La Parashá de esta semana: «Vayerá» וירא ( Génesis 18:1 – 22:24) comentada por Adi Cangado
«Y alzó su voz y lloró»
La pantalla se enciende. Arena. Desde arriba la cámara enfoca el desierto. Desde la izquierda de la imagen dos surcos profundos. Al final del primero un joven sentado se protege del sol abrasador y se escucha un murmullo entre quejidos de dolor, tal vez una oración incomprensible al oído del espectador. Al final del surco inferior, lejos del joven, se intuye un cuerpo cubierto por un manto oscuro, agachado, en profundo silencio. De repente el llanto agudo de una mujer quiebra la quietud de la escena mientras la imagen se aleja. Esta mujer se llamaba Hagar.
¿Quién era Hagar?
Entre la Perashá de Lej Lejá y la de Jayé Sará encontramos los trazos de una historia muy particular, pero para reconstruir su relato debemos recomponer estos versos y acudir al Midrash, la tradición oral de nuestros antepasados, para completar la vida de Hagar. ¿Por qué considero a esta mujer, a esta esclava, tan importante? Porque a ella se reveló, se hizo presente, lo Divino, y porque su llanto es el primero que aparece en la Biblia Hebrea.
Debemos retroceder varios años hasta aquel exilio de Abraham y Sara en Egipto (Gén. 12:10-20). «Y hubo hambre en la tierra (de Canaán) y descendió Abram a Egipto para habitar allí (como extranjero, como emigrante) pues era muy dura el hambre en la tierra» (Gén. 12:10). Al llegar a Egipto el Faraón se encapricha con Sara y, según algunas fuentes, la toma como esposa (Pirké de Rabí Eliézer, 26) pues pensaba que era la hermana de Abraham. En su contrato matrimonial el Faraón le regala a Sara una muchacha, su hija, como sierva, pues eran muchos los milagros que Sara hacía en casa del rey de Egipto. Su padre le dijo a la niña: «Hija mía, más vale que seas esclava de esta casa bendita y no estar como señora en mi palacio. He visto con mis propios ojos la grandeza de Sarai, no hay más que discutir. Mi deseo es que la sirvas con toda tu alma y todo tu corazón, y sin duda obtendrás gran provecho de trabajar para ella». Esta joven, hija del Faraón y nieta de Nimrod, se llamaba Hagar y entró a formar parte de la familia de Abraham y de Sara y se convirtió al judaísmo.
Éshet Abram: La esposa de Abraham
La primera mención a Hagar en la Torá está más adelante en el relato: «Y Sarai, esposa de Abram, no había parido para él pero tenía una esclava egipcia y su nombre es Hagar» (Gén. 16:1). Sara veía que con sus ochenta años no había dado a Abraham una descendencia. Estaba desesperada. Los remedios de los médicos para quedar embarazada no daban resultados y empezaba a pensar que tal vez el Eterno la había castigado por algún pecado.
«Y dijo Sarai a Abram –He aquí que me detuvo el Eterno de parir, ve por favor a mi esclava, quizás seré completa (lit. me construiré) a través de ella- y obedeció Abram la voz de Sarai» (Gén. 16:2). Sara no se siente plena ni completa. Trata de convencer a su marido primero pero también a Hagar, a quien seduce con palabras (Gén. Rabá 45:3) y le dice: «Aunque eres muchacha, hija de un rey, y no te conviene tomar a un anciano como marido, debes saber que ashraij she-at midabéket laguf akadosh azé serás bienaventurada de acceder a este cuerpo santo«. Es decir, «de ser mujer de Abraham, un hombre santo». El Midrash juega aquí con un lenguaje sumamente erótico y a la vez intenta reflejar la astucia de Sara para seducir a Hagar. Es como decirle a la chica: «A ti, mi sierva, te entrego a Abraham y no a otro, y te lo entrego como esposa y no como concubina».
Fue así cómo siguió Abraham el consejo de Sara y se casó con Hagar. Habían pasado diez años desde la llegada de la pareja a Canaán. «Y la dio (Sara) a Abram, su esposo, para él le-ishá como esposa» (Gén. 16:3).
El campo está ya sembrado para la enemistad entre las dos mujeres. Hagar seguramente se habría acomodado en este nuevo status. La primera noche Hagar quedó embarazada (Gén. Rabá 45:4). Esta inmediatez queda patente en la yuxtaposición de verbos del siguiente verso (Gén. 16:4a): «Y vino (Abraham) a Hagar y ésta concibió». Pero al ver que estaba encinta, su dueña (Sara) se volvió irrelevante a sus ojos (Gén. 16:4b).
Sara también era hermosa, pero mayor. Las mujeres del lugar se acercaban a verla y Hagar les decía: «Parece que mi señora Sarai no es tan buena como pensáis, y estáis equivocadas si la tenéis por jasidá piadosa, pues no tuvo el honor de dar hijos a Abram en todos estos años, mientras que yo quedé embarazada de él aunque me casé en su vejez, ya que tiene 85 años» (Gén. Rabá 45:4). Sara la escucha pero no se rebaja a darle respuesta. No quiere ser su igual. Por eso acude directamente a Abraham: «Y dijo Sarai a Abram -¡(Que) mi injusticia (caiga) sobre ti! Yo entregué a mi esclava en tu seno y (ella) vio que quedaba preñada y me humilla. Yishpot Ashem bení ubeneja ¡Que el Eterno juzgue entre yo y tú-» (Gén. 16:5).
Según el Midrash (Gén. Rabá 45:5) debemos leer en lugar de bení ubeneja «entre yo y tú» bení ubenej «entre yo y tu hijo (el que espera Hagar)». El Midrash dice ubenej, «y tu hijo», en femenino. Aquí ya no es con Abraham con quien discute Sara sino con Hagar. Si se lo hubiese dicho a Abraham se escribiría ubinjá pero aquí es a Hagar a quien reta. Los reproches a Abraham continúan: «Te di a mi esclava como esposa y ella se tiene por patrona y a mí me trata como a una esclava. Me deshonra delante de ti y tú te quedas callado». Los tres están allí: Abraham, Sara y Hagar.
«Y dijo Abram a Sarai –He aquí (que) tu esclava (queda) en tu mano, haz con ella lo que te plazca-» (Gén. 16:6a). El Midrash añade: «La esclava está a tu servicio como esclava que es, y en tu mano está hHagar está allí y Abraham la llama «esclava». ¿Acaso no era ella también una esposa? ¿Por qué no la defiende? «Y Sarai la maltrató y (ella, Hagar) huyó» (Gén. 16:6b). Sara endureció las labores de Hagar (Midrash, Gén. Rabá 45:6) y un día cogió sus zapatos y se los tiró en la cara a Hagar para humillarla y recordarle su lugar en aquella casa. Hagar, a quien de algún modo Abraham también amaba, huye al desierto.
Hagar no quiere irse, pero se ve obligada a ello. Detrás del maltrato de Sara se escucha un claro lejí laj «ve por ti misma». Sara la maltrata para no expulsarla directamente y Hagar al final huye por su propia voluntad.
La primera expulsión: Tú y Yo, Yo y Tú
«Abro mi ojo o mi oído, o extiendo mi mano, y siento inseparablemente en el mismo instante: Tú y Yo, Yo y Tú. Dios, Yo permanezco contigo y en Ti, separado y Uno, Yo en Ti y Tú en mí.» Así escribió Friedrich Heinrich Jacobi en la carta a un destinatario desconocido el 16 de octubre de 1775 poniendo su granito de arena a lo que será el existencialismo religioso que encuentra en la obra de Martin Buber su expresión más lograda.
Estando Hagar en una fuente de agua de camino a la ciudad de Shur se le apareció un emisario del Eterno pero ella no se asustó pues estaba habituada a percibir lo Divino cuando se revelaba ante ella. «Y la encontró un emisario del Eterno sobre una fuente de agua en el desierto, sobre la fuente en el camino de Shur» (Gén. 16:7). Hagar está en ningún lugar, en su propia encrucijada, en dirección a Shur, igual que Abram estuviera «en dirección a Canaán». Hagar encuentra a Dios en un momento decisivo y desesperado de su vida. «Y dijo (el Eterno) -Hagar, sierva de Sarai, e mizé bat ¿de dónde vienes? veaná teleji ¿y a dónde irás?- y dijo (ella) -de Sarai, mi señora, yo estoy huyendo-» (Gén. 16:8). La Torá nos deja muy claro que Hagar no es un personaje común. Ella percibe lo Divino, ante ella se revela, se hace «presente», con claridad.
El texto dice vayimtsaah «y la encontró». Está perdida. Entre dos lugares físicos (Kadesh y Béred) y entre dos tiempos (el pasado -¿de dónde vienes?- y el futuro -¿a dónde irás?). El encuentro escapa al espacio y al tiempo. El encuentro acontece en presente. El mundo de la experiencia es el mundo de las cosas, del pasado, del tiempo y del espacio. El mundo del presente es el mundo de la existencia, del encuentro, de la relación. El Eterno se hace presente ante Hagar. Se le revela. ¿De dónde viene Hagar? Ella lo sabe bien. ¿De qué pasado procede? De la esclavitud. A la primera parte de la pregunta ella misma responde «de Sarai, mi señora, yo estoy huyendo». Rashi añade: el Eterno también sabe de dónde viene Hagar. Es como si le preguntase: ¿Dónde está el lugar del que puedas decir «de tal lugar procedo»? ¿Y a dónde irás? Pregunta el Eterno. A esta parte de la pregunta, Hagar no contesta. ¿Qué será de su futuro? Ella no lo sabe. Está sin escribir. Ella es libre para decidir. ¿Qué hará? ¿Qué le dicta su conciencia? «Acuérdate de dónde vienes, que eres hija del Faraón, el rey de Egipto, y con todo esto se propuso tu padre darte como sierva en casa de Abram, pues lo estimó como mejor que tenerte en su palacio como una señora. ¿Acaso hallarás un lugar mejor que ese?».
«Y dijo a ella el emisario del Eterno -Vuelve a tu señora veitaní tájat yadea y sométete a ella-» (Gén. 16:9). La Torá nos deja una pista que recalca la libertad de Hagar. Está escrito veitaní, en forma reflexiva, es decir, sométete a Sara por tu propia voluntad. Regresa y concebirás (Rashi). El Eterno dice a Hagar que tendrá un niño y lo llamará Yishmael (Dios escuchará), pues el Eterno escuchó tu dolor (Gén. 16:11). Esta es la primera vez en toda la Biblia Hebrea que Dios anuncia el nombre del niño antes de nacer, lo cual ocurrirá solamente tres veces más: Isaac, Salomón y Josías.
En el Targum de Onkelos se traduce este último verso así: «… Yishmael, pues el Eterno escuchó tu oración». ¿Dónde está la oración? La Torá recoge un diálogo entre el Eterno y Hagar, ¿o una oración? Al fin y al cabo rezar en hebreo se dice itpalel, es decir, «juzgarse a uno mismo». Buber dice que la oración es el resultado del encuentro con lo Divino: lo Divino nos interpela más allá de los límites del lenguaje, y el ser humano, sintiéndose llamado, responde a través de la oración. Tal vez el diálogo que la Torá nos relata no es otra cosa que la «oración de Hagar». En otro Targum, el Targum Yonatán, se traduce el último verso así: «… Yishmael, porque tu dolor se revela ante el Eterno». Acudimos a lo espiritual que actúa a través del Universo, que es el Manantial perpetuo de la vida, que nos inspira justicia y nos llama a reparar y a reconstruir, no en el común del día a día. La mayor parte de los días de nuestra vida es llana, sin altibajos, como a nivel del mar. Pero en los instantes de máxima alegría o de enorme sufrimiento, acudimos al Eterno y nos aproximamos al encuentro.
«Y llamó (Hagar) el nombre del Eterno que la interpela Atá El Roí Tú (eres) el Dios que me ve pues dijo -¿sigo viendo incluso después de que Él se me haya revelado?-» (Gén. 16:13). No es habitual que una mujer nombre a Dios en la Biblia. Hagar es la primera persona que se enfrenta directamente con Dios y le da un nombre que refleja la experiencia personal de su encuentro con lo Eterno. Hagar es una teóloga, una visionaria: osa describir a Dios, definir a Dios. Atá El Roí, «Tú eres el Dios que me ve». Dios salva a Hagar: Dios «ve» a Hagar y la protege, y le hace una promesa y esa promesa es la vida, la supervivencia a través de la descendencia; un futuro. A diferencia de Sara, que se cubre el rostro ante Dios (Gén. Rabá 45:10), Dios habla directamente con Hagar (Gén. Rabá 45:9). Sara no verá a Dios y tendrá que limitarse a reír.
Este verso está cargado de profundidad. Dice Martin Buber, «quien dice Tú con todo su ser, pronunciado desde el ser, entra en esa palabra y se instala en ella». «Quien dice Tú no tiene algo, sino nada. Pero se sitúa en la relación». Hagar se siente interpelada y responde imaginando, pensando, juzgándose a sí misma. A través de la oración. Y dice «el Dios que me ve», no curiosamente «el Dios que me habla», pues el encuentro con lo Divino ocurre más allá del lenguaje. «Toda vida verdadera es encuentro» (Martin Buber). Encuentro. Ver. Vida. Lo espiritual realmente vivenciado dibuja en la arena un camino que conduce a Dios. Aquí el encuentro se refleja en «ver» a Hagar, tomar cuenta de ella. Aquí ver equivale a dar vida. Por eso el encuentro se produce junto a una fuente de agua. En la inmensidad del desierto, símbolo de silencio, de vacío y de muerte, acontece lo extraordinario en una fuente de agua, en un pozo, símbolo de vida, de salvación.
En el Targum de Onkelos se traduce así: «Y ella rezó en el Nombre del Eterno que la había interpelado, y dijo (ella) -Tú eres el Dios que todo lo ve- pues pensó ella -sigo viendo incluso después de que Él se me haya revelado-«. En el Targum Yonatán se traduce así: «Y ella dio gracias al Eterno cuya Palabra habló a ella, y por lo tanto dijo –Ant U Jay ve Kayam dejamé velá mitjamé Tú eres El que vive y es Eterno, que ve pero no es visto- pues pensó ella -Aquí se revela la gloria de la Shejiná (Presencia Divina) del Eterno después de una visión-«.
«Por eso llamó al pozo Beer Lajay Roí (el Manantial del (Dios) Viviente que me ve), que está entre Kadesh y Béred» (Gén. 16:14).
Hagar regresa junto a su señora. Dará a luz a un niño, hijo de Abraham, y éste lo llamará Ismael. Abraham tenía 86 años cuando el muchacho nació (Gén. 16:15-16).
La segunda expulsión: El odre y el pozo
La Perashat Vayerá nos relata cómo después de muchos años el Eterno se acordó de Sara y también ella tuvo un hijo: Isaac (Yitsjak). «Y dijo Sara –Tsejok Una broma hizo para mí Dios; todo el que escuche (que he dado a luz en la vejez) yitsjak li se reirá de mí-» (Gén. 21:6). Cuando el niño tenía la edad de 13 años, Abraham organizó un convite grande con mucha comida y muchos invitados. «Y vio Sara al hijo de Hagar, la egipcia, que había tenido con Abraham, metsajekriendo» (Gén. 21:9). ¿Qué fue lo que vio exactamente Sara? Si atendemos al verbo utilizado aquí, metsajek «riendo», se trata del mismo que da nombre a Isaac (Yitsjak, «reirá»). Sara mira a Ismael y ve a Isaac. Encuentra en ellos enorme parecido y también parte de Abraham y parte de ella misma. Esto no es fácil de asumir para ella, por eso pide a Abraham que decida en cuál de los dos se cumplirán la promesa y la herencia: «Y dijo (Sara) a Abraham –Garesh Expulsa a esta sierva y a su hijo pues no heredará el hijo de esta sierva con mi hijo, con Isaac-» (Gén. 21:10).
Abraham se apena pues quiere a Ismael y también es su hijo, pero el Eterno lo consuela. Le pesó mucho el echarlo de su casa, pues Abraham era piadoso y no le gustaba hacer daño a ninguna persona sino el bien a todo el mundo, y más aún si se trataba de su hijo. Y de todos los males que pasaron por su cabeza, no le pesaron tanto como echar a Ismael de su casa (Meam Loez).
Y así se levantó Abraham por la mañana, muy temprano, y le entregó a Hagar un libelo de divorcio (un guet) y tomó pan y un odre de agua y se lo dio para que se fuera. Sara le había rogado que la expulsara de casa sin ropa, desnuda, para que todos supiesen que era una esclava. A pesar de ello, Abraham le puso encima un manto que ella fue arrastrando por la arena dejando un surco.
Tenía entonces Ismael 17 años pero estaba enfermo con mucha fiebre y débil. Abraham lo apoyó en el hombro de Hagar y así su madre lo arrastró hacia el desierto. Como la fiebre de Ismael era tan fuerte, el agua del odre se acabó pronto. Hagar caminó con el joven por el desierto de Beer Sheba. Pronto vio que el chico se moría de sed, y cuando hubo llegado a aquel mismo lugar en el que el Eterno se le había revelado muchos años atrás, dejó al joven debajo de unos arbustos y se apartó de él para no ver cómo se moría (Gén. 21:15 y Midrash ad hoc).
«Y se fue (Hagar) y se acurrucó a la distancia de dos tiros de arco pues dijo -No veré la muerte del niño- y se agachó y alzó su voz y lloró» (Gén. 21:16). El llanto de Hagar es también una protesta: «¿Es esto lo que me prometiste hace 17 años en este lugar, cuando huía de mi señora Sara?» (Meam Loez). «Y Dios escuchó la voz del joven y llamó un emisario de Dios a Hagar desde los cielos y le dijo -¿Qué tienes, Hagar? No tengas miedo, pues escuchó Dios la voz del joven en el lugar en donde está.» (Gén. 21:17). «Levántate, coge al joven, y fortalece tu mano a través de él (lit. en él, con él) pues haré de él una gran nación-» (Gén. 21:18). A veces uno debe ayudar a los demás para ayudarse a sí mismo. Si ella lucha por el niño, lucha también por ella porque encuentra un propósito para seguir adelante y no derrumbarse. «Y abrió Dios sus ojos (los de Hagar) y (ella) vio un pozo de agua y fue y llenó el odre de agua y dio de beber al joven (a Ismael).» (Gén. 21:19)
Existe un paralelismo entre los dos encuentros de Hagar con Dios. En el primero Dios la «ve» y allí ver significa «vivir», sobrevivir, seguir hacia adelante. Aquí «no ver» significa la muerte: ella no quiere ver morir a su hijo y se va, se aleja, se pone de espaldas porque «no veré la muerte del niño».
«Y estuvo Dios con el joven y creció y se hizo morador del desierto y se convirtió en arquero» (Gén. 21:20). «Y residió en el desierto de Parán y tomó para él su madre (Hagar) una esposa de la tierra de Egipto» (Gén. 21:21). Ismael tendrá cuatro hijos y una hija. Después de días partió de Egipto hacia el desierto él y su madre y toda su familia y habitó en el desierto, en tiendas, criando ganado (Meam Loez).
Abraham fue por el «midbar» a verlo a Ismael (un cuento del Meam Loez)
Después de tres años le dijo Abraham a Sara:
-Quiero ir a ver a Ismael, mi hijo, que ya le echo de menos que al fin mi hijo es.
La señora de Sara le dijo que fuera en la buena hora, pero que no se bajara del camello a sentarse en la tienda, solamente que cabalgase y que lo saludara y se viniera. Y se obligó Abraham con promesa de hacer su palabra. Y escogió un camello de los ligeros y se fue caminando por el desierto a buscar a Ismael, pues sintió decir que moraba en tiendas del desierto, pero no sabía por qué parte estaba. A mediodía halló la tienda y vio que la mujer estaba con sus hijos sola. Preguntó diciendo:
-¿Dónde está Ismael?
-No está aquí, que se fue con su madre a la casa.
-Hija mía, dame un poco de agua, que estoy muerto cansado del camino.
-No tengo que dar agua ni pan.
-Anda, mira vuestro hijo.
Y sintió Abraham que dicha mujer lo estaba maldiciendo a su marido y maltratando, y le pesó mucho de sentir tales hablas. Y estando encima del camello le dijo:
-Cuando venga Ismael le dirás: «Un hombre anciano vino de la tierra de Palestina a buscarte y siendo que no estabas aquí me pidió que te diga en su nombre que tengas cargo de cambiar el portal de tu tienda porque no presta del todo y pongas otro en su lugar».
Acabando Abraham de decir dichas hablas, se volvió a su casa.
Cuando vino Ismael con su madre, le contó la mujer lo pasado, y siendo Ismael muy agudo, conoció que era su padre y cayó en la jaluqqáque le pesó al padre porque no le hizo kabod, y así sintió su consejo y la quitó a aquella mujer (Aísha), que así entendió que le quiso decir Abraham.
De allí se fue Ismael a la tierra de Canaán y se casó con una mujer que se llamaba Fátima, y la trajo a su tienda.
Después de tres años, volvió Abraham a ir a verlo a su hijo, y según hizo la primera vez hizo ahora, pero siendo esta mujer buena, aunque Ismael no estaba allí, cuando vino un hombre anciano que preguntaba por su marido, le respondió diciendo:
-No está aquí, que se fue a la casa, pero no impide nada y venga usted en la buena hora y reposará un poco y comerá alguna cosa, que cierto estará cansado del camino.
Pero siendo tenía promesa Abraham de no bajar del camello, respondió diciendo:
-No puedo sentarme a esperarlo, que el camino es lejos, y siendo soy hombre viejo, quiero recogerme en mi casa. Solamente un poco de agua dame a beber, que tengo mucha sed.
En breve corrió dicha Fátima y le trajo de comer y beber y le gustó tanto que almorzó allí bien, y la bendijo y le dijo:
-Cuando venga Ismael le dirás: «Un hombre anciano te vino a buscar de la tierra de Palestina y ya son dos veces que viene y no te encuentra y ahora te dice que el portal que pusiste en la tienda es muy bueno, y mira no sea que lo cambies».
Cuando vino Ismael y sintió dichas hablas, recibió mucho gusto de ver que le hizo kabod, y de ver que su padre le tiene amistad, que ya son dos veces que lo viene a ver. Y aquel propio día partió con toda su familia y se fue a la tierra de Palestina y estuvo con Abraham 26 años.
La anciana perfumada
¿Qué fue de Hagar? La última noticia de ella la tenemos ya en la Perashat de Jayé Sará, cuando nos relata la Torá que después de la muerte de Sara, el Eterno le pide que se case nuevamente con Hagar, llamada aquí Keturá (Gén. 25:1; Midrash, Gén. Rabá 61:4). ¿Por qué «Keturá»? Porque ella iba siempre mekutéret, «perfumada», con olor a ketóret «incienso». Sus acciones y buenas obras eran finas como el incienso (Midrash Tanjumá ad hoc). Hagar y Abraham tuvieron juntos seis hijos más, y ella no había vuelto a conocer a ningún hombre desde su separación de Abraham.
Dos promesas, dos herencias
Abraham abandonó su tierra natal y la casa de sus padres, llevado por su padre a Jarán. Hagar es regalada como sierva a Sara durante la estancia de Abraham y ella en la tierra de Egipto con ocasión de la hambruna que sufría Canaán y también es despojada de su tierra natal. Abraham abandona los dioses de su padre, igual que Hagar los del suyo. Abraham atiende la llamada del Eterno, y también Hagar. Abraham encontró a Dios en Jarán, la «encrucijada». Hagar encontrará a Dios bamidbar «en el desierto». Dios hace dos promesas a Abraham y también a Hagar: la descendencia y la tierra. Ambos tendrán descendencia y en cada hijo se heredará la promesa de la tierra.