VISIÓN JUDÍA DEL SER HUMANO Y DE LA HISTORIA

Por Adi Cangado



La primera enseñanza de la Torá sobre la naturaleza humana es que el ser humano fue creado a imagen de Di-s. “(…) Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza” (Gén. 1:26). “Y Di-s creó al hombre a Su imagen, a Su imagen lo creó: hombre y mujer los creó” (Gén. 1:27). Pero debemos preguntarnos, ¿qué implica el haber sido creados a imagen de Di-s? En primer lugar implica respeto. Debemos respetar al otro y su dignidad, pues él es nuestro hermano. En segundo lugar significa igualdad, para que nadie pueda decir “mi padre es mejor que el tuyo” (Mishná Sanhedrín 4:5). También, en tercer lugar, implica que debemos imitar a Di-s, pues ello nos habla de lo más íntimo de la humanidad, “como Di-s es misericordioso, tú has de serlo también; así como Él es justo, sé justo tú también” (Talmud de Babilonia, Sotá 14a). En cuarto lugar, ser a imagen de Di-s quiere decir que también albergamos parte de Su eternidad, pues “Tú le has hecho (al hombre) un poco menos que divino, y lo has coronado con gloria y honor” (Salm. 8:5).

 

“Y dijo Di-s: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza” (Gén. 1:26). Tanto el Midrash como la traducción al arameo del Targum Yonatán interpretan ese “hagamos” que está en plural como si Di-s estuviese conversando con los ángeles. En cambio el Rabino Harold Kushner ofrece otra lectura más literal. El Eterno ha creado a las plantas, las aves, los peces y demás animales, ¡y es a ellos a quienes se dirige! “Hagamos al hombre”, para que éste sea parecido a ellos pero también a Di-s: entre lo físico y lo espiritual. A Di-s el resultado le gustó mucho, pues dijo que era muy bueno, ve-hiné tov meod (Gén. 1:31). El hombre, adam, es creado a partir de la tierra, adamá, tomada de distintos rincones del planeta, para que el ser humano se sienta allá donde vaya como en casa, y también como lección de igualdad entre los distintos pueblos de la tierra.

 

Esta primera metáfora también es interesante desde esta otra perspectiva. En el relato de Génesis, ¿qué ha estado haciendo Di-s hasta que creó al hombre? Crear, y el ser humano también puede crear. A diferencia de otras especies, el ser humano es creativo y, por lo tanto, similar a Di-s.

 

En la Torá, en el libro de Génesis, encontraréis el famoso episodio del árbol del jardín de Edén y el fruto prohibido. A diferencia de otras religiones, el judaísmo no entiende este episodio como un relato de decadencia, caída o castigo, sino como el punto de inflexión y de madurez que conduce a la humanidad tal y como la conocemos: con libre albedrío. En el centro del jardín al que Di-s lleva a la primera pareja humana hay dos árboles, pero el texto no explica si se pueden diferenciar o no. El árbol de la vida o ets ha-jayim y el árbol del conocimiento del bien y el mal o ets ha-dáat tov va-raestán juntos, tal vez confundibles con facilidad. El Eterno prohíbe comer del árbol en el centro del jardín. Por curiosidad Eva come del fruto que le desvela el conocimiento, y a través del conocimiento (de la consciencia) descubre su propia desnudez y después también la vergüenza, el dolor y la mortalidad. El ser humano fue creado libre y consciente del mundo que le rodea. Esto le permite elegir, le hace errar y equivocarse, pero también le da el potencial para llegar a ser justo y recto.

 

El judaísmo enseña que el ser humano es capaz de las hazañas más nobles y heroicas, de los actos más profundos de bondad y compasión, pero también de las más terribles atrocidades. Los rabinos abordan esta doble capacidad con las ideas de yétser ha-tov “la buena inclinación” y yétser ha-ra “la mala inclinación”. Puede discernir entre lo que es y lo que no es, y entre lo que es puede elegir lo mejor y lo más noble. Puede también equivocarse o hacer daño, pero siempre puede rectificar, reparar el mal causado y retornar (aquí nace la idea judía de teshuvá, “retorno” o “arrepentimiento”).

 

Al tener el ser humano esta doble capacidad, la historia humana también contiene etapas de paz, de prosperidad y de progreso, y también persecuciones, crímenes y guerras. Sin embargo el judaísmo es optimista en cuanto a su visión de la historia humana. Los judíos creemos que el conjunto de la historia, con sus tropiezos, inspira evolución y progreso, y que al final, con el esfuerzo de todos, será posible alcanzar una era dorada (la Edad Mesiánica) en la que impere la justicia social, la paz y la convivencia entre los pueblos.

Shalom ve-kol tuv,