PARASHAT HA´SHAVÚA: «KI TETZÉ»

Ki Tetze

La Parashá de esta semana –«Ki Tetzé»,  Deuteronomio 21:10 – 25:19– comentada por el Rabino Yerahmiel Barylka


La violación sistemática de las mujeres por la soldadesca que ingresa a los poblados en tiempo de guerra continúa siendo una de las lacras de la humanidad que no es denunciada ni combatida, tal como no se querella ni se evita la matanza de civiles. Ni siquiera ahora cuando todos somos testigos de esas acciones a través de los medios de comunicación digitalizada. En algunos casos que suceden en este tiempo, las brutales violaciones tienen también como objetivo “mejorar la raza” conquistando a los pueblos sometidos biológicamente. Como bien sabemos, las violaciones también se produjeron contra enemigos políticos, en la forma más brutal imaginable en muchos países considerados civilizados.

El fragmento que leemos esta semana, en el que se encuentra un octavo de las 613 normas de las Escrituras, inicia con la prescripción de cómo actuar: En caso de que salgas a la batalla contra tus enemigos, y el Eterno tu Di-os los haya dado en tu mano y tú los hayas llevado cautivos;  y hayas visto entre los cautivos una mujer hermosa, y te hayas apegado a ella y la hayas tomado por esposa, entonces tienes que introducirla en medio de tu casa. Ella ahora tiene que afeitarse la cabeza y hacerse las uñas,  y quitar de sobre sí el manto de su cautiverio y morar en tu casa y llorar a su padre y a su madre un mes entero; y después de eso debes tener relaciones con ella, y debes tomar posesión de ella como novia tuya, y ella tiene que llegar a ser tu esposa.  Y tiene que suceder que, si no te has deleitado con ella, entonces tienes que despedirla, al agrado de su propia alma; pero de ninguna manera debes venderla por dinero. No debes tratarla tiránicamente después de haberla humillado” (Devarim 21:10-14).

Ningún pueblo había legislado previamente sobre este tema.

Discutieron los sabios sobre el objetivo de la posibilidad de tomar a la mujer cautiva, y la mayoría estuvo de acuerdo que de lo que se trata es de legitimar  en lo posible una situación posterior a la inmediata del impulso de violar a la prisionera, para que pueda producirse algún tipo de identificación con el dolor de la víctima, y así incorporarla a la propia familia del victimario. “Un mes entero” debe respetarla en su duelo, hasta que ella pueda ver humanizado al actor de sus desgracias, cuando la mira en sus ojos, oye su llanto, la ve destrozada por haber sido separada de su pueblo y de su familia.

Recordemos que en la antigua Esparta por ejemplo, los casamientos se llevaban a cabo mediante el rapto la mujer, siguiendo ancestrales costumbres compartidas por tantos pueblos primitivos. De ahí las prácticas de vestir a las mujeres de forma poco atractiva y raparles la cabeza, buscando disminuir su belleza como medio de impedir su violación. Así pues intentaremos comprender la norma también frente a lo acostumbrado varios siglos después que la Ley de la Torá fuera conocida por otros pueblos.
Rabí Bahya ben Asher el sabio judío del Siglo XIII, nos dice que la norma intenta lograr que el soldado pierda el atractivo de la mujer cautiva, ahora desarreglada, sufrida, deprimida y pueda relacionarse con ella más empáticamente.
La Torá parece reconocer la fuerte construcción del ser humano sobre sus instintos más ciegos y primarios, y de nuestra naturaleza más salvaje, que nos hace inmunes al dolor ajeno, indiferentes a sus humillaciones, silenciosos ante las injusticias que nos convienen, cómplices de cualquier delito que de algún modo nos pueda beneficiar. Porque lo cierto es que hace falta toda una legislación con el maravilloso brillo de la Torá para que seamos capaces de, al ver los signos ajenos del daño y de la degradación y la infamia,  de colocarnos en el lugar de la víctima y preguntamos cómo nos sentiríamos en su situación.

Por otro lado no es el sagrado texto en modo alguno una aceptación de la inclinación al mal que hay en nosotros, ayudándonos en nuestras perversidades a amainar el mal que cometemos. Se trata, una vez más, de retroceder en la maldad instintiva y construir el bien hasta a partir de la peor de las situaciones.

Maravilloso final: “y si no te has deleitado con ella, entonces tienes que despedirla, al agrado de su propia alma; pero de ninguna manera debes venderla por dinero. No debes tratarla tiránicamente después de haberla humillado”. La Torá me previene sabiamente para que, sobre un mal realizado en tiempos de guerra, no haga otra locura aún peor con una mujer después de haberla tenido en mi propio hogar “un mes entero” vendiéndola ahora como esclava. Si bien el ideal es siempre lo más sublime, lo más lejano, en cambio lo realmente humano y sagrado al mismo tiempo esté en reconocer nuestros errores y ser capaces de enmendar nuestra conducta mejorando la vida de las víctimas de nuestras insensatas acciones.

Los temas siguientes de la parashá parecen ser una concatenación inevitable: quien se aprovecha de la mujer cautiva, tendrá más de una mujer, y por fuerza no se escapará de “tener a una amada, y a otra odiada” y hará que sus hijos se aparten del camino del bien.

A lo largo de la lectura aparecen cinco recordatorios a acciones pasadas, especialmente las referidas a Egipto antiguo, cuando el mensaje parece indicar: Ahora que están a punto de ingresar a la Tierra Prometida, quítense las conductas de la violencia del dominador y busquen no esclavizar ni esclavizarse como en la Tierra de la Esclavitud. Y este consejo sigue siendo tan válido ahora como cuando se emitió hace miles de años: como toda la Torá en todas y cada una de sus palabras.

 

© Rab Yerahmiel Barylka