PARASHAT HA´SHAVÚA: «Tazría-Metsora»

Parashá: Tazria-Metsora, תַזְרִיעַ, Concibío. Haftará: se lee la Haftará de Mezorá,  reyes II,  7:3–20. Darshan:  HaGaón HaTzadik Rabí David Janania Pinto shlita


 

“Una mancha de tzaráat que se
encuentre en el hombre, y [éste]
es llevado al cohén…” (Vaikrá 13:9).

La fuerza de la costumbre constituye una de las características importantes que el hombre debe adoptar y moldear en su persona para llegar a adquirirla de forma definitiva. Muchas veces sucede que el
hombre debe afrontar situaciones difíciles que no puede evadir, por lo que debe acostumbrarse a ellas. De la misma forma, debe acostumbrarse a frecuentar el recinto de Hashem y acostumbrar su cuerpo y su
alma a temas espirituales elevados. Así dijo David Hamélej (Tehilim 119:59):

“Pensé mis caminos, y he de volver mis pies hacia Tu testimonio”

Con esto, David Hamélej quiso decir: “Pensé en ir por aquí o por allá, pero, a fin de cuentas, fui al Bet Hamidrash. ¿Y por qué? Porque me acostumbré a ello”. No obstante, así como, por un lado, la costumbre puede ser positiva y buena para el hombre, por el otro, puede producir un efecto indeseado, pues cuando la persona se acostumbra a algo, ello puede llegar a convertirse en algo monótono, y así, a la persona cada día le resulta igual que el anterior. Por lo tanto, lo que antes provocaba en la persona un despertar, una admiración, pasa a convertirse en algo rutinario y trivial. De la misma manera, cuando la persona se acostumbra a algo relacionado con lo espiritual, con el pasar del tiempo, dicha mitzvá deja de provocarle
una admiración o estremecimiento. Por eso, el hombre debe “no acostumbrarse” a lo espiritual; más bien, debe renovar a diario y volver a asombrarse cada día, en condición de “que cada día sean a tus
ojos como nuevos”. Acerca de esto rezó David Hamélej, y dijo (Tehilim 27:4):

“Una cosa pedí de Hashem; eso es lo que he de pedir: sentarme en la Casa de Hashem todos los días de mi vida, apreciar la gracia de Hashem y visitar Su residencia”. David Hamélej, a pesar de haberse acostumbrado a estar en el Bet Hamidrash todos los días de su vida, de todas formas, él quería que esa costumbre fuera en condición de “visitar Su residencia”, y asombrarse e impresionarse siempre como si la visitara por primera vez.

Este tema está insinuado también en la Haftarat Hajódesh (Yejezkel 46:9):

“Y al venir el pueblo delante de Hashem en las festividades, el que venía por el portón norte a prosternarse salía por el portón sur, y el que venía por el portón sur salía por el portón norte; [cada hombre] no volvía por el [mismo] portón por el cual venía, sino por el del frente”.

El Jasid Yabetz en su comentario acerca de Pirké Avot(1:4) explica la razón de esta forma
de conducirse:

“Porque Hashem Yitbaraj fue meticuloso en que un portón no fuera visto dos veces, no sea que, debido a la costumbre, a la persona le pareciera como si fuera el portón de su casa, y las paredes del Bet Hamikdash, como las paredes de su casa, etc. El pecado del becerro de oro radicó en que la tienda de Moshé Rabenu se encontraba en medio del campamento del pueblo, y como ellos la veían todo eltiempo, se hartaron de ella, y dijeron: ‘Hagámonos un dios’. Como Moshé Rabenu percibió que esto causó la transgresión del becerro de oro, colocó la tienda fuera del campamento, lejos”.

La persona debe aplicar esta forma de conducirse—de ver todo de forma renovada siempre— en todo aspecto de la vida, tanto en la Torá como en las mitzvot, y así también en su hogar. La persona no debe
permitir que la costumbre forme parte de su vida matrimonial, ya que ello la llevará a dar por sentado las virtudes de su cónyuge; desde ese instante en adelante, por cuanto cada uno se acostumbró a las virtudes del otro, ya no van a asombrarse o impresionarse de las elevadas cualidades de cada cual, y, por ende, las faltas saltarán más a la vista, pues, por fuerza de la costumbre, lo bueno se dará por sentado. Y ésta es
una fórmula segura que llevará sin duda a la ruptura de la armonía en el hogar, ya que con facilidad los cónyuges llegarán a pleitos y peleas, y, a veces, incluso a palabras desagradables que no tienen fundamento alguno y que ofenden. Así, si la voz no es la voz de Yaakov, entonces —jalila—, las manos de Esav tomarán el control, y la consecuencia nos la podemos imaginar.

Por lo tanto, cada miembro de la pareja debe ver e interiorizar las cualidades de su cónyuge y enfocarse en ellas, y agradecerle a Hashem Yitbaraj por esto. De esta forma, cada cónyuge aprenderá a apreciar
y valorar al otro, y así evitar crear pleitos con facilidad. Y, además, cada uno deberá pensar en lo que escribió Ribí Jaím Vital, ziaa: la persona que quiebra la armonía en el hogar provoca que la Shejiná se aleje, y que el Nombre de Hashem se divida —jas veshalom—, pues si así lo ameritan marido y mujer, la Shejiná se posa entre ellos; pero si hay pelea y pleitos en el hogar, entonces, la Shejiná parte. Y, más aún, Harav Vital escribió que el esposo debe saber que en el Mundo Venidero juzgan al hombre más según su comportamiento con los miembros de su hogar que con respecto a su comportamiento con las demás personas. A veces, el hombre se preocupa con abnegación por otras personas, pero, en cuanto a los miembros de su propia familia, él es como un extraño. Si así se comportare, será juzgado únicamente de
acuerdo con su comportamiento para con los miembros de su familia. El hombre debe interiorizar estas palabras en el corazón siempre, y no dejarse atrapar por las redes del enojo. Debe saber que, al enojarse, está echando de su casa a la Shejiná —jas veshalom—, que en ese momento se encuentra en su hogar.

¿Acaso sabiendo esto, le vale la pena enojarse? El Rambam, al final de Hiljot Tumat Tzaráat, destaca que

“las manchas de tzaráat son una señal y una maravilla para Israel, para advertirle a la persona de que secuidara de lashón hará, pues [en la época del Bet Hamikdash] el que se acostumbraba a decir lashón hará veía manchas de tzaráat en las paredes de su casa. Si se arrepentía, la casa se purificaba, pero si no se arrepentía y se mantenía en su maldad, tenía que cambiar las piedras de las paredes que tenían las manchas. Si aun así no cambiaba de parecer, surgían manchas en objetos de la casa, ya sean de cuero o de tela, sobre los que dicha persona se sentaba o acostaba. Si se arrepentía, todo regresaba a la normalidad; pero si no, le aparecían manchas dolorosas de tzaráat en su propia piel, era aislado de toda la sociedad—incluso de su propia familia—, de modo que no tuviera con quién conversar, ni hablar tonterías y chismes”.

Vemos que el tzaráat no afectaba de inmediato a la persona en su propio cuerpo, sino que le llegaba por etapas. A simple vista, el hombre que veía que le habían arrasado la casa ante sus propios ojos, ¿cómo no habría de abandonar sus malos caminos y dejar de chismear? Y más aún, si también le habían surgido manchas en la ropa y en la piel, al punto de tener que sentarse fuera del campamento, ¿no iba a
volver en teshuvá? Si un hombre en dicha circunstancia no se arrepiente, se debe al tema que nos ocupa. Ciertamente, cuando el hombre comienza a hacer algo malo,con el pasar del tiempo, se termina acostumbrando a ello hasta que no le causa asombro ni miedo. Sin duda, la persona que veía tzaráat en su casa, al principio, se sorprendía de ver aquellas manchas en las paredes. Ciertamente, iba a consultarle al cohén Talmid Jajam para que le dijera de qué tipo de mancha se trataba, si era impura o pura, y le indicara el tipo de arrepentimiento que tenía que hacer, y lo reprochara por sus actos. No obstante, mientras dejaba que pasara el tiempo y no hacía nada, se iba enfriando aquel despertar en teshuvá, aquella emoción que había latido en él al principio. Y si no hacía teshuvá, le surgía tzaráat también en la ropa, con lo que se repetía este ciclo con el que se postergaba su consulta al cohén.



Nosaj yerushalimi sefardí en la voz perfecta de rabi Avi Zarki