PARASHAT HA´SHAVUA: «EMOR»

 Esta semana, parashat «Emor» . אֱמֹר‬ , Díle, (Levítico , 21)  en la que entre las Leyes del Sacerdocio se narra el episodio de la blasfemia y el castigo. Por Adi Cangado.


Aprender a Incluir

La porción de esta semana ha sido una de mis tareas pendientes durante años. Siempre me ha fascinado el pasaje relativo al “hijo de la mujer israelita” (Lev. 24:10-11), pero siempre lo dejaba para el año siguiente pues requería dedicarme de lleno a la traducción de varios midrashim. Por fin este año he podido resolver alguna duda sobre este pasaje tan oscuro de la Torá, si bien me parece que aún queda mucho por aclarar.

La Parasha de Emor tiene una temática bastante dispar,  a diferencia de otras porciones del libro de Vayikrá (el Levítico). Parece como una miscelánea: se recogen en primer lugar varios preceptos sobre las restricciones que afectan a los kohanim “sacerdotes” respecto al duelo, al matrimonio y al servicio en el Tabernáculo, quedando al margen del mismo aquellos que sufran alguna de las clases de mum “deficiencia” enumeradas en la Torá; luego trata sobre la necesidad de que las ofrendas sean temimim, “perfectas”, es decir, también sin defecto, y en el capítulo 23 se recoge la regulación relativa al Shabat y al ciclo de las fiestas.

En el capítulo 24 del libro de Levítico se habla de alguno de los objetos necesarios para las labores del servicio en el Tabernáculo. En concreto, de la elaboración del aceite para encender el candelabro y de los panes de exposición, llamados léjem panim, que debían reponerse cada viernes, siendo los que han quedado de la semana anterior retirados para el consumo de la casta sacerdotal.

Es precisamente a continuación de este tema cuando aparece el siguiente episodio, tremendamente confuso, en el relato de la Torá (Lev. 24:10-11):

 

י. וַיֵּצֵא בֶּן אִשָּׁה יִשְׂרְאֵלִית וְהוּא בֶּן אִישׁ מִצְרִי בְּתוֹךְ בְּנֵי יִשְׂרָאֵל וַיִּנָּצוּ בַּמַּחֲנֶה בֶּן הַיִּשְׂרְאֵלִית וְאִישׁ הַיִּשְׂרְאֵלִי

 

יא. וַיִּקֹּב בֶּן הָאִשָּׁה הַיִּשְׂרְאֵלִית אֶת הַשֵּׁם וַיְקַלֵּל וַיָּבִיאוּ אֹתוֹ אֶל מֹשֶׁה וְשֵׁם אִמּוֹ שְׁלֹמִית בַּת דִּבְרִי לְמַטֵּה דָן

 

“Y el hijo de una mujer israelita, cuyo padre era un hombre egipcio, salió entre los hijos de Israel; y el hijo de la mujer israelita y el hombre israelita discutieron juntos en el campamento. / Y el hijo de la mujer israelita profanó [o “blasfemó” (?)] el Nombre, y maldijo; y lo llevaron a él junto a Moisés. Y el nombre de su madre era Shelomit, la hija de Dibri, de la tribu de Dan.”

 

La primera pregunta que se hacen nuestros sabios es: ¿de dónde salió el “hijo de la mujer israelita”?

Ibn Ezra dice “salió de su tienda”. También Najmánides lee de este modo. Sin embargo, Rashi lee de acuerdo al Midrash, y recoge tres interpretaciones distintas del Midrash Tanjumá (Emor 23) y Sifrá (Emor 235):

 

ויצא בן אשה ישראלית: מהיכן יצא, רבי לוי אומר מעולמו יצא. רבי ברכיה אומר מפרשה שלמעלה יצא. לגלג ואמר ביום השבת יערכנו, דרך המלך לאכול פת חמה בכל יום, או שמא פת צוננת של תשעה ימים, בתמיה. ומתניתא אמרה מבית דינו של משה יצא מחוייב. בא ליטע אהלו בתוך מחנה דן, אמרו לו מה טיבך לכאן, אמר להם מבני דן אני. אמרו לו (במדבר ב) איש על דגלו באותות לבית אבותם כתיב. נכנס לבית דינו של משה ויצא מחוייב, עמד וגדף

 

“El hijo de una mujer israelita … salió”, pero ¿de dónde salió? Rabí Leví dice, “de su mundo salió”. Rabí Berajia dice, “del párrafo precendente salió; haciendo burla y diciendo que los reyes han de comer pan caliente cada día, ¿va el Eterno entonces comer pan pasado de nueve días?”. En una matnitá [es decir, baraitá] aprendemos: “que él salió de la corte de Moisés, que había sentenciado en su contra; pues el había traído su tienda al campamento de Dan, y entonces ellos le preguntaron, “¿qué estás haciendo aquí?”, y él contestó, “pertenezco a la tribu de los danitas”. Ellos dijeron, “está escrito, “cada uno con su estandarte, según el símbolo de la casa de sus padres (Núm. 2:2)”.” De manera que él trajo el caso ante la corte de Moisés, que falló en su contra. Por eso se levantó, salió y maldijo”.

La situación de este personaje es compleja. Por un lado, él era un israelita, pues su madre lo era, por lo cual debe observar todos los preceptos, sin embargo, precisamente debido a lo que el Eterno había ordenado, le es negado un lugar en el campamento, junto a los demás danitas. ¿En dónde debía establecer entonces su tienda? ¿Junto a la multitud de egipcios que les acompañaban, donde a lo mejor estaba su padre? Pero allí no estaría bajo el yugo de las mitsvot. Por eso tal vez presenta su problema ante Moisés, antes del episodio que se nos relata en la Torá. Los jueces habrían decidido de este modo, y él entonces habría cuestionado la justicia del precepto, y maldecido a Dios por ello. Sintió que la ley le excluía de sus privilegios, exigiéndole en cambio el cumplimiento de las obligaciones.

Otros comentaristas han entendido “salió entre los hijos de Israel” en el sentido de que desveló sus verdaderas creencias: hacer escarnio del servicio en el Santuario, especialmente de los panes de exposición, cuyos preceptos se detallan justo antes de este episodio (vv. 24:5-9). Tal vez su queja se debía precisamente a la influencia de los ritos egipcios, donde era común llevar a los sacerdotes cada día pan fresco (Midrash, Vayikrá Rabá 32:3).

El Rabí Shabtai ha-Cohen (“Sifté Cohén”, II, 59a), interpreta que no solamente salió del campamento, sino también se apartó espiritualmente del resto de los israelitas y de su fe. Aunque se había unido al pueblo de Israel, no había abandonado completamente su cultura.

Por otra parte, en el texto se nos dice que este joven era ben ish mitsrí בֶּן אִישׁ מִצְרִי “hijo de un hombre egipcio”. El Rabí Isaac Caro, en su comentario a esta porción, considera que este ish mitsrí “hombre egipcio” es el mismo que Moisés había matado cuando le vio maltratar a un israelita en Egipto. Sabemos por el Midrash, que Moisés le había matado invocando el nombre de Dios. Cuando el hombre escuchó cómo su padre había muerto (tema que tal vez surgió en el calor de su discusión con el danita), empezó a blasfemar contra el Nombre divino (Midrash, Vayikrá Rabá 32:4). Así interpreta por ejemplo Rashi.

Y sabemos que discutió con un hombre israelita, ¿y quién era este? Tal vez el mismo que le había prevenido sobre no poner su tienda en el campamento de Dan (“Torat Kohanim”, 24:235), y que había motivado que el joven fuese a exponer su disputa ante la corte de jueces, ante Moisés.

La Torá continúa diciéndonos que “el hijo de la mujer israelita profanó el Nombre”. Sería más correcto traducir como “blasfemó”. Mas el Targum de Onkelos, cuando traduce al arameo la palabra vayikov וַיִּקֹּב “y blasfemó” escribe ufaresh וּפָרֵישׁ “y él pronunció”. Es decir, que pronunció el nombre inefable de Dios (Tetragramaton), creyendo que tal vez al pronunciarlo, al igual que Moisés contra su padre, podría causar la muerte del joven israelita y así volcar toda su rabia. Pero no ocurrió así, lo cual transforma el acto mismo en jilul Hashem, “profanación del Nombre”.

Los detalles a los que se hace referencia son curiosos. Se nos deja claro, a pesar de lo breve que suele ser la Torá en relación a sus mujeres, que el nombre de su madre era “Shelomit, hija de Dibri”. ¿Por qué se menciona su nombre? Rashi nos dice que la razón es que solamente ella, entre todas las mujeres de Israel, había participado en relaciones sexuales ilícitas (Midrash, Vayikrá Rabá 32:5), si bien no intencionadamente. Y se llamaba Shelomit, en hebreo שְׁלוֹמִית, porque era un charlatana, que iba siempre diciendo por ahí “¡Shalom!” שָׁלוֹם a todos los hombres (Midrash, Vayikrá Rabá 32:5). También sabemos que hablaba mucho, por eso se dice, “hija de Dibri”, “hablando” medabéret מְדַבֶּרֶת con todo el mundo.

¿Qué intenta enseñarnos la Torá con esta historia tan extraña? Tal vez el sentido de este episodio tenga una dimensión más profunda. El hijo de la israelita está sujeto al cumplimiento de los preceptos, y todo el peso de la ley cae sobre él, pues será condenado a ser lapidado por toda la congregación. Sin embargo, no puede establecer su tienda entre los demás, entre quienes se supone que, dentro de Israel, le son más afines, o más cercanos.

Es rechazado por quienes se supondría, de entrada que, tal vez no por ley (pues los preceptos amparaban los argumentos de los danitas al rechazarlo) pero sí por rajmanut, compasión, deberían haberlo acogido. Los rabinos dicen, kol yisrael yesh lahem jélek la-olam ha-ba, “todo judío tiene un lugar en el mundo por venir”. Y si todo miembro del pueblo de Israel tiene un lugar en el mundo por venir, con mayor razón tiene seguramente un lugar ba-olam ha-zé, “en este mundo”. Ante el rechazo, el hijo de la mujer israelita reacciona “saliendo de sí”. Me parece que la lectura del primero de los rabinos que intervienen en el Midrash que cita Rashi (ver cita literal más arriba), el Rabí Leví, va en esa dirección, cuando dice me-olamó yetsé מעולמו יצא «de su mundo salió”. Es decir, salió de sí, se enfadó de manera terrible, y empezó a blasfemar y a maldecir.

No es la única ocasión en la que la ley excluye a algún miembro del pueblo. Otro ejemplo lo encontramos con la reclamación de herencia que harían más tarde las hijas de Tselofejad (Núm. 27:1-11). Sin embargo, ellas presentaron su problema ante Moisés, éste resolvió, y ellas no blasfemaron.

Me parece que este episodio debería llevarnos a una reflexión sobre aquellas personas que quedan al margen, que tantas veces dentro de la comunidad judía, quedan como excluidas, bien porque se consideran diferentes o bien porque en algunas sociedades son directamente estigmatizadas dentro de su comunidad. Me parece que estas situaciones deben llamar siempre nuestra atención, y debemos condenarlas con todas nuestras fuerzas. En el Talmud se dice, “si apartas a un hijo con una mano, acércalo a ti con la otra”.

Muchas veces, estas personas que quedan “al margen” del común del kahal son excluidas y apartadas, o silenciadas. Tal vez su condición, o su manera de ser, o sus decisiones, o su género, no quepan del todo bien dentro de la literalidad de algunos preceptos, pero mientras no incumplan las mitsvot, mientras no caigan en la “blasfemia”, metáfora de nuestro relato (mientras no profanen el Nombre), debemos hacerles un hueco, un lugar, para colocar en su tienda en el campamento. Pues, aún cuando algunos puedan argumentar que por halajá, por “ley”, no les correspondería, siempre hay un lugar en el campamento por rajmanut, por “compasión”, lo cual no es menos importante; y aún si algunos considerasen que rompen los preceptos, las puertas de la comunidad no pueden serles cerradas pues, si no se permitiese a quien se equivoca o yerra entrar en una sinagoga, seguramente no habría en el mundo lugar alguno en el que pudiésemos reunir un minyán.

Pero, tal vez también, la Torá pretenda advertirnos sobre cómo reaccionar ante el rechazo de los demás, el cual, no nos engañemos, ocurre también en las comunidades judías. El que es rechazado no debe perder su compostura jamás, debe apegarse al máximo a los preceptos, en la medida que pueda, y no dejar nunca de santificar el Nombre (kidush Hashem), y santificar así su vida (kidush Hajayim).

No siempre podemos tener un lugar allí donde en desearíamos estar. Pues “es una enorme mitsvá ser feliz siempre” (dijo el Rabí Najmán de Breslov).

Sin más os deseo que tengáis paz en el Shabat. Shabat Shalom umevoraj!

© Adi Cangado