Y por eso usó su poder aristocrático en Barcelona para financiar cuanto proyecto antisemita se puso a su paso.
El marquesado de Comillas lo creó Alfonso XII para agradecer a un indiano -huido de España a Cuba por entuertos con la Justicia. Casado con una altoburguesa barcelonesa, Luisa Bru, fue un próspero empresario y luego banquero que tuvo mucho que ver con la implantación del ferrocarril en España pero también, dicen, con la trata de esclavos en Cuba. Y padre de Claudio López Bru, segundo Marqués de Comillas, nacido en Barcelona el 14 mayo de 1853, fue el sucesor y heredero de su padre en la fortuna familiar y en la dirección de las numerosas empresas.
D. Claudio hizo derecho en la Universidad de Barcelona y se casó con una Dama de la Reina, María Gayón Barrie, con la que no tuvo descendencia porque decían vivían en santidad. Y presidió las empresas que heredó de su padre como la Compañía Transatlántica Española, la Compañía General de Tabacos de Filipinas, los Ferrocarriles del Norte; también dirigió las empresas que añadió él a su fortuna como: la Hullera Española, cuyas explotaciones se ubicaban en los concejos de Mieres, Lena y Aller (Asturias); la Banca López Bru, la Constructora Naval y el Banco Vitalicio (Compañía de Seguros).
Pero también se dedicó a militar en la parte más integrista del catolicismo de su época. Y cuando en la calle del Príncipe se inauguró la sinagoga, participó en el sector reaccionario y crítico. La revista de la orden agustina La ciudad de Dios publicaba artículos del padre Florencio Alonso con el elocuente título de «La dominación judía y el antisemitismo», siempre aludiendo abiertamente al «carácter nocivo de los hebreos y la necesidad de marginarlos de una sociedad sana». La revista la pagaba D. Claudio.
El sector más nacional-católico de los intelectuales se unió a esta ola de antisemitismo desde la Universidad Pontificia de Salamanca, donde un catedrático llamado Joaquín Girón llegó a calificar a los sefardíes de «lepra inmunda». Fue muy aplaudido por otros profesores, que no dudaron en llegar reivindicar la expulsión de los Reyes Católicos como uno de los hitos memorables de nuestra historia, e incluso pidiendo su repetición.
Por su fuera poco, los escaparates de las librerías se llenaron de libelos culpabilizando a los judíos de todos los males españoles tras la pérdida de las colonias.
En este ambiente nació en 1912 la Liga Nacional Antimasónica y Antisemita, fundada por el sevillano José Ignacio de Urbina para defender y fomentar sin disimulos el odio a los dos grupos, que de esta manera -sin ninguno vínculo real que los pudiese relacionar- aparecieron unidos una vez más ante el público en el lado del Diablo. 22 obispos lo apoyaron a través de El Provisor, el Patronato Social de Buenas Lecturas, junto a La Cultura Popular, Pan y Catecismo, La Buena Prensa y el Buen Libro, El Fraile y la Revista Católica de la Publicaciones Sociales: todo pagado con el dinero de don Claudio López Bru.
La revista católica de las publicaciones sociales, fundada por el propio marqués, tuvo como director al antisemita José Ignacio de Urbina. Contaba con su propia imprenta y era mensual. Estuvo dirigida al clero, a los capitalistas, a los patronos y especialmente a los obreros para enseñarles la doctrina social que impulsaba desde Roma el Papa León XIII; a la vez se convirtió en el medio donde los teóricos carlistas y los caciques conservadores expresaban su punto de vista sobre la sociedad.
Y esto era lo que daban a leer a los mineros en las Cuencas asturianas a principios de siglo.
También fue el promotor de unas Misiones Católicas Franciscanas de Tánger, donde es sabido que había una judería enorme , proyectadas por el arquitecto Antoni Gaudí, que finalmente no se llevaron a cabo.