LA HISTORIA DE SARA COPIA

Nota biográfica de la judía veneciana que es considerada la primera poetisa hebrea conocida.


 El gueto de Venecia -que fue el primero en crearse en el mundo- fue el lugar donde nació la poetisa hebrea más antigua que conocemos. Aunque -como sus hermanas Rajel y Vera-  haya nacido en 1592 a  la vera de los canales venecianos, sus padres, Simón y Rica, no eran venecianos de nacimiento, sino de la ciudad de Módena. Posiblemente fuera exitosos comerciantes que tuvieron medios para dar a sus hijas una esmerada educación a sus hijas -lo cual no era lo habitual. Sara aprendió Torá, Griego Clásico, Hebreo, Latín -es decir, se convirtió en una humanista- y esos estudios lingüïsticos la llevaron a tomar  contacto con la Historia de la Literatura hasta el Renacimiento. Y desde muy niña empezó a escribir poesía en italiano, con muchas reminiscencias tanájicas, aristotélicas -seguía el racionalismo de Maimónides- y además, en su obra, se hace evidente el conocimiento de los escritos de Flavio Josefo. Era una mujer culta, que se desenvolvía con soltura con textos en español y en dialecto véneto, que estaba al corriente de todas las tendencias de su tiempo y que tenía una vocación literaria desde que empezó a saber escribir.

 Llegado el momento, casó con otro judío de Módena, Jacob Sulam, hombre de negocios pero todo un experto en arte. Tuvieron una hija, pero falleció a los diez meses, cosa nada rara en aquel entonces de alto índice de mortandad infantil. Su casa, sin embargo, nunca estuvo vacía:  se convirtió pronto en un salón que frecuentaban todas las semanas intelectuales, políticos, clérigos y todos los que tenían intereses culturales. Venían incluso de lejos: Treviso, Padua, Vicenza. Y por allí paraban no sólo cristianos, sino también judíos, como el rabino Leon de Módena.  Joven, preciosa, cortés, de impulsos generosos y una fuerte intelectualidad, su ambición por altos logros la elevaron a ser una favorita de las musas, admirada por jóvenes y adultos por igual.

En 1618, Sara leyó una obra titulada «Esther», de Ansaldo Cebá, un antiguo diplomático que abandonó el mundo para recluirse en un monasterio de la rival de Venecia: Génova. Sara, impresionada por lo que había leído con deleite, le escribió una carta para manifestarle sus respetos y admiración. Nace así una relación epistolar de cuatro años consecutivos en los que además de las cartas había intercambios de regalos. En una ocasión, Sara envió a Ansaldo su retrato, explicando: «Este es el cuadro de alguien quién lo lleva profundamente en su corazón y, con un dedo apuntando a su seno dice al mundo ‘Aquí vive mi ídolo, arrodíllense ante él’» Cebá, aun sabiendo que era preciosa dama , estaba interesado en otro tipo de asuntos: convertirla al cristianismo. No obstante, pese a su retiro monástico, en las cartas abundan frases concupiscentes, impropias para que un clérigo las escribiera para una mujer casada que era 27 menor que él. También hay que decir que nunca jamás llegaron a conocerse personalmente y que sus cartas recuerdan al entonces ya viejo Código del Amor Cortés trovadoresco.

Baldassare Bonifacio, uno de los clérigos que pululaba por los salones de los Coppia, en 1621 escribió una obra titulada Immortalità dell’anima (Sobre la Inmortalidad del alma). En ese texto cuenta que hacía dos años, la propia Sara le había estado comentando que ella no creía en la inmortalidad del alma. Este tipo declaración era muy fuerte, pues podría haber provocado que la Inqusición le abriera un proceso inquisitorial. En respuesta a aquella desafortunada mención , Sara escribió un trabajo que tituló «Manifestó di Sarra Copia Sulam hebrea Nel quale è da lei riprovate, e detestata l’opinione negante l’Immortalità dell’Anima, falsemente attribuitale da SIG. BALDASSARE BONIFACIO«. (El Manifesto de Sara Copia Sulam, una mujer judía, en donde ella refuta y repudia la opinión de que niega la inmortalidad del alma, falsamente atribuido a ella por el Signor Baldassare Bonifacio). El Manifesto, como así se llama para abreviar tan denso título,  estuvo dedicado a su padre,  muerto cuándo ella tenía 16 años. En este trabajo defendía sus puntos de vista con tesón hebreo y atacaba a Bonifacio.

Cebá recibió una copia del Manifiesto, pero no reaccionó de ninguna forma. Quizás temiera estar jugando con fuego (con el fuego inquisidor). Cuando ella, pasados unos meses, le pidió su opinión sobre el texto, él se limitó a recordar que debía convertirse al cristianismo católico -en esos momentos había muchas conversiones al incipiente éxito del protestantismo en el norte de Europa. Sara por supuesto, no tomaba ni en broma la sugerencia. Pero tuvo que sufrir el desdén de muchos que antes la habían admirado, elogiado y visitado. Y es más, también fue acusada por su antiguo maestro, Paluzzi, de haber robado sus escritos, incluido el Manifiesto, uno de los sonetos que contiene, y dos “libros de paradojas que ya no existen, que alaban a las mujeres y condenan a los hombres”. Paluzzi publicó estas acusaciones en un panfleto coescrito por Berardelli, llamado Le Satire Sarreidi. Berardelli se hizo eco de las acusaciones de plagio en una introducción a una colección de poesía de Paluzzi, Rime del Signor Numidio Paluzzi all’illustre ed eccellentissimo Signor Giovanni Soranzo, en 1626. Las afirmaciones fueron ampliamente creídas, aunque contradecían directamente las de Bonifacio, quien anteriormente acusó a Copia Sullam de plagiar el trabajo de un rabino al escribir el Manifiesto.

Sara, abandonada por todos, falleció el quince de febrero de 1641, tras haber contraído una efermendad que la dejó baldada durante tres meses. Alea Ha´Shalóm.