LLegamos un año más al final del ciclo: וְזֹאת הַבְּרָכָה , Zot Ha´Brejá, Y esta es la bendición. Deuteronomio 33:1–34:12. Darshán, Adi Cangado.
Esta semana estamos celebrando Sukot, La Pascua de las Cabañas, que concluye este domingo. El lunes es Sheminí Atséret. Ese día coincide en Israel con la festividad de Simjat Torá, “la alegría de la Torá” (si bien muchas comunidades de la diáspora celebran esta última el día siguiente). En Simjat Torá día se cierra y reabre solemnemente la lectura de las parashot, las 54 porciones semanales de la Torá que se reparten a lo largo de un ciclo que va de Simjat Torá a Simjat Torá del año siguiente.
En esta fiesta leemos dos porciones de la Torá de dos sifréi Torá o rollos: Primero la última parashá, la Parashat Ve-zot ha-Brajá, (Deut. 33:1-34:12) La persona que lee esta porción es llamada jatán Torá o kalat Torá, “novio o novia de la Torá”, aunque es tradición que la última aliyá o “lectura”, conocida como kol ha-nearim “la voz de los jóvenes”, la hagan los niños y niñas que ya han cumplido 13 años.
La Torá termina y se guarda el rollo para leer de otro rollo los primeros versículos de la primera parashá del ciclo, la Parashat Bereshit, en especial los versículos de Gén. 1:1-2:3. El que lee esta porción es llamado jatán Bereshit o kalat Bereshit, literalmente “novio o novia de Bereshit”.
Termina la lectura de la Torá y Moisés muere.
Pero la Torá comienza de nuevo, tal como está escrito,
dor holej ve-dor ba ve-ha-árets leolam omádet “una generación se va y una generación viene pero la tierra permanece siempre” (Ecles. 1:4) y los sabios dijeron (Mishná, Pirké Avot), al sheloshá devarim ha-olam omed, al ha-torá, “sobre tres cosas la tierra se sostiene: la primera, la Torá”.
Las cabañas o sukot se han desmantelado, cerramos el ciclo de lecturas de la Torá, muere Moisés, leemos de dos rollos de la Torá, empieza el otoño y los árboles se quedan desnudos: Cambiamos. En estas fechas, debemos hablar de los cambios y de cómo nos afectan y de cómo enfrentarlos.
Después de explicar la ley a Israel antes de entrar en la tierra de Canaán, Moisés da su última bendición al pueblo. La bendición es en realidad un poema (Deut. 33:1-29) que recuerda a las bendiciones patriarcales como la que Jacob dio a sus hijos antes de morir. Cuando Dios anuncia a Moisés que su muerte está próxima (Deut. 31:14), éste comienza una lucha titánica para alargar sus días. Así lo ha recogido el Midrash. Moisés no desea morir, pero finalmente muere al pi Adonai, “por mandato del Eterno” (v. 34:5). Según el Midrash debemos traducir al pi Adonai como “con un beso del Eterno” (literalmente “por boca del Eterno”), ¿por qué? Moisés tiene completa certeza del final cercano y ya no deja atrás conflictos sin resolver. Pues ningún hombre tiene el poder para decir a la muerte, “espera por mí, pues debo aún arreglar mis cuentas” o “[espera por mí] hasta que deje la casa en orden y entonces vendré” (Devarim Rabá, 9:3). El alma de Moisés no desea abandonar su cuerpo, aún tiene fuerzas para seguir y desea entrar a la tierra prometida, pero Dios lo besa para arrancársela. El universo da. El universo quita. A diferencia de la existencia que disemina la experiencia como los hilos que componen un tapiz, la vida es el tapiz (es la esencia misma, y por definición, lo que es no puede no ser, y por lo tanto no perece). La muerte está en la experiencia (visible, alrededor), pero no en la vida. La vida ofrece resistencia: resiste contra la muerte. La muerte se presenta aquí como el cambio absoluto, incontestable. Morimos. Nacemos sin recordar el lugar del que procedemos y morimos sin saber qué nos deparará el último hálito.
La vida brilla en el medio, como un paréntesis en Eterno presente que, sin embargo, ilumina ante nuestros pies la dura travesía, llena de obstáculos y cambios, de paradojas y de encrucijadas ante las que debemos elegir:
mekom ha-mishpat shamá ha-resha u-mekom ha-tsédek shamá ha-rasha, “un lugar en el que junto a la justicia está la maldad y junto a la rectitud hallamos iniquidad” (Ecles. 3:16b)
y en el que “un tiempo ha sido establecido para cada cosa, un tiempo para toda experiencia bajo el cielo: (…) et livkot ve-et lisjok un tiempo para llorar y un tiempo para reír” (Ecles. 3:1, 4a). “Un momento para llorar y un momento para reír”, pues incluso debemos extraer lo bueno de los malos ratos, aprender de las dificultades y de los errores, de la tribulación o la enfermedad, o la muerte de un ser amado, y salir adelante a través de la risa, de la alegría. El Midrash también nos presenta este versículo en clave histórica. Israel ha sufrido pero se ha recuperado y ha reído de nuevo. El sol sale cada mañana. Cada mes la luna desaparece en el cielo para asomarse de nuevo. La tierra completa la vuelta alrededor de su estrella. La lectura de la Torá termina y comienza.
Esta es la bendición: volver a empezar. Pues siempre que volvemos sobre la escritura lo hacemos con el bagaje previo de haberla llevado en la espalda durante el año que dejamos atrás. Volvemos sobre cada parashá y, sin embargo, ya no somos quienes fuimos la anterior ocasión en que la leíamos. Los años van pasando, ¿y qué debemos hacer para llevar una vida significante y digna?
“(…) la única cosa que he hallado que valía la pena ki im lismóaj velaasot tov bejayav es disfrutar y hacer lo que es bueno en la vida” (Ecles. 3:12). Sof davar hakol nishmá, et ha Elohim yirá ve-et mitsvotav shmor ki ze kol ha adam “
(Esta es) la conclusión de cuanto se ha escuchado: ser temerosos de Dios y guardar los preceptos, esa es toda la tarea del hombre” (Ecles. 12:13). “Los días son como rollos de Torá: escribe en ellos lo que quieres que sea recordado” (Bajia). Y recuerda que “no haber conocido el sufrimiento, es no haber sido humano” (Midrash, Bereshit Rabá 92:1). “Aprendamos a ver cada fin como un nuevo comienzo” (Mishná, Pirké Avot).
Cumplir los preceptos es asumir y comprometerse con las enseñanzas éticas de los profetas y trabajar para traer y realizar su promesa de una edad mesiánica de paz, bondad y justicia, en la que cada uno se sentará bajo su higuera y no temerán más el uno del otro, y no aprenderán más los seres humanos el arte de la guerra.
Kohélet dice “dos son mejor que uno” (Ecles. 4:9a). Entonces ya no importa que uno se caiga, pues el otro puede ayudarlo a levantarse; cuando duermen juntos, se dan calor; incluso si uno es atacado, dos pueden defenderse siempre mejor. Estando ahí los unos para los otros, cualquier cambio se transforma en una sencilla transición.
Podríamos repetir aquí aquellas hermosas palabras de Reinhold Niebuhr:
“(…) serenidad para aceptar todo aquello que no podemos cambiar, fortaleza para cambiar lo que somos capaces de cambiar y sabiduría para entender la diferencia. Viviendo día a día; disfrutando de cada momento; (…)”
Cuando se termina la lectura de un libro de la Torá se pronuncian unas palabras que en esta situación cobran plena fuerza, jazak jazak venitjazek, “sé fuerte, sé fuerte, y hagámonos fuertes los unos a los otros”.
Sin más os deseo que tengáis una semana llena de bendiciones. ¡Jag Saméaj
© adi cangado