Parashá: Ki Tetsé, Al salir, כִּי־תֵצֵא, Deuteronomio. 21:10–25:19. Haftará: Isaías 54:1–10. Darshán: Morenu Verabenu, Ribí David Jananiá Pinto, shlita
“Recuerda lo que te hizo Amalek en tu camino,
saliendo de Egipto.” (Devarim 25:17)
¿Por qué la Torá recuerda la acción de Amalek y el hecho de que tenemos que borrar del mundo la memoria de su nombre? ¿Por qué tal enojo contra ellos? Además, la Torá utiliza para referirse a esta mitzvá varias expresiones relacionadas con la palabra “mención”, pues dice “Recuerda lo que te hizo Amalek”, e inmediatamente después, vuelve y dice “no te olvides”. En ninguna otra mitzvá de la Torá, encontramos esta conducta. ¿Cuál es la gravedad del asunto?
Para poder entender esto, vamos a tratar un poco el tema de la armonía entre el hombre y su esposa, y citar lo que dijeron nuestros Sabios, de bendita memoria (Tratado de Yevamot 62b): Sobre el que ama a su esposa como ama a su propio cuerpo, y el que honra a su esposa más de lo que se honra a sí mismo, dice el versículo:
“Entonces, llamarás, y Hashem responderá
con salvación y dirá: ‘Heme aquí’ (Yeshaiahu 58:9)”.
Hay quien tiene una comprensión errada de lo que quiere decir “la ama como a su propio cuerpo”. Hay casos en los que el hombre piensa, inocentemente, que la mujer tiene que comportarse como él, y así como él no le presta atención a su cuerpo y su apariencia exterior, así mismo piensa que su esposa se comporte como él, que ella no se maquille ni se acicale ni esté presentable. Como resultado, el hombre escatima en sus gastos y no le da a su esposa lo que ella necesita. Este tipo de pareja debe saber que es un grave error pensar de esta forma y muestra una faceta de la Torá que no es correcta. El esposo tiene la obligación de percatarse de los sentimientos de su esposa y tomarlos en consideración. La naturaleza de la mujer es la de acicalarse y cuidar de su apariencia, y estar agradable ante su esposo. A ella le encanta que en su hogar reine el orden y la limpieza, por ello el esposo tiene que comprender el corazón de la mujer y preocuparse de todas las necesidades de ella, comprarle ropas lindas y decentes, según lo permita su poder de adquisición, de modo que ella las luzca con honor. Es más, el esposo tiene la obligación de conducirse así también respecto de su propia persona y vestir ropas agradables, limpias y honrosas, de modo que su esposa esté contenta con él y no sea rigurosa con él. Ella debe estar orgullosa del marido que tiene, un hombre decente y respetable. De esta forma, la armonía se posará en ese hogar.
Encontramos que varios de los grandes de la generación se cuidaban mucho respecto de su vestimenta y de su casa. Cuando uno de los grandes rabinos ashkenazíes visitó al Gran Rabino de Turquía, Rabenu Jaím Palaggi, zíaa, y vio el esplendor que rodeaba al Rav, se sorprendió, y se lo reclamó: “¿Acaso es compatible con un erudito de Torá como usted conducirse con estos modales de honor?”. Rabenu Palaggi le respondió: “Nuestros Sabios, de bendita memoria, dijeron que ‘Si el hombre y la mujer tienen el mérito, la Shejiná reside entre ellos’. Siendo así, mi casa particular es residencia de la sagrada Shejiná; entonces, ¿cómo no he de hacer de esta residencia un lugar esplendoroso para nuestro Dios, como corresponde al palacio del Rey?”.
De aquí, el hombre debe aprender a ser meticuloso en cuanto a su conducta, debe vestir ropas limpias y decentes. Y que no se comporte como una persona deshonrosa que no le importa cómo luce ante el público. Así, cuando su esposa se percata acerca de la conducta del esposo, que es recta y con buenos modales, sin duda, también ella estará contenta con él y lo respetará. Entonces, la paz residirá entre ellos así como también la Shejiná de Hashem.
De acuerdo con todo lo expresado, podremos comprender por qué la Torá fue tan estricta en cuanto al acto de Amalek y exigió de nosotros que borremos la descendencia de Amalek del mundo. Y, además, ordenó que no olvidemos nunca los hechos abominables de Amalek, pues él vino a molestar el amor nupcial que existía entre el Pueblo de Israel y Hashem. Él vino a enfriar el caluroso afecto que estaba plantado en los corazones de Israel hacia Hakadosh Baruj Hu, y, por así decirlo, puso una división entre el novio —que es Hakadosh Baruj Hu— y la novia —que es la congregación de Israel—. Y desde entonces, el amor nupcial que había y que se renovaba entre ellos, cada vez, fue disminuyendo y se fue enfriando debido a la guerra de Amalek. Este gran daño continúa surtiendo efecto aun en nuestros días, y así será hasta la llegada del Mashíaj, cuando por fin retornará con fuerza el afecto y el amor que había entre nosotros y Hakadosh Baruj Hu, como en el día de nuestra “boda”, en el Monte Sinai.