PARASHAT HA´SHAVÚA: «AJAREI MOT-KEDOSHIM»

Parashot: Ajarei Mot, אַחֲרֵי מוֹת, Tras la muerte, Levitico 16:1–18:30, Haftará sfaradit: Ezekiel 20:2–20, y Kedoshim, Santos, קְדֹשִׁים‎ , Levítico  19:1–20:27,  Haftará: la misma que para Ajarei Mot. Darshán: , Morenu Verabenu, Ribí David Jananiá Pinto, shlita


“Sagrados seréis, pues Yo,
Hashem, vuestro Dios, soy
Sagrado” (Vaikrá 19:2).

Existen dos clases de santidad. Está la santidad que implica un alejamiento de lo que está permitido por la Torá —“santifícate con aquello que te está permitido”—, como escribió el Rambán; y está la santidad que implica un alejamiento de lo que está prohibido por la Torá, y a eso también se lo llama santidad, como explicó Rashí sobre la frase del versículo “Sagrados serán”: “Aléjense de las relaciones prohibidas y del pecado, pues en todo lugar donde encuentres un alejamiento del adulterio, encontrarás santidad”, y Rashí cita allí varios ejemplos.

Este alejamiento se expresa a través de una separación de las naciones del mundo, las cuales se conducen
libremente en cuanto a las relaciones prohibidas, los alimentos y cualquier placer, mientras que nosotros
nos limitamos en todo lo que respecta a pecados. Incluso podemos explicar que las palabras “santifícate con aquello que te está permitido” indican que la forma en que debemos santificarnos con aquello que nos estaba permitido antes de la entrega de la Torá es alejándonos de ello, porque, por ejemplo, antes de recibir la Torá no habíamos recibido la orden respecto a las relaciones prohibidas —como vemos que Yaakov Avinu se casó con dos hermanas, y sus hijos se casaron con sus hermanas gemelas, y Amram se casó con su tía Yojéved, pues en ello no había ninguna prohibición—. Pero ahora que ya recibimos la Torá y aceptamos los decretos de Hakadosh Baruj Hu, nos santificamos por medio de que no nos acercamos a las relaciones prohibidas, no comemos lo que está prohibido, y tampoco transgredimos ninguna de las demás prohibiciones de la Torá.

Esto lo aprendemos de los versículos que se encuentran al final de la parashá, en donde dice: “Y seréis para Mí sagrados, pues Yo, Hashem, soy Sagrado, y os separé de los pueblos, para que seáis Míos”. ¿Cuál es la santidad con la que nos santificó Hashem? La santidad referida es el hecho de que Él nos separó de los demás pueblos. Y sobre ese versículo, Rashí  escribe algo estremecedor: “Si vosotros os separáis de ellos, vosotros Me pertenecéis; pero si no, vosotros le pertenecéis a Nevujadnetzar y sus camaradas”. Así ha sido en todas las generaciones; cada vez que los judíos trataron de acercarse a las naciones del mundo, los no judíos los oprimieron más y más. Y, lamentablemente, esa misma es la situación de hoy en día. ¿Por qué? Porque los judíos quieren acercarse a los no judíos.

Aun aquí, en la sagrada Tierra de Israel, se encuentra la influencia de las demás naciones del mundo. Eso es “Nevujadnetzar”. ¿Pero quiénes son “sus camaradas”? Son todos los opresores que se levantan contra el Pueblo de Israel en cada generación, por esa misma razón de querer acercarse a los no judíos. Es terrible que Hakadosh Baruj Hu llamó a Nevujadnetzar “Mi siervo” y le permitió destruir el Bet Hamikdash y las demás ciudades de Israel. No obstante, por supuesto, eso sólo fue en aquella época, en la que Israel se alejó de Hashem y entre ellos no había una proximidad verdadera.

Existe un nivel más de santidad que es la de “separarse de las naciones en Mi Nombre”. Esto es lo que Rashí continúa explicando respecto de lo que dicen nuestros Sabios, de bendita memoria: “Ribí Elazar ben Azariá dice: «¿De dónde aprendemos que la persona no debe decir: ‘Me asquea la carne de cerdo’, ‘No me interesa vestir ropas con shaatnez’, sino más bien decir: ‘Me gustaría comer carne de cerdo, pero qué puedo hacer si mi Padre Celestial me decretó que no puedo’? Lo aprendemos de lo que dice el versículo: ‘y os separé de los pueblos, para que seáis Míos’, es decir, que su separación de las naciones sea en nombre Mío, y se alejen del pecado y acepten el yugo del Soberano del Cielo»”.

En resumen, tenemos tres clases de santidad: la primera es “Sagrados seréis”, que implica santificarse con lo que le está permitido; la segunda es “Y os santificaréis y seréis sagrados, y observaréis Mis estatutos y los haréis; Yo, Hashem, os santifico”, es decir, que con el hecho de cumplir los estatutos de Hashem (aceptarlos y cumplirlos sin objetar) “Yo, Hashem, os santifico”. Y la tercera es “Y seréis para Mí sagrados, pues Yo, Hashem, soy Sagrado, y os separé de los pueblos, para que seáis Míos”, quiere decir que su alejamiento de ellos (de los pueblos) sea en nombre Mío, en nombre del Cielo; ésta es la santidad por excelencia.

Se dice que “una mitzvá acarrea otra mitzvá”; de esta misma forma “una santidad acarrea otra santidad”. La Torá exige de la persona que al principio sea de la clase “Sagrados seréis”, santificándose con lo que le está permitido, con las cosas comunes, como, por ejemplo, disminuir su conversación de temas banales con la mujer, o disminuir el alimento que come o el vino que bebe.

Luego le exige a la persona que sea íntegra en su servicio a Hashem, como dice el versículo: “y observaréis Mis estatutos”, en el sentido de “Por Mis estatutos os guiaréis” (Vaikrá 25:3), que son las leyes y los estatutos que iluminan el sendero de la persona; de esta forma, la persona se acerca más a Hashem Yitbaraj. Luego el versículo dice: “Y seréis para Mí sagrados”, es decir, se convierten en parte misma de Hashem Yitbaraj, con lo que se reconocerá la diferencia entre Israel y las naciones. Esta es la mayor santificación del Nombre de Hashem que existe, como decimos en la plegaria de Shabat: “Y descansarán en él todo Israel, quienes santifican Tu Nombre”, lo cual quiere decir que el Shabat es uno de losniveles más elevados que tiene el Pueblode Israel, y con él nosotros santificamos a Hashem. Más aún, mientras más nosseparamos de las naciones, éstas nosdan más reconocimiento; pero cuando pretendemos copiar sus estilos de vida, el odio de ellos hacia nosotros aumenta. Que sea Su voluntad que tengamos el mérito de acercarnos y elevarnos en los niveles de santidad en el sentido de
“Y seréis para Mí sagrados”. Amén, que así sea.