La última parashá del Levítico ( 26:3–27:34) Be ´Har, בְּהַר, en la montaña, y Be´jukotai, בְּחֻקֹּתַי, en mis Leyes) , en la cual se resumen las Leyes del Año Sabático y se hacen recomendaciones contra el fraude y la usura, además de emitir avisos de exilios y persecuciones si el Pueblo de Israel no cumple las leyes de Sinaí-
«No somos ángeles»
Hacía semanas que la Torá no regresaba a la Montaña, a Sinaí. Hasta esta semana. “Y habló el Eterno a Moisés be-har Sinai en el Monte Sinaí diciendo” (Lev. 25:1). En la cima de la montaña el profeta observa a su pueblo, levanta la vista, admira la belleza del desierto y aprecia su silencio. Der Wanderer über dem Nebelmeer. El caminante en el mar de nubes, como el que dibujó Caspar David Friedrich en 1818. Moisés, ¿qué te inspiran las imágenes desde la montaña?
Contarás para ti siete Shabatot de años, siete años siete veces, y serán para ti los días de los siete Shabatot de años cuarenta y nueve años. Proclamarás con las notas del shofar en el séptimo mes, el décimo día del mes, en Yom Hakipurim haréis sonar el shofar en toda vuestra tierra. “Proclamaréis la libertad en toda la tierra para todos sus habitantes” (Lev. 25:10).
Es inevitable emocionarse al leer este versículo de la Torá. Está escrito en un símbolo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, la “Campana de la Libertad” (Liberty Bell) en la ciudad de Filadelfia, y dio fuerzas e inspiró a aquellos que años más tarde lucharían en la causa abolicionista contra la esclavitud. Fue Isaac Norris Jr. (1701-1766), un hebraísta cuáquero, quien eligió este verso para la campana. Poseía la colección de libros en hebreo más grande de las colonias y enseñaba a sus hijos, niños y niñas, a leer en hebreo, una práctica inhabitual. El verso aparece en minúsculas salvo la palabra libertad, deror en hebreo, la única vez en toda la Torá que aparece escrita. Esta palabra, deror, implica fluir, correr, movimiento.
Samuel Hirsch dijo: “El cometido elevado santificado por la historia y por el judaísmo es que todos los seres humanos sean libres”. Nacemos libres aunque luego nos sometan a múltiples formas de esclavitud. Pero nacemos libres, porque “en la medida en la que el ser humano puede pensar o no pensar, moverse o quedarse quieto, según el deseo o la dirección de su propia conciencia, en tal medida el ser humano es libre” (John Locke). La libertad es innata en el ser humano, y la humanidad es el valor más elevado de la Torá. Así lo dijo Ben Azai (Sifrá, Kedoshim):
Amarás a tu prójimo como a ti mismo, Yo soy el Eterno. Rabí Akiba dice que este es el principio más elevado de la Torá. (Pero) Ben Azai dice, Ze séfer toldot adam, “Este es el libro de la historia del ser humano” (Gén. 5:1), este (principio) es más elevado que aquél.
No es casualidad que esta porción de la Torá esté situada entre Pésaj y Shavuot. Pésaj es la fiesta de la libertad pero, ¿qué tipo de libertad? La libertad en la “ley”, y Shavuot es la fiesta en la que conmemoramos la recepción de la Torá. Escapemos de la conexión desde la tradición. Debemos buscar la conjunción que une estas dos ideas. ¿Qué camino lleva desde la libertad humana hasta la Torá, hasta la enseñanza? En el libro de Isaías leemos (v. 33:6), ve-hayá emunat iteja (…) jojmat va-dáat, es decir, la sabiduría y el entendimiento serán la firmeza de tu tiempo. La libertad es la condición indispensable para la bondad, para la virtud. “La sabiduría y el entendimiento” son los frutos dorados de la razón humana. La razón es la conjunción que conduce a la Torá. Solamente la razón, decía Baruj Spinoza, puede desvelar la verdad, fortalecer la construcción de una sociedad ilustrada y tolerante, y servir como camino para el desarrollo personal y espiritual. Spinoza escribió: “La actividad más elevada que un ser humano puede emprender es estudiar para entender, pues entender es ser libre”.
Así es como nos sentamos ante la Torá quienes la estudiamos desde la libertad y el prisma de la razón. Los textos sagrados, precisamente por el respeto que merecen como legado de una tradición milenaria, deben examinarse con la mente, sin prejuicios, con la misma seriedad que un científico o un historiador. La Biblia Hebrea, escribe Spinoza, debe ser releída de nuevo, en busca de su enseñanza más íntima, más verdadera, pues solamente entonces seremos capaces de delimitar exactamente qué debemos hacer, cómo debemos comportarnos, para respetar lo Eterno, lo Divino, y obtener bendición. La libertad de pensamiento, de palabra, no son perjudiciales para ni incompatibles con la piedad. Añadiría más. Debemos leer la Torá, y las demás fuentes de nuestra tradición, desde la honestidad.
Pero con tristeza profunda nos enfrentamos a las manchas de la historia. El día 6 de Ab de 5416 (el 27 de julio de 1656), desde el Arca con los Rollos de la Torá de la sinagoga “Talmud Torá” de Ámsterdam, los líderes de la comunidad judía portuguesa de esa ciudad proclamaron la excomunión o jerem de Baruj Spinoza. Así se recoge en sus registros:
Los líderes del consejo les hacen saber que, conocedores desde hacía tiempo de las opiniones malvadas y los actos de Baruj de Spinoza, han intentado por varios medios y promesas hacerlo regresar de sus malos caminos. No habiendo encontrado ningún remedio, sino por el contrario habiendo recibido todos los días más información sobre las herejías abominables practicadas y enseñadas por él, y sobre los actos monstruosos cometidos por él, recibida de testigos muy fiables que han testificado sobre todo esto en presencia del dicho Spinoza, quien ha sido condenado. Tras examinar todo esto en presencia de los Rabinos, el consejo decidió, con el apoyo del Rabino, que dicho Spinoza debe ser excomulgado y cortado del pueblo de Israel.
No conservamos el interrogatorio, pero podríamos imaginarnos a este hombre defendiéndose y explicándose ante el consejo. Aquel día la comunidad judía expulsó a uno de los hombres más sabios de la historia, quien siguió siendo judío sin lugar a dudas hasta el día de su muerte. Tras la proclamación infame e injusta de su comunidad, él mismo escribió:
Entro sin pena en el camino que se ha abierto ante mí, con el consuelo de saber que mi partida será más inocente de lo que fue el éxodo de los primeros hebreos desde Egipto.
De nuevo la libertad. De nuevo saliendo de Egipto. El primer hombre moderno. El primer judío moderno. Pues, llegando a Shavuot, debemos preguntarnos, ¿qué es la Torá? La Torá no son los cinco libros de Moisés solamente, ni siquiera la suma del Pentateuco y la tradición oral (Mishná, Guemara, Midrash). Ella es un árbol de vida, o un árbol viviente. A lo largo de los años el brote estira sus raíces en el suelo, ¿por qué? En busca de agua y nutrientes. Pero el suelo no es cada día el mismo, sino que la tierra está en continua transformación. Alarga sus ramas y salen sus hojas, crecen la flor y el fruto. ¿Cómo? En busca de la luz. Debido a la luz. Pasan los años y el árbol precisa cuidados. El fruto se retira, se limpia la maleza que crece junto al tronco, se arregla la hierba alrededor y se podan las ramas una vez al año. Ella es un árbol de vida, no un fósil, aunque algunos prefieren que la Torá sea un fósil, un tronco seco con algunas ramas, rodeado no de una valla sino de un kótel alto y profundo como el de Jerusalem, por encima del suelo y también debajo del suelo, que no permita a las raíces extraer nutrientes y agua y oculte la luz del sol para que se mueran sus hojas y ramas.
En Lev. 26:3 dice, im bejukotay teleju “si en Mis preceptos camináis”. ¿Por qué caminar? Yeshayahu Leibowitz, un conocido intelectual israelí, se preguntó por qué utilizamos la raíz hebrea he-lámed-jaf (הלך), “caminar”, en relación a la Torá, en lugar de jet-zayin-kof (חזק) “sujetar” o ayin-mem-dálet (עמד) “estar de pie”. La Torá -explica Leibowitz- no es estática, sino un proceso en marcha. Los textos nos describen a los “ángeles” de modo muy diferente a los seres humanos. En su profecía, Zejariá ve en cierta ocasión a los ángeles de pie junto a Josué, el sumo sacerdote, y el Eterno dice a Josué: Im bidrajay telej (…) ve-natatí lejá mahlejim ben ha-omedim ha-ele “si Mis caminos recorres (…) entonces te daré acceso entre estos de aquí que permanecen de pie” (v. 3:7). Los ángeles están allí, inmóviles, de pie: su carácter es estático, no cambia: no comen, no beben, no duermen ni se reproducen, a diferencia de los seres humanos y demás animales. Pero además el ser humano es especial entre las demás criaturas porque puede elegir. Tiene libertad. Los ángeles no pueden equivocarse, de modo que sus obras carecen de significado: dado que no pueden errar, tampoco pueden hacer lo que es bueno y justo. El ser humano sin embargo se mueve, piensa. El mundo a su alrededor cambia continuamente y nosotros con él. A aquellos que se paran en medio del camino, la historia los deja atrás. Piensan que se han detenido cuando en realidad retroceden. Por eso utilizamos la palabra halajá (הלכה de halijá, “travesía, progreso”) en nuestra aproximación a la Torá, hacia el conjunto de preceptos y enseñanzas éticas del judaísmo. La Torá es dinámica, está en marcha, como el árbol de vida en medio de la llanura.
Solamente aquellos que se consideran a sí mismos “ángeles” pueden quedarse quietos. El resto de los mortales entendemos que, como seres humanos, debemos andar, caminar el mundo y elegir a cada instante, una y otra vez. El judaísmo es también un proceso. El judaísmo que no “camina” se convierte en un fósil. El Rabino Israel Mattuck decía:
El liberalismo es una forma de pensar. Es una actitud de la mente. Es esencialmente la libertad en busca de la verdad y de su práctica. Es lo mismo allí donde se manifieste, ya sea en política, en lo social, la economía o la religión. Es diferente a aquel otro modo de pensar que está limitado por la tradición y atrapado en la tradición. No es que el liberalismo no reconozca tradiciones. Trabaja con ellas, pero rechaza encerrarse en ellas para no ir más allá de ellas. (…) ¿Cuál es su compromiso? Es interpretar el espíritu del judaísmo a la luz de la época en que uno habita – dar cuerpo al judaísmo en la forma aceptable para cada época.
Como el niño que se sienta en los hombros de su padre para observar el mundo en medio de la multitud, nos sentamos en esta tradición milenaria. Pero al igual que el niño, es con nuestros propios ojos que observamos la vida, y desde nuestra propia vida y circunstancias que traducimos la tradición para que el judaísmo per-viva. No somos ángeles, ni la Torá está en el cielo (Deut. 30:12). La Torá habla la lengua de los hombres (Talmud Bablí, Berajot 31b), para que los hombres y mujeres puedan hallar en ella la inspiración y la dirección que iluminen su camino.
¿Por qué soy judío? Porque soy humano. Porque soy libre. Porque soy un buscador. Porque elegí. Porque creo que los judíos portamos un mensaje que es universal, el mensaje de Abraham y de Sara, que habla de un Dios único y una humanidad unida. Si fuésemos ángeles y la Torá estuviese en el cielo, o siguiésemos esclavizados en la tierra de Egipto, el judaísmo ni siquiera habría nacido o se habría disuelto en los océanos de la historia. En cada instante debemos proclamar la libertad, en cada instante elegir la Torá, y traducir en pensamientos, palabras y gestos sus enseñanzas. Porque somos disidentes, inconformistas, soñadores. Por Jeremías, por Yojanán Ben Zakay, por Baruj Spinoza, por Moses Mendelssohn, por Israel Jacobson, por Abraham Geiger, por Claude G. Montefiore, Lily H. Montagu, Martin Buber y Leo Baeck, por Primo Levi, por Stefan Zweig.
“Proclamaréis la libertad en toda la tierra para todos sus habitantes”.