PARASHAT HA´SHAVÚA: «VA´ERÁ»

La parashá de esta semana «Va´Erá»,  וארא, (Exodo 6:12-9:35)  que versa sobre el episodio de las plagas en Egipto, por Adi Cangado.


“El dios abatido. El corazón abatido.”

En el Talmud es frecuente que los rabinos se refieran a Dios con el curioso nombre de Makom, que en hebreo significa “lugar”. ¿Por qué? Un jasid dijo una vez, “para enseñarnos que Dios es un lugar para el mundo”. Pero si el Eterno es un “lugar” para el mundo, el mundo (de alguna manera que no podemos alcanzar a entender) reside en Dios. El judaísmo es monoteísta, es decir, Dios es Uno/Único y esto implica que no puedo hacer daño a otro sin hacerme daño a mí mismo. Todo gesto humano, todo acto de bondad y todo crimen, afecta a todos.

 

Dice el Eterno al Faraón (Éx. 7:17 in fine):

 

“(…) Yo golpeo [מכּה] con el cayado que está en Mi mano sobre las aguas del río y se transformarán [ונהפכוּ] en sangre”. Así es como comienzan las diez plagas o makot [מכּוֹת] sobre Egipto.

 

Llama mucho la atención el verbo que utiliza la Torá, venehefejú “y se transformarán” [ונהפכוּ], pues nos indica que este prodigio está en la base y en la causa de las plagas subsiguientes, por eso dice “y se transformarán” [ונהפכוּ], en plural, usando el verbo que procede de la raíz hafejá “catástrofe” [הפכה], del griego κατα-στρεφω. En otro lugar de la Torá ya había aparecido esta palabra, curiosamente en relación al desastre que azotó la llanura de las ciudades de Sedom y Amorá (ver Gén. 19:29).

Sigue la Torá diciendo,

“y los peces que están en el río morirán y se descompondrá [ובאשׁ] el río y no podrá Egipto beber agua del río” (Éx. 7:18).

Cuanto habita el río se descompondrá, pudriéndose las aguas que lleva y causando mal olor (el hebreo bosh es “peste” [באשׁ], ver por ej. Is. 34:3 o Am. 4:10).

“Y dijo el Eterno a Moisés, «Di a Aarón: “Coge tu cayado y pon tu mano sobre las aguas de Egipto, sobre los ríos, sobre los canales, sobre las pozas y sobre los estanques de sus aguas”, y serán sangre y habrá sangre en toda la tierra de Egipto, y en los árboles y en las piedras».” (Éx. 7:19).

Si nos fijamos, será Aarón quien golpee el cayado y no Moisés, y no quiere el versículo decir que fue por aquí y por allá tocando con el cayado cada lugar en donde había agua, sino que dio un sólo golpe (Midrash). Moisés mismo no puede realizar las tres primeras plagas porque están relacionadas con el río y con la tierra de Egipto. El río le ayudó a sobrevivir cuando su madre lo dejó en la cesta, oculto entre los juncos, y la tierra ocultó al egipcio al que abatiera de joven. Por eso debe actuar Aarón en su lugar. Dice el Meam Loez que no debes hacer el mal con tu mano a aquel que, por su mano, tuviste un bien.

Moisés y Aarón reciben el encargo de ir al río por la mañana, pues allí encontrarán al Faraón y podrán anunciarle la primera plaga. Las aguas de Egipto quedaron todas afectadas. Los peces y cuanto residía en ellas murió y se descompuso. Las aguas de Goshen también quedaron afectadas. Allí en donde uno se sentaba, quedaba su ropa manchada. Si cogían agua limpia de los israelitas, pronto se convertía en sangre. Si un egipcio y un israelita estaban en la misma casa compartiendo un barreño de agua y el egipcio venía a llenar su cántaro, descubría que era sangre, pero el israelita bebía agua del mismo barreño. Si el egipcio le decía “dame agua con tu mano” y el israelita sacaba para él agua, se convertía en sangre. Incluso si le decía, “bebamos del mismo cántaro”, el israelita bebía agua mientras que el egipcio bebía sangre (Midrash, Shemot Rabá). Los vestidos y el suelo también estaban manchados, incluso la saliva de los egipcios se había transformado en sangre (Meam Loez). Sin embargo allí en donde nacían las aguas, en la tierra de Cush o Etiopía, el agua estaba limpia. El delta del Nilo era la zona más afectada.

¿Cómo entender o interpretar la primera plaga de Egipto? Aunque queramos darle vueltas y vueltas, la Torá no está describiendo un fenómeno natural. Desde el lugar en el que Aarón golpeó hasta la distancia de cuarenta días de travesía las aguas eran sangre (Meam Loez). A los siete días (¡una semana!), la plaga cesó.

Primera interpretación: El dios abatido

 

Pocas metáforas explican mejor lo conectado que está el universo que el ciclo del agua en el planeta tierra. El agua se evapora y asciende, se forman las nubes y en forma de nieve o lluvia el agua regresa a los caudales de los ríos y a los mares. Es de esa misma agua de la que bebemos y de la que estamos hechos, pues la mayor parte de nuestro cuerpo (nuestras células) es agua. El agua está a nuestro alrededor, mucha en forma de vapor mezclada en el aire que respiramos y en la humedad, e impregnada en la tierra que pisamos. El ciclo del agua explica muy bien la recompensa del justo y el castigo del impío. Los egipcios habían arrojado a los niños hebreos al agua, que murieron ahogados y devorados por los peces y alimañas que habitaban el río. Mientras que durante el diluvio, en época de Noé, los peces se salvaron, aquí ellos sufren las plagas en primer lugar por haber comido a los niños. Los egipcios habían prohibido a las mujeres el ritual de la tebilá “el baño” para que no pudiesen purificarse de su nidá “ciclo” y así tampoco intimasen con sus maridos para procrear. Por la sangre de la nidá, el río se convertiría en sangre. Con sangre de niños judíos se bañaba a diario el Faraón, por la mañana y por la noche, para curar su lepra tal y como le habían aconsejado sus hechiceros. Para ello se asesinaba cada día a 300 niños, 150 por la mañana y 150 por la tarde. A través de la sangre, el rey de Egipto abatió al pueblo de Israel; con sangre recibirá su castigo.

El río era un dios para el Faraón y también para los egipcios. Para ellos, el río Nilo era la fuente de la riqueza y la prosperidad. En una tierra escasa en lluvias, las crecidas del Nilo posibilitaban la agricultura y la ganadería. El Nilo simbolizaba para los egipcios la vida. La vida del egipcio se nutría del agua del río Nilo, es decir, de las aguas más bajas o inferiores del universo (lo material).

El agua que se convierte en sangre extermina a cuanto la habita, creando putrefacción y hedor. El Nilo se había convertido en una fuente de enfermedad y de muerte.

Los egipcios idolatraban al río convirtiéndolo en un dios. Ahora su dios era sangre, es decir, su dios había muerto y ya no podía suministrarles la base del sustento en aquella tierra: el agua. El Eterno está diciendo a los egipcios: solamente hay un Dios que gobierna el universo, y la tierra (y los ríos) me pertenecen.

Segunda interpretación: El corazón abatido

Las diez plagas con las que el Eterno golpeó la tierra de Egipto no pretendían abatir el corazón del Faraón sino el de sus súbditos. El corazón del Faraón está envenenado sin remedio por sus malas obras, y se va haciendo cada vez más duro o pesado [כבד], y en hebreo esta palabra significa también “hígado”. El corazón del rey era como el hígado, que cuanto más lo cueces más endurece (Meam Loez).

Sin embargo, el Eterno quiere despertar el corazón de los egipcios para que puedan retornar y arrepentirse de sus crímenes: abatir su corazón.

El agua es fría. La sangre es caliente. En Egipto el agua está asociada al río, es decir, es agua que procede (espiritualmente) de lo más bajo o de las profundidades inferiores del mundo. El pueblo idolatra al río como a un dios, pues es su fuente de sustento material. La mayor preocupación de aquel pueblo era cómo prosperar materialmente. La frialdad del agua del río Nilo simboliza la frialdad hacia las emociones y la espiritualidad. En cambio, en la tierra de Israel, la tierra espiritual prometida al corazón judío, el agua está asociada a la lluvia que procede de las aguas superiores. Es agua fría también, pero la frialdad de la lluvia simboliza justamente lo contrario que la del río: la frialdad hacia las cuestiones materiales, pues el israelita sabe que en su tierra todo depende de la lluvia, es decir, de los regalos del Santo, Bendito sea Él.

Podemos todavía darle una segunda vuelta y decir que el Nilo simboliza las aguas inferiores (las ciencias humanas) y la lluvia las aguas superiores (la Torá); aquí las aguas inferiores se pudren causando enfermedad y muerte a los hombres que residen en sus litorales, llenando también de hedor (que aquí es símbolo de enfermedad y muerte: la saliva de los egipcios) su interior.

El Eterno necesita despertar el corazón del pueblo egipcio, necesita que su corazón se ablande para que puedan sentir el dolor de las plagas y reparar su daño al pueblo de Israel. Así fue cómo los egipcios de repente podían sentir.

Cuando Israel salga de Egipto, nos encontraremos a las mujeres egipcias entregando regalos, vestidos, cofres y joyas a las mujeres israelitas. La salida de la esclavitud cerrará su relato con un Egipto que ya no valora sus bienes materiales y se desprende de ellos, es decir, un pueblo que ya habrá aprendido la lección con la que el Eterno pretende llenar aquí sus corazones.

 

Sin más os deseo que tengáis paz en el Shabat. Shabat Shalom u-meboraj!

© Adi Cangado