PARASHAT HA´SHAVÚA: «YITRO»

 ParasháYitró , יִתְרוֹ‎, Jetró, Exodo 18:1–20:23. Haftará: Isaías 6:1–7:6 y  9:5– Darshan:  Morenu Verabenu, Ribí David Jananiá Pinto, shlita


“Y vosotros seréis para Mí
un reinado de sacerdotes y
una nación sagrada. Estas
son las palabras que has
de hablarles a los Hijos de
Israel” (Shemot 19:6).

Cuando Hakadosh Baruj Hu quiso bajar la Torá al mundo y entregarla a los habitantes de la tierra, fue de nación en nación y les propuso que recibieran la Torá. Cuando los ignorantes le preguntaron qué estaba escrito en ella, Hashem les respondió, detallándoles los diez mandamientos. Cuando las naciones vieron que la Torá implicaba responsabilidad y obligación, le respondieron a Hashem negativamente, y rechazaron recibir la Torá. Al final, Hakadosh Baruj Hu fue donde los Hijos de Israel y, a pesar de todas las prohibiciones que contiene la Torá, aun así, la aceptaron y dijeron al unísono, con un solo corazón: “Haremos y escucharemos”.

Esto es asombroso. En la época en la que Hashem descendió la Torá al mundo, todas las naciones de la tierra conocían Su reinado, y todas sabían de Hashem y sabían que el universo es Su obra; también las plagas con las que había azotado a Egipto todavía estaban frescas en sus memorias junto con el éxodo del pueblo judío y el milagro de la partición del Mar Rojo.

Tomando todo esto en cuenta, la realidad de la época debería ser que todos le temían a Él, y que reconocían Su reinado en el mundo, como dice el versículo: “Entonces se aturdieron los capitanes de Edom; a los fuertes de Moav, los apresó el miedo; se derritieron todos los habitantes de Kenaan, etc.”. Si fue así, hay una dificultad: ¿de dónde tuvieron las naciones el coraje de negarse a aceptar la Torá que Hashem les
estaba ofreciendo?

Podemos responder a esta dificultad que, a pesar de que el reinado de Hashem era conocido y estaba ante los ojos de todos, así como la existencia de una casa demuestra que ésta tuvo un constructor, y una vestimenta demuestra que tuvo un sastre, incluso las
naciones sabían en su interior que hay un solo Creador que gobierna sobre todo el mundo y que no hay otro más que Él. No obstante, aquí se encuentra la raíz del problema: las naciones, a pesar de reconocer el reinado de Hashem, no se entusiasmaron por ello. Ellos lo sabían bien desde el principio, pero ese conocimiento
no penetró en sus corazones.

A pesar de que en un principio estaban excitados, esa emoción se enfrió muy prontamente ya que no se molestaron en ir a ver cómo se condujo Hashem con el Pueblo
de Israel en el desierto, de forma milagrosa. Similar a esto, las naciones que existían en aquella generación no tenían que conformarse sólo con escuchar acerca de los milagros que les sucedieron a los Hijos de Israel, sino que tenían que levantarse de sus lugares e ir al desierto y observar de cerca al pueblo especial que estaba siendo conducido de forma sobrenatural y elevada. Si, en efecto, aquellas naciones se hubieran tomado la molestia de ir a ver y convencerse de la gran maravilla, necesariamente, aquel conocimiento intelectual de la existencia de Hashem habría “bajado” y penetrado en sus corazones, y se habría convertidoen entusiasmo, con lo cual no se habrían negado a la proposición de Hashem, y habrían aceptado Su Torá.

Un día fui a un hospital en Jerusalem a visitar a un enfermo que había sobrevivido a un terrible accidente automovilístico, con tan sólo unas lesiones menores. Él me dijo que si sabía de alguien que quisiera conocer al Creador del mundo y creer en Su existencia que se lo refiriera a él, ya que él había visto la muerte ante sus ojos y sólo porque Dios existe y es Piadoso, él se salvó de la muerte. Luego de pasado un tiempo, volví a encontrarme con aquel hombre y le pregunté si, como consecuencia del milagro de su salvación de la muerte, había empezado a ponerse tefilín, a lo que me respondió negativamente. Ante su respuesta, le pregunté: “¡Tan sólo hace unos cuantos días me dijiste que podías testificar que Dios existe y gobierna el mundo! ¿Cómo se concilian esas palabras con el hecho de que no estás cumpliendo los preceptos (mitzvot) que ordenó ese mismo Dios que atestiguas que existe, particularmente luego de que merecieras ser salvado de forma milagrosa por Él, gracias a Su providencia?”. Aquella persona no tenía cara con la que responderme, pues sabía que yo tenía razón.

Hay casos similares en los que las personas dicen que se ponen los tefilín sólo en Rosh Jódesh, o en algún otro día particular de la semana en el que el Rabino viene a ponérselos.

Sobre esto, me pregunto: ¿acaso aquellas personas también se preocupan de comer sólo en Rosh Jódesh? ¿Acaso tienen limitaciones físicas —jas Veshalom— que les impiden ponerse los tefilín solos, por lo que necesitan la ayuda de otra persona y esperan que venga el Rabino a ponérselos en aquel día de la semana? Pensé que quizá el motivo por el que se conducen de esa forma surge de la falta de sentimiento y entusiasmo en el cumplimiento de la palabra de Dios, que sólo cuando se les presenta la oportunidad para hacer una mitzvá —y les es cómodo— entonces la cumplen; pero si el cumplimiento de lasmitzvot les ocasiona dificultad o incomodidad de algún tipo, aunque sea temporal, entonces las descartan con facilidad y escogen no hacerlas.

La persona que tuvo el mérito de que le acontezca algún milagro particular tiene la obligación de tomar de inmediato esa emoción que sintió al momento del milagro y “traducirla” a la acción. Ya que la naturaleza de la persona es acostumbrarse a toda circunstancia en la que se encuentre, incluso la emoción más fuerte que haya sentido en
algún momento en particular por algo que le haya sucedido acabará pasando y desvaneciéndose, de la misma forma como llegó. Por lo tanto, debe tomar la resolución firme e inmediata de mantener dicha emoción constante, pues aun cuando la emoción pase de forma natural, cuando recibió tal emoción, fue con motivo de lo que le sucedió, y ello tiene el poder de devolverle a la persona aquel entusiasmo y recordarle cosas olvidadas, hasta el punto de cumplir con toda la Torá con total entusiasmo.