PARASHAT HA´SHAVÚA: «TRUMÁ»

Parashá: «Terumá» , Ofrenda, תְּרוּמָה.  Exodo 25:1–27:19. Haftará de Shabat Zajor: Samuel 1,  15:2–34. Darshán: Morenu veRabenu HaGaón HaTzadik Rabí David Janania Pinto shlita


“Y harán para Mí un Santuario,

y Me posaré en ellos”

(Shemot 25:8).

Tenemos que meditar acerca de la razón por la que Hakadosh Baruj Hu pidió que le construyeran una casa en la forma del Mishcán, pues, aun si tomáramos todos los mundos superiores e inferiores, no habría forma de que éstos pudieran contener la inmensidad y la infinidad de Hakadosh Baruj Hu. Éste fue el argumento con el que expresó su asombro Moshé Rabenu. Siendo así, entonces, ¿de qué sirve construir una casa, que, de todas formas, es demasiado angosta y pequeña como para contener la Shejiná de Hashem?

Es sabido que Hakadosh Baruj Hu no le pone a la persona una prueba que no pueda pasar; y todo el mundo tiene claro que la persona no puede pasar una prueba que sea más grande de lo que ella está preparada para resistir. Y también está claro que mientras más grande sea el nivel de la persona, mayor será la prueba, según su nivel. Estando en el desierto, el Pueblo de Israel tuvo el mérito de experimentar una vida de milagros durante todos los años que permanecieron allí, a saber: ni sus vestimentas ni sus calzados se desgastaron, y llegaron al nivel de los ángeles, pues no tenían necesidades fisiológicas; y hablaron con Hashem “cara a cara” respecto de todo lo que concernía a aquella generación. En dicha circunstancia, el Pueblo de Israel, en su elevado nivel, tendría que haber resistido aquella prueba y no construir el becerro de oro, aunque a ellos les hubiera parecido que Moshé Rabenu se retrasaba en bajar. Y la prueba del becerro de oro no fue en verdad tan grande. ¡Al contrario! Ellos debieron haberla podido resistirpor cuanto habían presenciado todos los milagros que Hashem había obrado en su favor. No obstante, al final, la Inclinación al Mal los dominó y tropezaron con el pecado del becerro de oro.

Dice el versículo (Shemot 14:31):

“Y creyeron en Hashem y en Moshé, Su siervo”.

Los Hijos de Israel llegaron a tener fe en Hakadosh Baruj Hu gracias a Moshé Rabenu, quien fue el líder de ellos y quien los llevó a confiar en Hashem. Asimismo, mientras estuvieron en el desierto, todo lo que los Hijos de Israel lograron obtener allí fue en mérito de Moshé Rabenu, ya que, por mérito propio, de los Hijos de Israel, no habrían podido ser merecedores de todos aquellos milagros, pues todavía no habían recibido la Torá. Por ello, todo lo que se les hizo en el desierto, les llegó gracias a Moshé Rabenu, y gracias a él, creyeron en Hashem. Como dijimos anteriormente, la fe que tenían en Hashem había sido por conducto de Moshé Rabenu; pues, la creencia que llegaron a tener en Hashem fue gracias a él y por medio de él. Los Hijos de Israelvieron en él la imagen de la Shejiná, y de ello, absorbieron la fuerza para su servicio a Hashem.

Cuando Moshé Rabenu ascendió a las Alturas, los Hijos de Israel sintieron un enorme vacío, por cuanto todo el servicio de ellos hacia Hashem, hasta ese momento, había sido a través de Moshé Rabenu. Y Moshé —que sabía cuán apegados estaban los Hijos de Israel a él, y que veían en él un modelo espiritual, antes de que ascendiera al monte— les dijo que fueran donde Aharón y Jur, y absorbieran de ellos la fuerza en el servicio a Hashem. Pero ante la ausencia de Moshé, debido a su dependencia absoluta en él, los Hijos de Israel sintieron que se iban a desviar del camino. Y finalmente, cuando Moshé se demoró en descender, allí terminaron de perder todas las esperanzas y, de inmediato, hicieron el becerro de oro.

De este asunto, se aprende un gran fundamento: la persona necesita de un modelo espiritual particular con el cual relacionarse y al cual adherirse. Cuando los Hijos de Israel estuvieron en Egipto, se apegaron a la imagen del faraón, en quien vieron un dios, por cuanto el río Nilo crecía cuando él se aproximaba (ver Rashí en Bereshit 47:10). Y cuando los Hijos de Israel presenciaron que el faraón se prosternó ante Moshé, cambiaron su dependencia del faraón y pasaron a depender de Moshé. Cuando Moshé se demoró en descender del monte, los Hijos de Israel temieron que él, quien los había salvado y quien era su líder, hubiera muerto; por lo tanto, buscaron otra imagen espiritual, una nueva, por cuyo medio pudieran conectarse y servir a Hashem, pues, de no hacerlo, iban a perderse. Con la construcción del becerro de oro, retornaron a la abominación de Egipto a la que habían servido, al considerar el ganado o el rebaño una deidad.

Hakadosh Baruj Hu, que conocía esta debilidad de Su pueblo, quiso desconectarlos de esa costumbre por completo. Por ello, Hakadosh Baruj Hu le impidió a Moshé descender antes de tiempo, ya que sabía que los Hijos de Israel, en el nivel en el que se encontraban, tenían la capacidad de elevarse por encima de la condición en que estaban y podían evitar la construcción del becerro de oro. De esta forma, iban a poder llegar a la conclusión de que tenían que servir a Hashem de forma directa, sin intermediarios. Como los Hijos de Israel no pasaron esta prueba, Hashem le dijo a Moshé: “Ve, desciende, porque se corrompió tu pueblo (Shemot 32:7), y por cuanto ellos ven en ti un líder conector y una imagen espiritual por cuyo único medio se pueden conectar a Mí, ellos llegaron al más bajo nivel, al punto que hicieron el becerro de oro, como las abominaciones que hicieron en Egipto”.

Hakadosh Baruj Hu quiso desconectarlos de ese mal hábito que tenían de adorar lo material, que provenía del hecho de la realidad existente en el mundo. Según esta realidad, la vida del hombre es limitada; la presencia del hombre sobre la faz de la tierra está medida y, a fin de cuentas, el hombre acabará falleciendo. También, la vida de Moshé Rabenu, a pesar de que él era un hombre grandioso en espiritualidad, iba a acabar como la de cualquier otra persona. Y si los Hijos de Israel no se acostumbraban a servir a Hashem cada cual directamente, sin intermediarios, cuando muriera Moshé, ellos iban a encontrarse de pronto perdidos y confundidos, sin la imagen espiritual que los dirigiera en el servicio a Hashem.

Hashem les pidió a los Hijos de Israel que le construyeran un Mishcán, un lugar en donde pudiera posarse Su Shejiná, para que de allí ellos pudieran absorber la fuerza y el poder del servicio a Hashem. Y
Hakadosh Baruj Hu destacó: “Y harán para Mí un santuario, y Me posaré entre ellos”, y no dijo “Me posaré en él”, sino “en ellos”, con lo que quiso enseñar que toda persona tiene que preparar su cuerpo para que sea como un Mishcán, como un lugar en donde se pueda posar la Shejiná, pues aun el Mishcán físico acabaría siendo destruido, y como él, los dos Bet Hamikdash que fueron construidos después. Si el hombre no se capacita para ser un recipiente en el cual pueda posarse la Shejiná, va a encontrarse nuevamente perdido y confundido el día de mañana.

Por ello, el Talmud (Tratado de Avot 2:5) dice:

“En donde no hay [nadie que se comporte como debe comportarse] un hombre, [de todas formas,] procura ser tú un hombre [comportándote como tal]”.

El primer Mishcán se construyó con el objeto de servir de símbolo y ejemplo de cómo tiene el hombre que capacitarse para ser un lugar en el cual pueda residir la Shejiná de Hashem Yitbaraj. Hoy en día, en que no tenemos un Bet Hamikdash por cuyo medio nosotros podamos absorber el máximo potencial del cuerpo y del alma requerido, acostumbramos visitar el cementerio, las tumbas de los Tzadikim, para rezar allí; y el mérito del Tzadik es lo que nos provee el medio por el cual recibir la bendición y la salvación. No obstante, no podemos pensar —jalila— que solo el Tzadik, y no Hakadosh Baruj Hu, es quien nos proveerá la bendición o la salvación que esperamos o necesitamos. Más bien, el Tzadik es tan solo un emisario por cuyos méritos Hashem envía Su salvación