PARASHAT HA´SHAVÚA: «YITRÓ»

Parashá: «Yitró» , יִתְרוֹ,  Exodo  18:1–20:23. Haftará: Isaías 6:1–7:6 y 9:5–6. Darshán:  Morenu veRabenu HaGaón HaTzadik Rabí David Janania Pinto shlita.


“Y le dijo a Moshé: ‘Yo soy tu suegro, Yitró. Vine a ti con tu esposa;
y sus hijos con ella’ ” (Shemot 18:6).

El Midrash esclarece el versículo y dice que cuando Yitró escuchó acerca de los milagros de la partición del Mar Rojo y de la guerra de Amalek, abandonó todo el honor y la riqueza que ostentaba como personaje importante, al ser sacerdote de Midián, y le pidió a Moshé que le permitiera formar parte del pueblo judío para albergarse debajo de las alas de la Shejiná. Explica el Midrash (v. Mejiltá, Yitró 1) que Moshé, al principio, no quiso recibir a su suegro, por cuanto no sabía si su intención era pura e idónea. Yitró se dio cuenta de la indecisión de Moshé, y le dijo:

“Si no quieres aceptarme dentro del pueblo judío por mis propios méritos, por lo menos acéptame por el mérito de tu esposa y sus dos hijos. Y si no quieres aceptarme ni por mis méritos ni por los de tu esposa, entonces, como mínimo, acéptame por el mérito de tus hijos, que son mis nietos”.

Y el Midrash continúa y dice que aun después de estas súplicas de Yitró, Moshé no quiso aceptarlo en el pueblo judío, hasta que Hakadosh Baruj Hu le dijo a Moshé:

“Yo soy tu suegro”.

Y se entiende que la palabra “Yo” hace referencia a Hakadosh Baruj Hu Mismo, que le ordenó a Moshé que aceptara a su suegro en el pueblo judío, a pesar de que Moshé no estaba interesado en hacerlo.

Leí una pegunta citada en el libro Histakel Beoraitá: ¿por qué Moshé se negó a aceptar a su suegro a pesar de que Yitró le había suplicado verdaderamente por su vida, e incluso se había humillado, al pedirle que lo aceptara en el pueblo judío, si no por su propio mérito, entonces, por el de su hija o sus nietos? Se puede responder que Moshé temió aceptar a su suegro debido al érev rav, la multitud mezclada que se había apegado al Pueblo de Israel, como dice el versículo:

“Y también un érev rav (‘multitud mezclada’) ascendió con ellos” (Shemot 12:38).

Cuando el Pueblo de Israel salió de Egipto, muchos de los no judíos se habían asombrado ante los maravillosos y temibles milagros obrados en favor del pueblo judío. Por ello, los no judíos del érev rav quisieron convertirse y sumarse al pueblo elegido, porque los Hijos de Israel habían tenido el mérito de vivenciar milagros como aquellos. Ese érevrav se había unido al pueblo judío, entusiasmado por el asombro y la impresión de todo lo que había presenciado; pero, de hecho, todo ese érev rav no estaba preparado para entregar su alma en favor del cumplimiento de la voluntad de Hashem.

En la Torá, está escrito:

“Y acamparon en Refidim” (Shemot 17:1);

y dijeron nuestros Sabios, de bendita memoria (Tratado de Bejorot 5b), que en todo el desierto no hay ningún lugar llamado Refidim. La Torá escribió como si ese fuera el nombre de aquel lugar en el que acamparon con lo que la Torá quiere enseñarnos que los Hijos de Israel rafú (ופר’ :aflojaron’) su aprehensión de la Torá. Y hace falta comprender cómo puede ser que la generación del desierto —una generación que conoció y vio con sus propios ojos todos los milagros que Hashem hizo para ellos— hubiera aflojado en la Torá.

La explicación es que el Pueblo de Israel recibió una mala influencia de aquel érev rav, que había salido con ellos de Egipto. Ese érev rav causó estragos en el viñedo de Israel, y enfriaron el temor del Cielo que se había posado en el seno de los Hijos de Israel por medio de los acontecimientos milagrosos que los habían acompañado todo el camino. Y por cuanto los Hijos de Israel habían aflojado en cuanto a la Torá como consecuencia de la mala influencia del érev rav, ellos llegaron a hacer la imagen del becerro de oro, e incluso los amalekim se levantaron para enfrentarlos con la intención de aniquilarlos. Moshé Rabenu, quien se había percatado de los resultados desastrosos de la inserción de aquellos no judíos en el Pueblo de Israel, temió aceptar a su suegro Yitró, quien, en el pasado, había sido sacerdote de Midián y no había dejado idolatría alguna en el mundo sin adorar. Y, además, Yitró había sido uno de los consejeros del faraón. Por ello, Moshé no sabía si aquel entusiasmo de Yitró por sumarse al Pueblo de Israel era solo consecuencia del momento —como consecuencia de los milagros de la partición del Mar Rojo y la guerra de Amalek—, que podía desgastarse después de transcurrido un tiempo corto; o, quizá, dicho entusiasmo sí era poderoso e iba a acrecentarse aún más y desarrollarse, conforme Yitró ahondara en su identidad judía y se adhiriera más a los Hijos de Israel. Tan grande era el temor de Moshé Rabenu respecto de la influencia de los conversos para mal —los cuales, a veces, son difíciles para Israel como la soriasis—, que Moshé estaba dispuesto a no aceptar a su esposa y a sus hijos, con tal de que el Pueblo de Israel no fuera afectado para mal por su suegro, quien había sido sacerdote de Midián y quien había practicado toda idolatría en el mundo. Solo después de que Hakadosh Baruj Hu interfirió en favor de Yitró y le aseguró a Moshé que su suegro, en efecto, estaba sinceramente interesado en acercarse al pueblo judío de todo corazón —y no solo que no iba a ser una mala influencia para el pueblo judío, sino que, al contrario, su inserción iba a beneficiar a los Hijos de Israel grandemente—, entonces, Moshé Rabenu aceptó la conversión de su suegro.

Y, en efecto, Yitró llenó las expectativas que tenían de él y benefició a los Hijos de Israel con aquella idea que le aconsejó a Moshé Rabenu de nombrar oficiales de miles, de centenas, de cincuentenas y de decenas. Dicho consejo surgió con el fin de mejorar la situación con la que se había encontrado Yitró al llegar, en la que Moshé era el único que juzgaba todas las necesidades del pueblo, tanto las de gran envergadura como las más pequeñas; en esa situación, ni el pueblo ni Moshé Rabenu iban a poder resistir mucho tiempo. Cuando vio que Hakadosh Baruj Hu atestiguaba en favor de Yitró, diciéndole que sus intenciones eran puras, y que no era como aquel érev rav que había causado mal al Pueblo de Israel, Moshé Rabenu se apresuró a salir al encuentro de su suegro, y lo recibió con calidez y buen semblante, como dice el versículo (Shemot 18:7):

“Y salió Moshé al encuentro de su suegro, se prosternó y lo besó; y se preguntaron uno al otro por su bienestar”.

Con estas palabras, podemos dilucidar por qué, a pesar de que ya había mencionado los nombres de los hijos de Moshé, la Torá los repitió, y cuál fue el origen de aquellos nombres: Guereshom, “porque guer (‘residente’) fui en una tierra extraña” (Shemot 18:3); y Eliézer, “porque Elo – hé (‘el Dios’) de mi padre fue mi ézer (עזר’ :ayuda’) y me salvó de la espada del faraón” (Shemot 18:4). Y la dilucidación al respecto, el hecho de que Yitró mencionó los nombres de sus nietos, fue para demostrarle a su yerno que él (Yitró) era meticuloso en la educación pura de sus nietos, y no había tratado de influenciarlos para que hicieran idolatría. Y como prueba de ello, sus nietos todavía conservaban sus nombres judíos originales.

Si, por el contrario, en calidad de abuelo, él hubiera intentado influenciar en sus nietos para que hicieran idolatría, ellos no habrían podido oponerse al “sacerdote de Midián” y habrían perdido sus nombres judíos. Yitró quiso insinuarle a su yerno con ello que, así como cuando él (Yitró) era un no judío no había buscado influenciar para mal a sus nietos, con más razón, ahora que quería unirse al pueblo judío, no tenía intenciones de causar un defecto en la espiritualidad de ellos o del Pueblo de Israel, y desviarlos del
sendero correcto. Y, efectivamente, estas palabras de Yitró surgieron del corazón y fueron como mil testimonios de que él decía la verdad. Por eso, Hakadosh Baruj Hu salió en su ayuda y le dijo a Moshé que lo aceptara, porque se trataba de un guer tzédek (‘converso justo’), con intenciones sinceras y puras, y no de un érev rav, cuya unión al pueblo judío había causado un gran daño.