
Sobre cómo los judíos de Venecia asistieron a la quema de miles de libros de El Talmud.
La serenísima república de Venecia, dueña y señora de los mares de la cuenca mediterránea durante el medievo, fue una ciduad-estado de esplendor comercial, colonial y cultural cuyo declive se produce con la caída de Constantinopla a manos de los otomanos y a la apertura de nuevas rutas mercantiles en el Nuevo Mundo a manos de españoles y portugueses. Pero también en mitad de todo esto, por el éxito de la aparición de la imprenta a mediados del S XV: ese punto de inflexión que marca el cambio de etapa histórica.
La imprenta conllevó que por todo Europa proliferaran las primeras casas editoriales y que las familias, hasta entonces acostumbradas a tener en sus casas muy pocos libros -eran carísimos- ahora pudieran acceder a la cultura escrita sin pasar por un monasterio. Los judíos, siempre a la vanguardia de las innovaciones tecnológicas, rápidamente comprendieron la utilidad de la imprenta y las editoriales para la mitzvá del estudio de La Torá y El Talmud, así como para la difusión de su exégesis, que no es sino otra llave para los estudios. El historiador S. Graetz dijo al respecto : “Los jóvenes judíos asistían a las universidades italianas y adquirían una educación más liberal (…) y pronto surgieron imprentas en muchas partes de Italia: en Reggio, Ferrara, Pieva di Sacco, Bolonia, Soncino, Ixion y Nápoles. (Hª de los judíos: desde los primeros tiempos hasta la actualidad , Vol. IV , 1904.)
Pero Venecia, que por entonces incrementaba su pobalción hebrea con los sefardíes, era una excepción: se negó a conceder licencias para la apertura de editoriales judías. Es más, tenían que vestir con distintivos especiales y por si fuera, desde 1515, poco tenían que vivir en el gueto, que entonces era la zona más inmunda y arrabalera de la ciudad, inhabilitados para el ejercicio de muchas profesiones, sobre todo para el cargo público.
Daniel Bomberg, cristiano de Amberes, solicitó a las autoridades abrir una editorial especializada en literatura hebrea. Tras algunos sobornos enormes, en 1515, el año de la creación del gueto, consiguió su propósito y contrató a cuatro judíos en la recién creada empresa. Y fue así como empezó a editar El Talmud con gran esmero y profesionalidad. Fue un gran éxito entre las familias judías de Venecia e incluso en otras partes de Italia. Venecia se convirtió en epicentro de la editorial hebrea, donde se publicaba a rabinos del Magreb o de Eretz Israel.
Algunos clérigos cristianos, como fray Bernardino de Feltre, dominico inquisitorial que incluso tuvieron que sancionar en diversas ciudades por sus excesos antisemitas, decía que todos los males provenían del apogeo de la literatura hebrea. Solomon Graetz dice : “La posición relativamente segura y honorable de los judíos en Italia no dejó de despertar contra ellos la ira de aquellos monjes fanáticos que buscaban encubrir, con el manto del celo religioso, su conducta disoluta o la parte ambiciosa con la que se ocuparon de los asuntos mundanos.” Bernardinus tuvo éxito en Pisa y en Venecia, pero sobre todo en Trento: un bebé cristiano fue encontrado muerto y Bernardino culpó a los judíos, quienes fueron todos encarcelados y torturados. El bebé fue beatificado por la Iglesia como Simón de Trento, mientras que los judíos fueron desterrados de volver a vivir en la ciudad.
En Venecia seguían proliferando las editoriales cristianas de literatura hebrea, como la de Marco Antonio Giustiniani en 1554. Era el máximo competidor y hasta enemigo de Bomberg, al que de hecho llevó a la ruina contratando a cripto-judíos que habían sido educados en hebreo en su infancia. Otra editorial era la de Alvise Bragadin, que se inaguró con la edición de Mishné Torá de Ha´Rambám, copia de la Bomberg y con licencia y aplauso del rabino mayor de Padua. Giustiniani decidió hundir a Bragadin imprimiendo su edición de Mishné Torá, vendiéndola a menor precio y desacreditando la presunta erudición del rabino de Padua. Este se puso en contacto con un rabino primo de Carcovia que dictaminó que el judaísmo prohibe la competencia desleal y que la versión legítima era la de Bragadín (que recordemos ni siquiera era judío)
Lo que ocurrió es que ambas ediciones se enfrentaron entre sí ante la Iglesia, que los acusaba a su vez de andar propagando cultura herética. Los inquisidores italianos escucharon las pruebas presentadas por Bragadin y Giustiniani, así como también por los judíos apóstatas que agruparon para su causa, hombres que le habían dado la espalda al judaísmo y estaban demasiado ansiosos por demostrar su buena fe cristiana denunciando a sus compañeros judíos. Finalmente, en agosto de 1553, los inquisidores italianos emitieron su fallo: todas las copias del Talmud debían ser quemadas. Cualquiera que encontrara escondidos volúmenes de esta obra sagrada judía sería encarcelado. Quienes informaran sobre sus vecinos recibirían una recompensa económica.
La primera ciudad italiana en encneder las hogueras fue Roma durante la festividad de Rosh Hashaná. Las autoridades inquisitoriales irrumpieron en todos los hogares judíos de la ciudad y confiscaron no solo El Talmud sino todos los libros en hebreo que pudieron encontrar. Fueron quemados en una enorme hoguera en la céntrica plaza pública Campo di Fiori de Roma. Un par de semanas después, una hoguera similar consumió los libros judíos en Bolonia. Un mes después, en el mes amarago de Jeshvan, los Inquisidores pusieron su mirada en Venecia; y la hoguera, en la que ardieron miles de volúmenes talmúdicos, se armó en la Plaza de S Marcos. Y además se promulgó la prohibición de editar esa obra tan fundamental para el intelecto hebreo. El gueto veneciano estaba sobrecogido.
Fue así como las editoriales de Tesalónica se vieron moralmente obligadas a cubrir el vacío dejado en Venecia. Por entre los canales de La Serenísima circulaban, a escondidas, copias de los libros del gran rabino medieval norteafricano Yitsjak ben Yaacov Alfasi. Venecia jamás recuperó su posición prominente en el mundo editorial hebreo. Y el trauma perduró en la comunidad de los judíos venecianos durante generaciones, incapaces de olvidar lo que habían visto sus ojos aquel día de 31 de octubre de 1553.