La Parashá de esta semana –“KI TAVO”, Deuteronomio 26:1-29:8 — comentada por el Rabino Pynchas Brener
El Talmud describe con abundancia de detalle cómo se realizaba la ceremonia de los Bikurim, la presentación de los primeros frutos al Kohén. La Torá encomienda los Bikurim como la primera acción que se debe efectuar después de heredar y poblar la Tierra Prometida. La gente de todos los confines de esa tierra debía reunirse en lugares predeterminados para hacer el peregrinaje a Yerushaláyim. Una vez en la ciudad sagrada, eran recibidos por los que allí residían con acompañamiento musical. Después de indagar acerca de su bienestar, los residentes de Yerushaláyim los acompañaban al Har HaBáyit, el monte sobre el cual estaba construido el Beit HaMikdash, donde ofrecerían los primeros frutos al Kohén.
¿Cómo se obtenían estos frutos? De acuerdo con el Talmud, las personas caminaban por sus respectivos campos para examinar el desarrollo del crecimiento de los frutos.
Cuando observaban un fruto maduro en un árbol, ataban una cinta al fruto exclamando: “Este fruto está destinado a Bikurim” y así sucesivamente con los higos, dátiles y demás frutos. ¿Cuál es la cantidad apropiada de frutos para esta ofrenda?
De acuerdo con la Mishná, no se asigna a la mitsvá de Bikurim una cantidad específica. Pertenece a Elu devarim sheein lahem shiur, el grupo de elementos cuya cantidad depende de la persona, de la bondad de su corazón. Así como no hay un límite prescrito para el número de visitas a un enfermo, o para la ayuda que la persona puede ofrecer para asistir a una joven para que pueda casarse, no existe una cantidad fija para este tipo de actividad o ayuda. O sea, que se podía cumplir con esta mitsvá con un monto pequeño.
La ceremonia de los Bikurim contrasta con la que se realizaba para el Maaser, el diezmo del producto de la tierra o un valor equivalente, que cada persona tenía que entregar al Leví. Además había otro diezmo que se debía consumir en Yerushaláyim y un diezmo adicional para el pobre. Durante cada seis de los siete años de un período de Shemitá, el año sabático de descanso para la tierra, se debía ofrecer dos de los mencionados diezmos anualmente. O sea, al menos un veinte por ciento de la producción agrícola. No obstante que se trataba de una cantidad significativa, en el momento de la ofrenda del Maaser no había acompañamiento musical.
La ceremonia era reservada. ¿Por qué? El examen de los dos eventos demuestra ciertas diferencias cruciales. Mientras que el Maaser era la ofrenda de un diezmo de la cosecha, o sea cuando el producto de la tierra estaba almacenado y resguardado para ser consumido durante el resto del año, Bikurim se practicaba al principio, cuando no se conocía aún cuál sería la cantidad o calidad de la cosecha. El Maaser era un aporte por lo que se había recibido. Bikurim representaba la esperanza por lo que traería el futuro. Bikurim era una demostración de fe acerca de lo que Dios proveería, una apuesta por el futuro. Bikurim es la disposición a compartir, incluso cuando aún no se ha totalizado el fruto de la tierra, mientras que Maaser tiene que ver con lo que está acumulado.
Estos capítulos son leídos durante el mes de Elul, la víspera de Rosh HaShaná. El momento en que, de manera simbólica, están abiertos los libros en los cuales se “escribirá” quién vivirá y quién morirá, quién gozará de salud y quién enfermará. Para ser inscritos apropiadamente se necesita méritos, una cosecha de buenas acciones, generosidad y solidaridad con el prójimo.
Pero sobre todo, Rosh HaShaná es incertidumbre y esperanza acerca del mañana. Una especie de Bikurim que es la práctica de la ofrenda, incluso cuando se desconoce lo que el futuro presentará. Es un acto de fe sobre la bondad Divina, del Dios dispuesto a perdonar los deslices del pasado, que apuesta por una mejora en el comportamiento futuro de la persona.
El Maaser y los Bikurim no tienen la misma vigencia en la actualidad porque no se ha reconstruido el Beit HaMikdash.
Sin embargo, son instructivos que deben servir de ejemplo para la conducta humana. Muchas personas apartan una décima parte de sus ingresos para Tsedaká, la ayuda al prójimo y a la comunidad que le otorga la posibilidad de educar a sus hijos, que provee las herramientas e instituciones para el desarrollo de una vida de acuerdo con las mitsvot de la Torá, tal como las interpretaron los jajamim, cuyas opiniones fueron recogidas en el Talmud.
© Rab Pinjas Brener