11:27), en presente. Están aquí las palabras de cometido, las palabras de masá “carga” y de rúaj “espíritu”, de visión religiosa; mensajes que encerrados en la solemnidad de la tienda de reunión duran si acaso un instante, pero que explicados entre la gente, en el día a día, en el mundo real, perduran.

En cuarto lugar, y ya hacia el final de la porción semanal, encontramos palabras de preocupación, de celo, de humildad, y de envidia. Tras ver a Eldad y Medad como profetas entre los israelitas, Josué y Miriam sienten la necesidad de hablar.

Josué, asistente de Moisés desde muy joven, recela de ellos y le pide que los arreste (v. 11:28). El joven, hijo de la segunda generación, ya no tiene la frescura de su maestro ni su originalidad y es celoso de las instituciones establecidas por Moisés, para las cuales Eldad y Medad pueden ser un peligro. A la preocupación de Josué, Moisés responde con palabras de humildad (v. 11:29): “¿Acaso temes por mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Eterno fuesen profetas, y lo Divino posase su espíritu (su carga) sobre ellos?”. Moisés es humilde. No quiere fama para su persona, sino que ama a su pueblo. Quizás le gustaría ser uno más, y si los demás tuviesen su visión, su espíritu, y compartiesen su cometido (su carga) entonces sería más fácil. No busca engrandecerse sino hacer grandes a otros. Ojalá, dice Moisés, todos los hombres y todas las mujeres fuesen profetas y profetisas. Compartir la carga, el cometido, el espíritu: rúaj. ¡Qué fácil sería, pensará Moisés, si este mismo ímpetu que me empuja a mí empujase a todos!

Según una agadá Miriam, por su parte, estaba sentada con Tsiporá, esposa de Moisés, mientras los dos ancianos pronunciaban profecías. Tsiporá le dice: “¡Míralos! ¡Van a ser profetas! ¡Pobres esposas! ¿También las dejarán como me ha dejado a mí tu hermano?”. Miriam descubre que Moisés se ha divorciado de Tsiporá. Por eso habla duramente con Aarón: “Va’tedaber Y habló Miriam y Aarón (escuchaba) contra Moisés por el asunto de la mujer cushita -a la que había cogido (como esposa, es decir, Tsiporá)-: “¡Él  tiene una mujer cushita!” (Núm. 12:1). Miriam habla, Aaron escucha. ¿Por qué insiste Miriam en que la mujer es de Cush? Quizás porque Tsiporá era extranjera. ¿Qué futuro le quedaba a una mujer divorciada, extranjera y con dos hijos? “¿Habló el Eterno solamente con Moisés? ¿No habló también con nosotros?” (Núm. 12:2), se preguntan los dos hermanos.

Peticiones, quejas, deseos, protestas. La Torá nos narra estas historias de seres humanos que necesitan expresar sus emociones, pero también nos advierte de la fuerza de la palabra. A veces una petición es respondida favorablemente. A los israelitas a quienes había fallecido un ser querido, Moisés les dice que pueden sacrificar el cordero pascual y celebrar Pésaj el decimocuarto día del segundo mes (el 14 de Iyar). Hay súplicas que se pronuncian a sabiendas de que no serán contestadas jamás y que a pesar de ello las hacemos porque sirven para traducir y para aplacar la pena, como la de Moisés a Jovav cuando le pide que por favor no les abandone. A veces la melancolía nos arrebata la razón y deseamos aquello que nos acaba destruyendo. Querían carne para comer y tuvieron carne para comer, pero la carne de las codornices llegadas del mar resultó ser mortal. ¡Tenían maná a mansalva! ¡Habían aprendido a cocinarlo de mil maneras! Pero queremos más y muchas veces queremos mal, pedimos mal y mal nos llega. Eldad y Medad profetizaron, pero sus palabras no están escritas. Ciertas palabras deben decirse por salud, pero no para recordarlas. A Josué su maestro le da una lección de humildad. ¿Y Miriam? Habló y enfermó, porque las diferencias no deben ser comparadas sino comprendidas. Tal vez se hubiese equivocado. Moisés reza para su pronta recuperación. La profetisa, la hermana, es apartada del pueblo. Miriam debe reflexionar. Ella sintió que tenía que hablar. Es humano equivocarse y es humano esperar. El pueblo, por amor, esperó a que ella se curase para continuar el viaje.

Habla. Tenemos que hablar: con verdad, con respeto, con comprensión. Es sano decir lo que se siente, lo que se piensa, desde la verdad, la honestidad y la valentía. Habla desde el espíritu, a través de ese viento impetuoso. Habla pero recuerda esta sencilla sabiduría: aceptar la necesidad y el precio de ciertas palabras, y con humildad acoger la soledad que muchas veces conllevan y el peso de su carga.

© Adi Cangado