
Parashá: Koraj, קֹרַח , Números 16:1–18:32. Haftará: 1 Samuel 11:14–12:22. Darshán: Morenu Verabenu, Ribí David Jananiá Pinto, shlita
“Y Kóraj, hijo de Yitzhar,
hijo de Kehat, hijo de Leví,
tomó…” (Bamidbar 15:1)
No en vano la parashá de Kóraj se encuentra entre las parashiot de tzitzit y de jukat. La parashá de tzitzit
dice (Bamidbar 15:39):
“Y lo veréis, y os acordaréis de todas
las mitzvot de Hashem, y las
haréis”
y en la parashá de jukat, está escrito (Bamidbar 19:2-14):
“Esta es la juká (‘estatuto’) de la Torá
[…] el hombre que muera en la tienda”.
Nuestros Sabios, de bendita memoria, dijeron (Tratado de Berajot 63b): “La Torá no se adquiere sino hasta que el hombre se ‘mate’ por ella”. Para poder merecer la corona de la Torá hacen falta dos requisitos indispensables y fundamentales. Primero, “y lo veréis”, es decir, hay que ver a Hakadosh Baruj Hu y reconocer Su grandeza; conocerlo y recordar todas Sus mitzvot. Esto se logra observando el hilo de tejélet del tzitzit, como dijeron nuestros Sabios (Tratado de Julín 89a): “El tejélet se parece al color del mar, y el del mar se parece al del cielo, y el del cielo, al del Trono de Gloria”. Tenemos, entonces, que cuando el hombre observa los tzitzit recuerda la grandeza de Hashem Yitbaraj, Quien se sienta en el Trono de Gloria, yasí tiene el mérito de recordar también las mitzvot.
No obstante, no basta con esto, pues ocurre a diario que el hombre ve el tzitzit pero no siente que éste tenga alguna influencia en él. Siendo así, ¿dónde se cumple la promesa de que “y os acordaréis de todas las mitzvot de Hashem”?
Por lo tanto, viene el segundo requisito en la parashá de jukat, el cual exige que para aceptar la Torá, se tiene que cumplir “el hombre que muera en la tienda”. El hombre tiene que “matarse” en favor de la Torá, empequeñecerse delante de ella y comprometer todos sus deseos y aspiraciones en honor de la Torá. Tiene que reconocer el ínfimovalor de su persona en comparación a la Torá y conducirse con humildad extrema delante de ella. Estos dos requisitos están conectados. Ciertamente, la mitzvá de tzitzit le enseña al hombre a recordar la grandeza de Hashem Yitbaraj y reconocer Su elevación, pero, por otro lado, el hombre debe saber reconocer también el ínfimo valor que él tiene y anular todas sus cualidades menospreciables en favor del honor de la Torá. Porque cuando, en efecto, el hombre reconoce la grandeza de Hashem Yitbaraj, pero, a la vez, tiene la altivez y el orgullo en su corazón y se considera a sí mismo como honorable, sin duda, no querrá recordar y cumplir las mitzvot de Hashem. Por ello, el reconocimiento de la grandeza de Hashem y la obligación del hombre de empequeñecerse delante de la Torá y de los que la estudian van de la mano.
Aquí es donde se encontró el error de Kóraj.
Aunque él tenía la primera condición —ya que él era de los que empacaban los utensilios del Mishcán y conocía de primera mano la grandeza de Hashem Yitbaraj—, no obstante, no supo empequeñecerse y no supo reconocer su inferioridad como persona de carne y hueso. No quiso cumplir con el versículo “el hombre que muera en la tienda”; le resultó difícil “matar” sus deseos personales ante la Torá y ante Moshé, el maestro de todos los Hijos de Israel, porque el orgullo llenaba su corazón, y arguyó: “¿Por qué precisamente Moshé es quien tiene que reinar y no yo?”. Ya que Kóraj careció de la cualidad de la humildad y no subyugó su voluntad a la de la Torá y a la de los grandes de la Torá, al final, rechazó la Torá e incluso renegó de Hashem, el Dios de Israel —Rajmaná litzlán—, pues el que reniega de los Tzadikim y los menosprecia es como si renegara de Hashem Yitbaraj y lo menospreciara.
Por lo tanto, la parashá de Kóraj se encuentra entre estas dos parashiot, para enseñarnos que ese fue el error de Kóraj, pues el que quiere tener el mérito de la corona de la Torá tiene que reconocer también la grandeza de Hashem Yitbaraj y reconocer también que, como ser de carne y hueso, no tiene valor; así Kóraj llegó a cometer su gran equivocación. Por ende, el hombre debe fijarse en sus cualidades y rectificar su sendero de modo que la Torá que planta en su ser florezca y produzca frutos esplendorosos, y no debe conducirse como Kóraj y su séquito, cuyas malas cualidades los hicieron caer a lo más profundo