JAYEI SARA, POR ADI CANGADO

La Parashá de esta semana, La vida de Sara, חיי שרה, por Avi Cangado -(Bereshit 23:1-25:18 -Haftarah – Melajim Alef 1:1-31 )


 

La porción de esta semana abre con el relato del duelo de Abraham por la muerte de su esposa Sara. Pero ¿dónde estaba Sara? Esta misma pregunta se la hicieron los mensajeros a Abraham cuando lo visitaron tras su circuncisión:
Vayomerú elav -Ayé Sará, ishteja?-
“Y ellos le dijeron (a Abraham) -¿Dónde está Sara, tu mujer?- Vayomer -Hiné, ba-óhel- “y él dijo -Ahí, en la tienda-“ (Gén. 18:9). Con su desaparición, la tienda queda vacía y se apaga la candela que ardía dentro de ella desde la víspera de un Shabat a la víspera del siguiente.
   La Torá no describe la muerte de sus mujeres con tanto detalle como la de sus hombres. De la muerte de la mayoría de mujeres mencionadas en la Torá no tenemos noticia: ni causa, ni lugar, ni tampoco la edad. Ha sido la tradición oral (el Midrash y el Talmud) la que ha tenido que llenar este hueco. La excepción es Sara.
   Cuando Adán muere, la Torá nos dice:
Vayejí Adam sheloshim u-meat shaná, vayóled bidmutó ke-tsalmó, vayikrá et shemó Shet / Vayihiú yemé Adam ajaré holidó et Shet, shemoné meot shaná vayóled banim ubanot / Vayihiú kol yemé Adam, asher jay, teshá meot shaná ushloshim shaná vayamot.
“Y vivió Adán ciento treinta años, y tuvo un hijo semejante a él, a su imagen, y lo llamó Set. / Y fueron los días de Adán, después que nació Set, ochocientos años y tuvo hijos e hijas. / Y fueron todos los días de Adán, los que vivió, novecientos años y treinta años y murió.” (Gén. 5:3-5). El capítulo 5 repite este mismo esquema para todos sus descendientes hasta que llega a Noé. Ni una mujer.
   Después del diluvio la Torá nos cuenta qué fue de Noé:
«Vayejí Nóaj, ajar ha-mabul, shelosh meot shaná va-jamishim shaná / vayehí kol yemé Nóaj, teshá meot shaná va-jamishim shaná va-yamot
“(…) y vivió Noé, después del diluvio, trescientos años y cincuenta años / y fueron todos los días de Noé novecientos años y cincuenta años y murió” (Gén. 9:28, 29).
Esta expresión es común en la Torá, y así nuevamente se repite para todas las generaciones que vendrán después de Noé. Así también, en el capítulo 11, versículos 10 y siguientes, respecto a la descendencia de su hijo Sem. También el versículo 26 del mismo capítulo respecto a la muerte de Téraj, el padre de Abraham.
   Hasta el capítulo 23 no volvemos a encontrar esta estructura. Hasta esta semana no se registra la muerte de ninguna mujer en la Torá. La excepción es Sara:
Vayihiú jayé Sará meá shaná ve-esrim shaná ve-sheba shanim shené jayé Sará
“Y fue la vida (literalmente “Y fueron las vidas”) de Sara cien años y veinte años y siete años, (estos fueron) los años de la vida (lit. “de las vidas”) de Sara” (Gén. 23:1). Las cifras son desgranadas con detalle y después de cada una la palabra shaná o shanim “años”. Cien años. Y veinte años. Y siete años. Al final del versículo se repite nuevamente: “estos fueron los años de la vida de Sara”. Todos ellos buenos por igual (Rashi).
   Vatámat Sará be-Kiriat-arbá, hi Jebrón, be-érets Kenáan, vayabó Abraham lispod le-Sará velibkotah “Y murió Sara en Kiriat-arbá, (que) es Hebrón, en la tierra de Canaán, y vino Abraham para hacer duelo por Sara y llorarla” (v. 23:2).
   Abraham solicita entonces poder comprar un terreno entre los habitantes de aquel lugar para enterrar a “su muerta”. Lo cual nos lleva a los dos temas centrales de la Perashá: la compra de la Majpelá (en Heb. Mearat ha-Majpelá) y la búsqueda de una mujer para Isaac por parte del siervo de Abraham. Él necesita asegurar la supervivencia de su legado: Sara ha muerto e Isaac debe tener un hijo.
   Pero podríamos ver esta porción semanal bajo otro prisma, destacando el comienzo y el final. Aquí las protagonistas de repente son la madre que fallece al principio de la porción semanal y la esposa que está por llegar: nuestras matriarcas Sara y Rebeca.
   Abraham pide a su ayudante Eliezer que vaya a su lugar de origen y encuentre una esposa para Isaac. La escogida es Rebeca, hija de Betuel. Rebeca acepta ir con Eliezer y llegando a Canaán ve a un joven que está meditando en el campo y le dicen que es Isaac y ella se cubre.
Vayebiea Yitsjak ha-óhela Sará imó vayikaj et Ribká vatehí lo le-ishá vayeehabea vayinajem Yitsjak ajaré imó “Y la llevó Isaac (a Rebeca) a la tienda de Sara, su madre, y tomó a Rebeca y la hizo su esposa y la amó. Y halló consuelo Isaac por (la pérdida de) su madre” (Gén. 24:67).
   Al principio nos preguntábamos dónde había estado Sara: en la tienda. Aquí la Torá nos habla directamente de óhel Sará “la tienda de Sara”. Nos dice el Midrash (Gén. Rabá 60:16) que pronto Rebeca se pareció mucho a Sara. Isaac la lleva a la tienda, mira a su esposa y ve en ella a Sara, su madre. Cuando Sara vivía, una candela ardía desde la víspera del Shabat a la víspera del siguiente y una bendición era pronunciada sobre la masa del pan cuando se separaba la jalá. Dos símbolos del Shabat: ha-ner “la candela” y el pan. Detalles cotidianos que se habían interrumpido al morir Sara pero recuperados, restaurados, cuando llega Rebeca.
   Encontramos en esta porción dos temas centrales: la muerte, la sucesión y la descendencia por un lado, y la tradición cultural por el otro. Dos herencias. La herencia de la sangre, pues muere Sara y Abraham busca una esposa con la que Isaac tendrá descendencia. Pero también la herencia de la “luz”, pues cuando Sara fallece se apaga la candela que iluminaba la tienda y al final Rebeca ocupa su posición y da continuidad a la costumbre instaurada.
   Ninguna otra mujer de la Torá ha recibido hasta esta semana tanta atención y respeto como Sara. Después de ella tampoco. Tal vez para recordarnos la importancia de la conexión y la lección tan especial de estas dos vidas (Sara y Rebeca) para las generaciones judías por venir.

¿Qué es realmente la “tienda”?

   La Perashá de esta semana se llama Jayéi Sará, la “vida de Sara”. Pero en hebreo la palabra vida es plural, jayim, “vidas”. La vida de un ser humano se bifurca en múltiples dimensiones, es decir, se compone de muchas “vidas”. Alguno de estos haces es puramente físico o material: nacer, crecer, reproducirse, morir; alimentarse, comer y beber, enfermar y sanar; llorar y disfrutar. En el relato de la Torá ocurre de igual manera. Si revisamos los primeros capítulos del libro de Bereshit, a los que me refería más arriba, vemos que los hombres nacen y después mueren, tuvieron hijos e hijas, se llamaban tal y cual y, salvo para los personajes de mayor relevancia, poca información más. ¿Qué sintieron? ¿Qué pensaban? ¿Qué les gustaba o les desagradaba? ¿Habían sido los años de su vida plenos? ¿Les parecieron en su lecho de muerte muchos o pocos? ¿Habían sido los días de los años de su vida dichosos o no? No lo sabemos.
   Pero también hay dimensiones de la vida que no tienen nada que ver con lo físico, con lo material: no se heredan a través de la concepción ni de la sangre. Se trata de las emociones, del pensamiento, de lo que aprendemos de los demás, de quienes nos rodean y nos precedieron, porque así nos lo han transmitido a través de sus palabras pero también de sus acciones: las tradiciones y las costumbres. Estos haces de la vida son los que definen y delimitan ha-óhel “la tienda”, su humanidad, su carácter, su cultura, su judaísmo.
   La tienda se define y se distingue por las siluetas y las sombras que la luz interior proyecta en la tela de las personas que están dentro de ella. Algunos se van y otros llegan, pero mucho más que eso se queda en las figuras y los gestos que proyecta la luz en la tienda.
   La sangre se hereda, y con ella parte de la judeidad también. Abraham encuentra una esposa para Isaac, Rebeca, y así juntos le darán nietos. Al final de nuestra lectura Abraham muere (Gén. 25:7) después de haber pasado sus últimos años de nuevo junto a Hagar, pero su descendencia ha quedado asegurada. A través de Isaac, Abraham sobrevive más allá de la autoconservación, más allá de su muerte. Pero así como la sangre deja un rastro en la piel, un parecido, e imprime a veces determinada forma de ser de los padres en los hijos, también la luz (también la Torá en su más extensa acepción, entendida como enseñanza) se transmite de unos a otros, más allá de la sangre y de la piel. El ejemplo lo encontramos entre Sara y Rebeca. A la muerte de Sara, Rebeca ocupará su “tienda”, para dar continuidad a sus costumbres. La palabra tradición significa precisamente esto: entrega, sucesión en la posesión, en este caso de la tienda y lo que ésta implica.
   La palabra óhel (אהל), la “tienda” de los nómadas del desierto (por extensión la morada, el hogar), está relacionada con ‘ahl (أهل) que en árabe significa “familia” (o parientes, habitantes, o pueblo). La tienda es un símbolo del judaísmo y del pueblo judío. En ella nos encontramos a sus moradores y visitantes. Algunos nacen en su interior y la habitan hasta morir y algunos la abandonan para buscar otro lugar, otro hogar. Algunos de sus moradores son parientes, son familia consanguínea o política, pero otros son habitantes llegados de otras latitudes, que abandonaron los dioses de sus padres y sus lugares de origen para unirse a esta comunidad. Algunos heredarán la sangre y la luz y otros recibieron la luz como herencia pero no la sangre. El judaísmo es una civilización religiosa, pues gira alrededor de la Torá y los preceptos (las mitsvot). El pueblo judío es una familia, el conjunto de los moradores de la tienda, pero no estrictamente en un sentido consanguíneo.
   En la Perashá de esta semana fallecen tanto Abraham como Sara, dejando su lugar a Isaac y a Rebeca. ¿Por qué destacar entonces la muerte de Sara y dar su nombre a toda la porción? Porque la sangre sin la luz deja la tienda a oscuras, y sin el brillo de la candela su rastro se pierde en la inmensidad oscura del desierto y la huella de sus portadores se diluye entre los demás pueblos.
© Adi Cangado