PARASHAT HA´SHAVÚA: «kEDOSHIM»

Parashá: קְדֹשִׁים, Kedoshim, Santos, Levítico, 19:1–20:27. Haftará sfaradit: Ezekiel 20:2–20. Darshán: Adi Cangado.


“Elogio de la diferencia”

 

Elogio de la diferencia. Elogio del aprendiz. Elogio del buscador. La vida es búsqueda. Buscamos continuamente y tratamos de entender, de hallar respuestas, de dar significados, de tomar un rumbo. También la especie en su conjunto busca, y los pueblos y distintos grupos humanos cada uno a su manera señalan lo más importante en la vida, lo más deseable o elevado, desarrollando así la idea de Dios, y reclaman de los fieles la imitación de Dios. Dios. ¿Cómo podemos saber sobre Dios? ¿Dónde reside? Incluso a Moisés Dios le dice: “No puedes ver Mi rostro, pero haré pasar toda Mi bondad ante ti”. En el judaísmo no existen imágenes para lo divino, sencillamente porque no es posible. Dios no tiene imagen, ni cuerpo, ni forma, ni lugar, ni tiempo: no puede verse. Pero, ¿acaso no es visible? El pueblo judío tiene libros: palabra escrita, palabra leída en voz alta y escuchada, que aprendemos y enseñamos. Incluso el judío en soledad estudia y reza en voz alta. Las palabras son voces que se pueden ver, y las más sublimes, las más importantes, quedan separadas en libros sagrados, diferentes.

La Parashá de Kedoshim es fundamental para entender la espiritualidad judía. El capítulo 19 de Levítico contiene veintitrés versos que poseen una validez intemporal y universal, siempre vivos (1-4, 9-19a, 23-25, 32-37). Aquí se reiteran también los mismos diez mandamientos que se relacionan en Éxodo 20 y en Deuteronomio 5. El Dios de la Torá es palabra: una voz visible, palpable. Moisés escucha atentamente para enseñar a los hijos de Israel, para que guarden y cumplan, y así a través de su ejemplo también sus contemporáneos y sus descendientes. Me parece muy importante reproducir aquí estos versos con una nueva traducción:

“Dios le habló a Moisés, diciéndole que / le hablara a toda la comunidad israelita y les dijera: Debéis ser santos, puesto que Yo, lo Eterno, vuestro Dios, soy santo. / Toda persona debe respetar a su madre y a su padre, y guardar mis Shabatot. Yo soy lo Eterno vuestro Dios. / No torceréis hacia falsos dioses, ni los fabricaréis. Yo soy lo Eterno vuestro Dios. / Cuando recojáis la cosecha de vuestra tierra, no coseches completamente las esquinas de tus campos, ni levantes los tallos que hayan caído, / ni levantes los racimos de uva formados de manera incompleta en tus viñedos. Asimismo no levantes las uvas caídas en tus viñedos. Todo lo anterior debe dejarse para el pobre y el forastero. Yo soy lo Eterno vuestro Dios. / No robéis. No neguéis una demanda justa. No os mintáis uno al otro. / No juréis falsamente por Mi nombre; si lo haces, estarás profanando el nombre de tu Dios. Yo soy lo Eterno. / No retengas injustamente lo que se le debe a tu prójimo. No permitas que el salario de un trabajador permanezca contigo toda la noche hasta la mañana. / No maldigas al sordo. No pongas un obstáculo ante el ciego. Debes temer a tu Dios. Yo soy lo Eterno. / No pervirtáis la justicia. No le des consideración especial al pobre ni le muestres respeto al grande. Juzga a tu pueblo imparcialmente. / No andes como un chismoso entre tu pueblo. No te quedes quieto cuando la vida de tu prójimo esté en peligro. Yo soy lo Eterno. / No odies a tu semejante en tu corazón. Debes amonestar a tu prójimo cuando se equivoca, y no cargar con el error por su causa. / No tomes venganza ni guardes rencor contra tus semejantes; amarás al prójimo como a ti mismo. Yo soy lo Eterno. / Cumplid Mis decretos. / Cuando vengáis a la tierra y plantéis cualquier árbol que dé fruto comestible, debéis evitar su fruto. Durante tres años el fruto no será apropiado y no puede comerse. / Después, al cuarto año, todo fruto de árbol será santo, y será algo por lo que lo Eterno sea alabado. / Al quinto año podéis comer su fruto y así aumentar vuestros cultivos. Yo soy lo Eterno vuestro Dios. / Levántate, para ayudarlo, al anciano, y brinda respeto al sabio. De este modo temerás a tu Dios. Yo soy lo Eterno. / Cuando un extranjero venga a vivir a vuestra tierra, no hiráis sus sentimientos. / Como habitante entre vosotros será el extranjero, como un nativo, como un igual; lo amarás como a ti mismo, puesto que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo soy lo Eterno vuestro Dios. / No falsifiquéis las medidas, ya sea en longitud, peso o volumen. / Debéis tener una balanza justa, pesos justos, una medida seca justa y una medida líquida justa. Yo soy lo Eterno, vuestro Dios, que os sacó de la tierra de Egipto. / Guardaréis Mis decretos y todas Mis leyes, y las cumpliréis. Yo soy lo Eterno.”

Si os fijáis atentamente, hasta en dieciséis ocasiones se repite la frase Aní Ha’Shem o Aní Ha’Shem Elohejem, “Yo (soy) el Nombre” o “Yo (soy) el Nombre vuestro Dios”, con el Nombre divino de cuatro letras, símbolo y fórmula del Eterno acontecer del ser y del tiempo, representación escrita del “siendo” y del “llegar a ser”. La presentación del versículo 19:2 es curiosa:

  • Kedoshim tihiú “Debéis ser santos” – Se nos indica qué/cómo debemos ser/actuar
  • ki kadosh – “Puesto que santo”
  • Aní Há’Shem Elohejem – “(soy) Yo, lo Eterno, vuestro Dios.”

Pero, ¿qué es la santidad sino diferencia, separación? La primera parte de este verso podría traducirse también como: “Debéis marcar la diferencia”. La estructura se repite en quince de los versos siguientes:

  • en primer lugar, la acción que marca la diferencia para imitar lo divino;
  • en segundo lugar, el invisible signo “igual” (=);
  • y al final, como cierre, repetidamente la fórmula Aní Ha’Shem o Aní Ha’Shem Elohejem.

En el judaísmo la idea de Dios queda elevada a la máxima expresión ética, y así los judíos extraen de la naturaleza y de su historia los valores de lo inmemorial y presente, los cometidos para la construcción de la sociedad justa, y en el Eterno acontecer del ser y del tiempo, en el Manantial del que manan el universo y la historia, brota la inspiración que impulsa al pueblo: en el pozo de aguas vivientes se amamanta y en el acto final, en el gesto amable que da expresión a cada precepto, lo Revelado se hace presente, se aparece, y resulta finalmente visible más allá de la palabra. La palabra cumplida (realizada) se nos revela como el rastro visible del que Dios habló a Moisés.

Leíamos los dos primeros versos (Lev. 19:1-2) hace algunas semanas (Éx. 19:4-7). Atem reitem, “habéis visto” los milagros de Egipto: cómo las aguas se separaban y cruzasteis en tierra seca, pero después se cerraron atrapando a los egipcios; es decir, cómo a veces unos sobreviven y otros no, siendo todos ellos Mis criaturas. Fuisteis esclavos y conocisteis el corazón del extranjero en Egipto. Habéis visto. Habéis aprendido. Ve’atá im shamo’a tish’me’ú b’kolí, pero ahora si escucháis Mi voz, u’sh’martem “y guardáis” el pacto, si os comprometéis y lo cumplís, aunque todo el mundo es Mío, les dice Dios, vi’hitem li segulá “seréis para Mí un tesoro”, ve’goy kadosh “y un pueblo santo”, o mejor aún, un pueblo diferente.

Ver. Observar la naturaleza (las plagas). Aprender de la propia historia (la esclavitud, cruzar el mar). Guardar. Guardar para recordar y también para agradecer el haber sobrevivido, el estar vivo. Guardar para recordar el sufrimiento y no reproducir los crímenes en el otro, el prójimo (próximo) y el extranjero (lejano): nuestros semejantes, nuestros iguales. La Torá nos enseña que la santidad, entendida como diferencia o diferenciación, no es cualidad innata del pueblo judío. El pueblo judío no es un pueblo elegido, sino un pueblo elegante (en latín eligens, eligiente, “que elige”). El versículo lo resalta con un “si” condicional. Si escucháis y guardáis. Cuando escucháis, cuando guardáis, sois diferentes.

En Pésaj, la Pascua judía, preguntábamos por qué era diferente aquella noche más que todas las noches, y esta pregunta debemos repetirla a cada instante en cada elección y en cada gesto. ¿Por qué es diferente nuestra vida a otras vidas? ¿En qué debemos o podemos marcar la diferencia? Al cumplir cada precepto antes reproducido, marcamos la diferencia. Marca la diferencia para ser como Dios, como lo Eterno, como lo que es Diferente. “Debéis ser santos, puesto que Yo, lo Eterno, vuestro Dios, soy santo” (Lev. 19:2). En el capítulo 20 (versículos 7, 8 y 26) se subraya el mismo mensaje con la forma reflexiva ve’hit’kadishtem “os haréis santos”, vosotros y no Yo, dice Dios, pues guardando y cumpliendo cada precepto Aní Ha’Shem m’kadishjem “Yo el Eterno os estoy haciendo santos”. La palabra realizada te diferencia, te separa.

Dios no tiene imagen, ni cuerpo, ni forma, ni lugar, ni tiempo: no puede verse. Pero, ¿acaso no es visible? ¿Cómo podemos saber sobre Dios? ¿Dónde reside? Incluso a Moisés Dios le dice: “No puedes ver Mi rostro, pero haré pasar kol tuví toda Mi bondad ante ti” (Éx. 33:18-19a). Cuando marcamos la diferencia en nuestros pensamientos, palabras y acciones, cumpliendo las máximas éticas y espirituales aprendidas de nuestros antepasados, de la observación de la naturaleza y de nuestras propias vivencias, entonces kol tuv toda esa bondad será visible para quienes vengan detrás o después de nosotros o para quienes nos acompañan a lo largo de la vida. Es así cómo lo Divino se hace presente y visible a los ojos de otros, en la búsqueda de lo más elevado, de lo más importante en la vida. Esa huella, ese rastro visible, es la auténtica y única representación posible de lo divino en el judaísmo más allá de la palabra, de la metáfora. De ti depende, al final, en qué medida quieres que acontezca, que sea realmente diferente.