PARASHAT HA ´SHAVÚA: «BE´SHALAJ»

Parashat «Be´shalaj», בְּשַׁלַּח, Con el envío. Exodo 13:17–17:16. Haftará sfaradit: : Jueces 5:1–31. darshán: Adi Cangado.


No sólo de pan vive el hombre

En la porción de lecturas de esta semana,  la Torá nos narra los primeros pasos de los israelitas después de ser liberados de la esclavitud. Salen de Egipto, cruzan Yam Suf, “el mar de juncos”, y cuando hubieron cruzado entonces Moisés cantó y los hijos de Israel cantaron y Miriam la profetisa cantó y todas las mujeres con ella, hasta que llegaron al desierto. El mar y el desierto son lugares curiosos y llenos de simbolismo.

Cuando observamos la orilla del mar o las olas rompiendo contra las rocas, el sonido que generan nos recuerda a voces, como si nos estuviese hablando. Después de cruzar Yam Suf el pueblo cantó como si su canción, a la que curiosamente llamamos shirat ha-yam “la canción del mar”, fuese una réplica o un eco. Esta parte de la narración aparece además en el rollo de la Torá con el texto estructurado de tal modo que las frases parecen reflejar o dibujar, visualmente, las olas del mar.

El carro del faraón engullido por las aguas, Frederick Arthur Bridgman, 1900

Pero después del júbilo, llega el silencio. El desierto es un lugar de silencio y solamente allí, en el midbar(מדבר) “desierto”, puede escucharse al Medaber (מדבר), “el Hablante” (es decir, lo Divino, el Tú Eterno) que nos interpela a través de Su universo y también lo medubar (מדובר), lo “hablado” que susurra en nuestros corazones y entre nosotros (la letra vav añadida –ו– es la conjunción “y”, símbolo de la relación y del encuentro). Para escuchar a Dios necesitas escuchar el silencio en tu interior.

Revisando mis notas sobre la Torá acumuladas durante los últimos doce años descubrí algo impactante. En todos estos años, al llegar a la Perashat Beshalaj, no había hecho ninguna anotación ni comentario. Es como si llegase esta semana y me quedase en silencio. Sin embargo, estos últimos días no he podido quitarme de la cabeza el relato sobre el maná.

La recogida del Maná, James Tissot, 1896

En la narración de la Torá los israelitas permanecen durante generaciones sometidos al yugo de la esclavitud en Egipto, a trabajos forzados de sol a sol y a múltiples abusos. Pero sin duda este trabajo estaba remunerado. Solamente así podemos entender su queja cuando llegan al desierto: echaban de menos la olla de carne y comer pan hasta hartarse (Éx. 16:2-3). ¿Qué pan echaban de menos? El “pan de la tierra”, es decir, léjem min ha-árets, que se obtiene, en parte, a través del trabajo y del esfuerzo humano. Entonces Dios anuncia a Moisés que hará llover para ellos léjem min ha-shamayim “pan del cielo”, y ellos podrán salir por la mañana y recolectar debar yom be-yomó “el que sea necesario para cada día” o literalmente “la cosa de cada día en su día”, salvo el viernes, el sexto día, que recogerán el doble de cantidad para que la mitad se consuma ese día y la otra mitad en el Shabat, pues en el Shabat no lloverá maná del cielo (Éx. 16:4 y ss.). ¡Qué curiosa la frase! La cosa de cada día en su día, es decir: situarse en el instante presente desembarazándose de la carga de lo pasado y de la angustia por lo futuro; realizar un acto de fe necesario para que cada día sea plenamente vivido. Al fin y al cabo solamente situándonos en el instante de lo “presente” se percibe/acoge la “presencia” de lo Divino en nuestras vidas.

Al igual que ellos, también nosotros nos preguntamos man hu? “¿qué es esto?”. Aquellos granos (¿caían del cielo?) aparecían por la mañana como granizo sobre el desierto y tenían forma redondeada y cristalina. El calor del sol los derretía si no se habían retirado. Pero eran duros y debían molerlos y hornear masas con ellos. Cada día recibías un ómer y si dejabas una parte para el día siguiente, por si acaso no había maná, se estropeaba. El viernes en cambio recibías léjem mishné “pan doble” y el que se reservaba para comer en Shabat no se pudría. ¿Estamos leyendo el recuerdo de un fenómeno natural? No lo creo. ¿Por qué el maná cesaba entonces en el día de Shabat? Si volvemos sobre esta narración resulta imposible separar el relato del maná del precepto de Shabat, que aparece justo después (Éx. 16:23). El séptimo día no saldrán a buscar maná, ni hornearán ni cocinarán ni siquiera saldrán de sus tiendas. El maná parece la tarea perfecta para darle un sentido al Shabat: crear ruido para llenar de significado el día de recogimiento, de silencio; crear una labor (¿en qué otra actividad iban a matar sus horas en el desierto, liberados ya de los trabajos del Faraón?) para dignificar y dar sentido al día de descanso.

Pienso en nuestra sociedad y en la percepción tan negativa que el común de los europeos tienen de la religión en general -y de cualquier tradición religiosa en particular- la conclusión es: ¿acaso han tenido al menos unos minutos para pensar en ello? Desde la Revolución Industrial hasta la actualidad el mundo ha cambiado mucho y, ¿os habéis dado cuenta?, tiene más distracciones visuales y es muchísimo más ruidoso. El ruido lo inunda todo. En las calles, por las noches incluso, en los locales que frecuentamos, en la oficina, en las fábricas, e incluso dentro de las casas con los teléfonos, las televisiones, y un larguísimo etcétera. Esta contaminación acústica se parece poco a las voces de las olas, y sin duda nos aturde y nos esculpe psicológica y ontológicamente. Su sonido no nos inspira un canto como réplica, sino que nos inmoviliza para manejarnos a su antojo como si fuésemos marionetas de un teatro absurdo. ¿Cuántas horas al día dedicamos a pensar o a escuchar el silencio? ¿Qué susurro podríamos percibir en medio de esta vorágine? ¿Cuánto tiempo pasamos con nuestros compañeros de vida, con familiares, amigos o animales de compañía? ¿Cuántas horas hablamos y cuántas callamos para reflexionar o para escuchar a los demás?

El Shabat se convierte así en un acto de desafío al sistema. Durante algo más de 25 horas hacemos un paréntesis: cesamos de nuestro trabajo, de aquello a lo que nos dedicamos para ganar el “pan de la tierra”. Separamos un día de descanso para el cuerpo y de cambio para la mente, santificado para celebrar la compañía de nuestros seres queridos y festejar que somos libres, como aquellos israelitas liberados del yugo del Faraón. Precisamente esto es lo que nos dice el propio “Kidush” cuando bendecimos el día el viernes al ponerse el sol: el Shabat es zéjer litsiat Mitsrayim “un recuerdo de la salida de Egipto”. ¿De qué Egipto nos liberamos en la actualidad sino precisamente de ese “Egipto” simbólico y espiritual que son los seis días de la semana y su barullo y su ajetreo?

Necesitamos trabajar, al igual que nuestros antepasados tenían también que salir cada mañana a recolectar el maná del cielo. Más que eso: los seis días de trabajo exaltan de alguna manera el propio Shabat. Pero para la salud de nuestras mentes y cuerpos y para nutrir nuestra espiritualidad es fundamental apartar una porción de nuestro tiempo para ser en lugar de tener, para encontrar en lugar de buscar.

Cuando Moisés recuerda en el libro de Deuteronomio este episodio del maná, le dice al pueblo (Deut. 8:3): lo al ha-léjem lebadó yijié ha-adam “no de pan solamente vive el hombre”. Esta es la esencia de lo que el Shabat significa.

Sin más os deseo que tengáis paz en el Shabat. Shabat Shalom u-meboraj!

© Adi Cangado

Nicolás Pussin, El Mar Rojo, 1634