Apreciaciones sobre los frutos que La Torá considera sagrados.
En el quinto Libro del Jumash -el Pentateuco-, que es el de Dvarím (Deuteronomio para los cristianos), en el capítulo octavo, versículo séptimo, nos encontramos con que se nos dice que A´nos lleva a
(…) una tierra de arroyos y manantiales (…) una tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel;tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella.
Y puesto que en el texto tanájico especifican con nombre concreto las bondades supremas de la Tierra de Israel, el judaísmo entiende que estos productos de la tierra son sagrados: trigo, cebada, vid, granada, aceituna, el higo y el dátil, que no lo menciona expresamente, sino que dice miel, pero que no es miel de abeja, sino silán, el edulcorante que se obtiene del dátil y que se asemeja en su forma a una melaza.
Estos siete frutos de la tierra el judaísmo los considera sagrados y sobre ellos se disponen instrucciones halájicas. Por ejemplo, en la Mishná se especifica que sólo estos frutos de la tierra pueden ser los que se lleven al Templo de Jerusalén como ofrenda; y de ahí que su presencia simbólica sea indispensable en la decoración de los cobertizos para la fiesta de Sukot. O su ingesta sea el eje en el seder de Tu Bishvat. Y como tal, son objeto de bendición particular antes de comerlos, y es más, su bendición precede a la del pan, si lo hay en la mesa. Esto se debe a que son frutos que han servido de manera sacaratísima para el rito: el aceite de la unción también sirve para encender La Menorá y el vino de la vid sirve para la santificación -kidush- tan importante en las fiestas y en actos como marcar las distintas partes de los sderím (plural de seder, orden)
También son parte de expresiones que el hebreo utiliza para describir con comparaciones de la prosperidad y fertilidad.