PARASHAT HA´SHAVÚA: «JUKAT»

La Parashá de esta semana, חֻקַּת‬ , Jukat, «Decreto», es la sexta del libro de Números, y trata sobre las normas de la purificación y las muertes de Miriam y Aaron, los hermanos de Moisés, que es castigado con no entrar en la tierra de leche y miel,  por el episodio de las aguas de Merivá. Números, 19-1,22-1. Por Adi Cangado.


Tal vez al fin y al cabo la esencia última del judaísmo es la convicción profunda en que todo está necesariamente en relación, pues todo está conectado: en el plano de la naturaleza y de la historia. Nos nutrimos de cuanto nos rodea, en una relación extraña en la que vamos formando en la memoria la simetría de un mundo en constante cambio (a veces me asusta pensar que los átomos son diferentes a cada segundo, hasta el extremo que la mesa sobre la que escribo será, dentro de una hora, y en realidad, una mesa absolutamente distinta). Pero a la vez influimos en el mundo, poniéndolo incluso en peligro de extinción.

Me fascina también la manera en que se va construyendo la memoria. La neurociencia ha llegado a la conclusión de que (creo recordar) solamente el diez por ciento de lo que vemos es captado a cada instante por el ojo humano. El resto es elaboración de nuestra memoria.

Sin duda, estamos sumergidos en las relaciones que establecemos con el mundo que nos rodea, somos el conjunto de esas relaciones, de manera que no existe el ser humano sin más, por sí, sino únicamente en relación a todo lo demás. Pero no nos damos cuenta. Estamos tan absorbidos por la necesidad de lo material, de lo tangible, de lo palpable, de lo físico (y por lo tanto, de lo perecedero y transitorio), que no nos damos cuenta de esas cuerdas que nos unen y nos atan, de las cadenas que nos relacionan o que nos separan. No las sentimos ni las percibimos. Sólo notamos las cadenas si podemos palparlas físicamente con la mano.

Me di cuenta de esto en unas sesiones de outdoor training. En uno de los juegos que nos propusieron los animadores debíamos cogernos de las manos en círculo varias personas y tratar de evitar, con las manos cogidas, que un balón pasase en medio de las piernas de cada uno. Es curioso ver que el ser humano parece como si hubiese perdido parte de su capacidad perceptiva: necesitamos el ejemplo material, tangible, para darnos cuenta de la necesidad de los demás, de nuestra propia vulnerabilidad, y de la influencia que tienen en nosotros sus acciones, buenas y malas.

Tal vez si nuestro cerebro funciona como dicen, si nuestro cuerpo tiene toda una cadena casi interminable de conexiones nerviosas, seguramente nuestras emociones y nuestras acciones estén más relacionadas de lo que jamás habríamos imaginado, incluso aunque muchas de ellas sean contrapuestas, y pasemos de unas a sus opuestas con mucha facilidad, incluso sin darnos cuenta. Resulta paradójico. Pero al fin y al cabo tiene sentido pues en realidad todo está inmerso en el mismo y único proceso al que llamamos Dios, que inmana y trasciende el universo.

La porción de esta semana nos habla de estas conexiones y utiliza para ello la paradoja, acudiendo a un ritual que de entrada nos deja perplejos.

La Parashat Jukat es especialmente importante, pues en ella ocurren algunos de los hitos de los cuarenta años en el desierto: la muerte de Miriam (Núm. 20:1) y más tarde de Aarón (v. 20:25-26), hermanos de Moisés, la conquista de los territorios de los emoritas -Sijón y Og-  y el pecado de Moisés, que no creyó que hablar a la roca sería suficiente para que se transformase en agua, e incumpliendo el mandato del Santo, Bendito sea Él, la golpeó dos veces. A este episodio se le conoce como “las aguas de la contienda”, por las que al Profeta le será vetada la entrada en la Tierra Prometida.

Sin embargo, la porción semanal toma su nombre del ritual de la vaca roja recogido en los primeros versículos. Dice el Eterno a Moisés (Núm. 19:2): «zot jukat ha-Torá este es el estatuto de la Torá que ordenó el Eterno diciendo, “habla a los hijos de Israel y cogerán para ti una vaca roja perfecta que no haya en ella tacha, sobre la que nunca se haya puesto sobre ella yugo””.

El término jukat ha-Torá “estatuto de la Torá”, que da nombre a la porción de esta semana, procede del hebreo jok, “ley o estatuto”. Debemos recordar aquí que la tradición judía clasifica las mitsvot o preceptos de acuerdo a dos categorías: los mishpatim, preceptos que tienen una explicación científica o cultural, y los jukim, aquellos sobre los cuales los sabios dijeron en el Talmud de Babilonia (Tratado Yomá 67b), “no tienes ningún derecho a cuestionarlos”. Como racionalista respondería con aquella frase de Abraham Geiger: sint ut sunt aut non sint. Es decir, tienes dos posibilidades: aceptarlos como son o rechazarlos. Estamos por lo tanto ante uno de estos preceptos sin razón aparente.

Lo curioso de todo este ritual (podéis verlo con una lectura detenida de sus detalles) es que se trata de una ceremonia de ida y vuelta, es decir, se comporta alegóricamente como una cuerda entre dos extremos.

Lo que se hacía era sacrificar a la vaca roja y reducirla a cenizas una vez que se había preparado su carne, y añadir a la vaca ardiendo cedro, hisopo y un cordoncito de color escarlata. De acuerdo a los sabios el cedro simboliza el orgullo y la arrogancia, mientras que el hisopo lo opuesto, es decir, la humildad, y ambos irían unidos con el cordoncito rojo, para enseñarnos que las dos posturas del comportamiento humano pueden conducir al pecado, al error. Dice el Talmud de Babilonia (Tratado Sotá 5a), “aquel (estudioso) en quien hay orgullo merece la excomunión, pero también (la merece) aquel en quien no lo hay”.

Lo más sorprendente de esta ceremonia era que tornaba temeim “impuros” a aquellos que eran tehorim “puros” (pensemos por ejemplo en las personas que incineraban a la vaca, a quien añadía el cedro, el hisopo y el hilo escarlata, o a quien recogía luego las cenizas, o a quien las trasladaba, etc., de todos ellos se dice que deberán lavarse y limpiar sus vestidos, permaneciendo impuros hasta la puesta de sol), pero por otra parte las aguas que se elaboraban con aquellas cenizas purificaban a aquellos que estaban en un estado de tumá, de “impureza” (no cualquier clase de tumá, sino solamente la sufrida por personas que habían estado en contacto con un cadáver o que habían entrado en la tienda de un fallecido). Es como si el ritual entero fuese una cuerda que pone en relación y que conecta lo puro y lo impuro, y a través de la cual se pasa de un estado a otro y viceversa.

Para muchos comentaristas todo este ritual alude de algún modo al arrepentimiento necesario que debe llevar a cabo aquel que se ha equivocado. Toda persona debe girar, dar media vuelta, hacia lo opuesto de sus malas acciones, no para alcanzar el otro extremo (recordemos la máxima rabínica del orgulloso y el humilde citada más arriba) sino para, usando esa “cuerda” que conecta ambas acciones, encontrar el camino correcto, que no es otro que el camino intermedio. Ese retorno, teshubá, es lo que purifica del error (decía el Sforno).

Así, el hisopo y el cedro son los opuestos, pero un cordoncito rojo los unía. El camino dorado está siempre en el medio (dijo el Rambam, Hiljot Daot, 1:3-5). El cordón los unía, y así, quien peca de un extremo, lo usa para girar hacia el otro, y viceversa.

¿Por qué una vaca roja? Debía ser perfectamente roja pues se trata de una metáfora del pecado, de la equivocación humana, como cuando el profeta Isaías dice (v. 1:18), “aunque vuestros pecados sean como escarlata, serán tan blancos como la nieve”. Dicen los sabios que solía colgarse un cordoncito rojo en la entrada del Templo, de lana, durante Yom Kipur, y si al final del día se había vuelto blanco, la gente se alegraba mucho, pero si seguía rojizo, se ponían tristes (Talmud de Babilonia, Tratado Yomá 67a).

Cuando la vaca roja era reducida a cenizas, con ellas se mezclaba agua. Estas aguas de purificación o me jatat recogen también los dos extremos: las cenizas de la vaca roja (el error), y el agua (que es pura), y la mezcla purifica a aquel sobre quien se esparce (y que se transformó en tamé por haber estado en contacto con un cadáver o haber entrado en su tienda). La vaca roja, pará adumá, por lo tanto, era metaher temeim umetamé tehorim pues “purificaba a los impuros e impurificaba a los puros”.

 

La metáfora de este ritual sigue teniendo valor simbólico para el judío moderno. Debemos aprender que existe una conexión muy fuerte entre nuestras buenas y malas acciones, y que los dos extremos pueden estar unidos, y que a veces esas relaciones debemos usarlas para girar en la dirección correcta, hacia el justo medio (Sforno). Aprender que a veces nos despistamos y vamos de las buenas a las malas acciones sin darnos cuenta. Pero también debe llevarnos a la reflexión sobre nuestras acciones en sí mismas. El judaísmo pide de nosotros que cumplamos al máximo de nuestras posibilidades y con simjá “alegría” los cometidos de la Torá, las mitsvot. Pues ellas son la otra manera de acercarse al mundo: no a través de lo físico, no en procura continua de lo material o de lo tangible, sino a través del aprendizaje y la enseñanza de lo espiritual, de lo correcto, lo cual nos lleva a una más profunda comprensión del universo y de las relaciones humanas.

Todo aquel que se acerca solamente a las vanidades de las cosas perecederas de este mundo, sin duda impurifica su corazón puro que es como el santuario del Templo. Pues si los preceptos son la vida, como dice la Torá, ki hu jayejem “pues es vuestra vida” (Deut. 32:47), de quien se aparta de ellos podemos decir que es como si ya hubiese muerto (así lo dice el Talmud de Babilonia, Tratado Berajot 18b). Pero también aquel que entra “a la tienda del fallecido”, que es una metáfora de shojné baté jomer “aquellos que residen en casas de arcilla” (Job 4:19), es decir, quienes no se ocupan en la vida más que de su cuerpo y están inmersos en perseguir solamente experiencias transitorias y tangibles en el mundo, ese que entra en esos lugares, también se impurifica.

La regla del camino intermedio es sumamente sabia, pero el camino debe estar inclinado hacia la dirección correcta, y esa es la que marca la Torá.

Sin más os deseo que tengáis paz en el Shabat! Shabat Shalom umeboraj!

© Adi Cangado

N. Poussin, 1633, Moisés saca agua de la roca.