PARASHAT HA´SHAVÚA: «TZAV»

Parasahá: Tsav, צַו. Ordena.  Levitico 6:1–8:36. Hafatrá sefardit de Shabat Ha´Gadol: Malaquías 3:4–24. Darshán : Morenu veRabenu HaGaón HaTzadik Rabí David Janania Pinto shlita


“Ordena a Aharón y a sus hijos,
diciéndole: ‘Ésta es la ley del [Korbán]
Olá’ ” (Vaikrá 6:2).

Rashí Hakadosh escribe: “El término  tzav (‘ordena’) no es sino una expresión de diligencia.

Ribí Shimón Bar Yojay dijo: ‘Siempre que exista la posibilidad de una pérdida monetaria, el versículo menciona el término diligencia’ ”.

Es sabido que de cada korbán los cohanim obtenían ciertas ganancias, pues entre las porciones del korbán que recibían de regalo, una consistía en parte de la carne. La excepción a ello era el Korbán
Olá, que era incinerado en su totalidad sobre el Mizbéaj; lo único que no se quemaba del Korbán Olá era la piel, la cual se entregaba al cohén. La Torá temió que los cohanim fueran negligentes en la ofrenda
del korbán, y por ello vio la necesidad de indicarles que fueran diligentes, ya que, en su servicio, existía la posibilidad de que causaran una pérdida monetaria. Y, obviamente, existe en nuestra sagrada Torá una gran moraleja, que ha de servir como enseñanza a las generaciones por venir. Aun en nuestros días, en que, lamentablemente, no tenemos el Bet Hamikdash, debemos aprender de este mensaje la forma de cumplir el servicio a Hashem. El hombre debe ser diligente en el cumplimiento de la voluntad de Hashem Yitbaraj, y no descuidarlo.

También debe ser diligente en aquella mitzvá que, para cumplirla, se ve obligado, por así decirlo, a incurrir en una “pérdida monetaria”—es decir, una mitzvá de la cual no obtendrá ganancia alguna, sino que, por el contrario, solo invertirá dinero para obtener el medio con la cual cumplirla—. El hombre debe
incurrir en gastos, según su bolsillo le permita, para cumplir las mitzvot. Por ejemplo, sea en la compra de unos tefilín o un etrog hermosos, el hombre debe invertir cuanto más pueda para obtener lo mejor que su presupuesto le permita.

Asimismo, en la mitzvá de tzedaká y jésed, el hombre debe cuidarse mucho de no dejarse incitar por la Inclinación al Mal, que le dice:

“Es un gran gasto de dinero. Tú puedes cumplir la mitzvá de forma más sencilla, incluso con lo mínimo; no tienes que invertir más que eso”.

Más bien, debe echar a un lado argumentos de la Inclinación al Mal y ser diligente en el cumplimiento de
la palabra de Hashem, pues el término tzav es una expresión de diligencia, y la persona debe dar de su dinero con buena voluntad y alegría en el cumplimiento de las mitzvot de Hashem Yitbaraj.

También del Korbán Olá, que era quemado por  completo para Hashem, aprendemos que todas las acciones del hombre deben estar dedicadas por completo en honor a Hashem Yitbaraj; y también cuando
la persona come, bebe, duerme o se ocupa de lo que necesita materialmente, debe poner intención que lo hace, no para su propio deleite, sino con el fin de tener la fuerza y la salud para servir a Hashem Yitbaraj y poder continuar en el servicio sagrado con mayor energía. Entonces, todos sus actos mundanales y materialespasan a ser sagrados para Hashem y son llevados a cabo en nombre del Cielo.

Marán, el Jafetz Jaím, ziaa, solía ir de pueblo en pueblo, de lugar en lugar, con el fin de vender sus libros. Una vez, mientras se encontraba en un hostal en Vilna, llegó un judío de apariencia y conducta vulgar y
materialista, que se sentó a cenar. Le pidió al mesero que le trajera de inmediato un corte de carne de ganso asado y un vaso de licor. Con gran apetito, el hombre se llevó la carne a la boca sin siquiera bendecir; después, bebió el licor a tragos sonoros. Todo ese tiempo, el Jafetz Jaím lo observó, extrañado y sorprendido por lo que estaba presenciando con sus propios ojos. El Jafetz Jaím no pudo contenerse,
e intentó dirigirse a aquel hombre para llamarle la atención acerca de su conducta y comportamiento.
Cuando el dueño del hostal vio las intenciones del Jafetz Jaím, lo detuvo y le pidió que se abstuviera de hacerlo, pues se trataba de un judío ignorante que nunca había aprendido nada. Le dijo:

“Cuando aquel hombre tenía siete años, fue separado de sus padres a la fuerza, junto con otros niños, y llevado a Siberia. Hasta los dieciocho años, creció entre los campesinos de la región, luego de lo cual fue reclutado por el ejército del Tzar Nicolai, en donde sirvió por veinticinco años. Por lo tanto, no es de sorprender que su comportamiento sea tan bruto. Por eso, quizá no haya motivo para tratar de reprocharle por lo que hace; sin duda, todo caerá en oídos sordos”.

No obstante, el Jafetz Jaím se mantuvo en su posición, y siguió empecinado en querer conversar con aquel hombre, seguro de que iba a encontrar la forma de llegarle al corazón. Se le aproximó, le estrechó la mano con un saludo cálido, y le dijo con afabilidad:

“Escuché que, cuando usted era niño, fue tomado de sus padres a la fuerza y, junto con otros niños, llevado a la lejana Siberia. Creció entre no judíos y no tuvo el mérito de estudiar ni siquiera una sola letra de la Torá. De hecho, usted pasó el Guehinam en este mundo, por cuanto los malvados quisieron una y otra vez hacerle abandonar su fe, y le obligaron a ensuciarse con labores prohibidas. A pesar de todo esto, usted ha permanecido judío, y ¡no se dejó persuadir! Yo sería muy dichoso si tuviera méritos como el suyo, y fuera uno de los que ameritan estar en el Mundo Venidero,  como usted. Debe saber que su lugar en el Mundo Venidero es de los más elevados. Allí tendrá el mérito de residir en la compañía de los Tzadikim y Gueonim delmundo. El hecho de haber soportado los sufrimientos que usted tuvo que pasar en favor del judaísmo y en favor del honor del Cielo a lo largo de decenas de años continuos no es nada simple ni insignificante. Lo que usted tuvo que sufrir es una prueba muy difícil, mucho más que la de
Jananiá, Mishael y Azariá”.

Unas lágrimas se asomaron en los ojos de aquel exsoldado, que se había estremecido con las palabras sinceras del Jafetz Jaím, las cuales habían brotado de un corazón puro, y lograron revivir aquella
alma sufrida. Cuando el exsoldado se enteró quién era la persona que le estaba hablando, irrumpió en un llanto incontrolable, y comenzó a besar las manos del Tzadik.

El Jafetz Jaím le dijo:

“Un hombre como tú es de los que han tenido el mérito de ser contado entre los sagrados que entregan sus almas en vida, en consagración del Nombre de Hashem. Si aceptas sobre
tu persona vivir desde ahora el resto de tus días como un judío apto, ¡no habrá hombre más dichoso que tú sobre la faz de la tierra!”

Y, en efecto, aquel judío no abandonó al Jafetz Jaím hasta convertirse en un verdadero báal teshuvá y Tzadik absoluto. Éste es un ejemplo instructivo que nos enseña que la chispa pura del judaísmo está oculta en lo más recóndito del corazón de todo judío; aun cuando éste se encuentre muy alejado de la Torá y las mitzvot, su alma se encuentra aún conectada con gruesas cadenas de amor a la santidad que se posó sobre el Monte Sinai. Esta santidad está arraigada en su ser. Y cuando se lo despierta en Torá y se
le insufla el aliento de vida, de inmediato, se despierta aquella chispa de judío, que se convierte en una llamarada.