Tal día como hoy, pero en 1328, se ejecutaba una de las mayores matanzas de judíos de la Península Ibérica, promovida por un franciscano llamado Pedro Ollogoyen.
Carlos IV de Francia, que era I de Navarra, conocido como Carlos El Hermoso, al fallecer sin heredero varón, propició un tiempo de inestabilidades políticas; fray Pedro de Ollogoyen, de la Orden de los Frailes Menores, la más importante facción de los franciscanos (custodios de los Santos Lugares en Tierra Santa) aprovechó el momento de las pugnas por la sucesión para encender los ánimos de una masacre contra los judíos navarros.
Para ello, reclutó a miles de personas dispuestas a atracar las juderías de muchas villas navarras, sin tener escrúpulos con asesinatos y forzando a una parte sus habitantes a huir al vecino Reino de Aragón , donde gozaban de la protección del rey.
Estella, Villafranca, Puente la Reina, Funes, San Adrián, Tudela, Pamplona, Marcilla o Viana corrieron esta funesta suerte.
Ollogoyen lideró en persona, con su sotana marrón, la revuelta de Estella, que concluyó con el asalto de la aljama donde, a pesar del gran esfuerzo de defensa de los judíos, los asaltantes lograron entrar , provocando una matanza. Las Cortes de Navarra sancionaron al concejo de Estella con una multa y sesenta ciudadanos que fueron hallados culpables fueron encarcelados pero posteriormente liberados, a excepción de Pedro de Ollogoyen que fue encerrado por el obispo en la cárcel episcopal.
El franciscano fue condenado a muerte. Pero por la presión de la Iglesia, los nuevos monarcas Juana y Felipe de Évreux entregaron al reo religioso a la justicia de su Orden, siendo recluido en el convento de los franciscanos de Olite, dice Iñaki Egaña en Mil noticias insólitas del país de los vascos, 2002.
Los judíos, encima, pasaron a ser herencia del rey -todos los bienes fueron confiscados, también los de los que quedaron vivos- y por si fuera poco tuvieron que pagar un total de quince mil libras para sufragar los gastos que conllevaron las fiestas por su advenimiento y coronación. Y los rabinos estaban obligados a anunciar en las sinagogas cuándo se acercaba el día de S. Juan Bautista.
En su libro Zedah-laderek, el erudito e historiador Menahem ben-Zéraj¸hijo del rabino Abraham y superviviente de la masacre, cuenta cómo degollaron a su padre, a su madre y a sus cuatro hermanos.
Y lo peor estaba por venir , en 1391.