PARASHAT HA´SHAVÚA:»BO»

Parashá: “Bo” (Ve, בֹּא)  Éxodo 10:1-13:16. Haftará sfaradit: Jeremías, 46,13-28. Darshán: Rabí Pinjas Brener


Dios le asegura a Moshé que el faraón tiene un corazón “endurecido” y, por lo tanto, no permitirá el éxodo de los hebreos del país. Este hecho a su vez, permitirá que se azote a Egipto con las plagas en una clara demostración de la superioridad del Dios de los hebreos por encima de las deidades egipcias. Además, la extraordinaria demostración del poderío de Dios servirá para asegurar a los hebreos que no deben temer a sus capataces, porque no obstante el desarrollo de la cultura egipcia, Dios es realmente quien guía el destino de la Humanidad y con el éxodo instruirá, incluso a las generaciones futuras, acerca de la perversidad de la esclavitud, del yugo que un pueblo impone sobre otro.

John Martin, 1823, The Beal Gallery

Los patriarcas fueron los antepasados del pueblo hebreo, pero quien asumió la responsabilidad mayor de formar la nación y dejó estampada por siempre su personalidad sobre este pueblo fue Moshé, el célebre legislador y libertador. Los hechos históricos más contundentes fueron el éxodo de Egipto, la entrega de la Torá en el monte Sinaí y la conquista de la Tierra Prometida. Moshé protagonizó los primeros dos episodios y sentó las bases para el tercero de ellos.

¿Cuáles fueron las características de la personalidad de Moshé?

La Torá sólo relata un par de episodios de sus años formativos. Resalta el denominador común de su preocupación por la suerte del prójimo, especialmente por el débil, y una reacción visceral frente a la injusticia. Estas características se manifiestan cuando mata al capataz egipcio que golpeaba despiadadamente al esclavo hebreo, sin tomar en cuenta las posibles consecuencias sobre su persona. Defiende a unas jóvenes pastoras que desean conseguir agua para sus rebaños. ¿Dónde aprendió estas cualidades: la solidaridad con el perseguido y el compromiso ineludible con la justicia?

Aunque Moshé fue amamantado por su madre (gracias a la intervención de su hermana Miryam), la hija del faraón lo crió, fue su madre adoptiva. En el palacio del faraón aprendió a actuar y, tal vez, a pensar desde un prisma real, porque recibió la educación de un príncipe. Sin embargo, cuando salió del palacio para indagar la suerte de los hebreos, no privó en él la tipología de la nobleza real que suele permanecer imperturbable frente al sufrimiento ajeno; al contrario, la nobleza de su carácter lo condujo a arriesgar su seguridad personal en el palacio cuando sintió que era menester rescatar a una víctima hebrea.

James Tissot, La plaga de langostas

Moshé demostró que se requiere de al menos tres elementos para el liderazgo: visión, pasión y compasión. El compromiso del líder con los valores no puede ser tibio, de medias tintas. Su actuación debe estar acompañada por la firmeza de su decisión. El líder debe actuar con entrega total, con pasión.

En el episodio del S’né, la zarza ardiente del desierto que no se consumía, Moshé se negó en un principio a cumplir la tarea que Dios le quiso imponer, porque no creía estar preparado para la misión, consideró que no poseía las cualidades indispensables para el liderazgo. Cuán diferente es el ambiente actual, donde se enseña a tener excesiva confianza en las habilidades personales. Moshé demuestra modestia, porque sabe que el liderazgo es el resultado de la confianza que otros deben depositar sobre la persona. Los jasidim son quienes convierten al letrado en su Rebe. Incluso en los momentos de mayor dificultad, frente a la negativa del faraón, quien impuso mayores limitaciones sobre los esclavos hebreos, al exigirles el mismo número de ladrillos sin ofrecer los insumos que anteriormente otorgaba, no obstante las diferentes rebeliones por el descontento del pueblo hebreo durante la larga travesía por el desierto, Moshé siempre vio con claridad cuál era la misión del pueblo, su visión nunca quedó nublada.

Turner, La Décima Plaga, 1816

De acuerdo con la visión de Moshé, el objetivo se centró en el bienestar del sufrido pueblo hebreo. Probablemente desatendió su propia familia porque sus hijos no figuran luego en el desarrollo de los eventos. Todo su desempeño se dirigió a resolver los problemas del colectivo, su pueblo. La visión para actuar estaba enmarcada en la pasión, que a su vez estuvo acompañada por la compasión y la solidaridad con el prójimo.

La gente tenía que ser preparada para que se produjera el éxodo de Egipto. Incluso el gran líder del pueblo hebreo, Moshé, en un principio no se mostró dispuesto a realizar la tarea. Argumentó que no tenía facilidad de palabra para presentar argumentos convincentes ante la corte faraónica. Es posible que al principio de la misión que Dios le encomendó no estuviera poseído totalmente de la justicia de la causa, porque le fue difícil convencer a su gente acerca de las bondades de la libertad. ¿Cómo podía convencer a un grupo de esclavos que la Matsá, el pan de la pobreza en un ambiente de libertad era preferible a cualquier manjar en un entorno de esclavitud? De manera que las diez plagas que Dios envió tenían un triple propósito: primero, ablandar el “corazón duro” del faraón. Segundo, convencer a los hebreos de que valía la pena abandonar la “seguridad” relativa de la esclavitud por la incertidumbre y el peligro que enfrentarían en el desierto, y por último, lograr que Moshé y Aharón se sintieran cada día más seguros de su liderazgo. No obstante, las dificultades iniciales, tenían que auto convencerse que cualquier esfuerzo y penuria están justificados cuando se trata de la libertad, la posibilidad de regir el destino propio.

Cada una de las plagas tenía ese triple propósito, además de la demostración de la debilidad y rendición de los dioses egipcios frente al Ser Supremo; empezando con la primera, que convirtió en sangre las aguas del río Nilo, elemento de adoración egipcia. Esta plaga fue aleccionadora, porque enseñó que el Creador único dominaba toda la naturaleza y no había fuerza que se le pudiera oponer. Y así sucesivamente con las otras plagas, hasta llegar a la décima: la muerte de los primogénitos, que afectó directamente a la corte del faraón. Su primogénito también murió en esa ocasión. La penúltima plaga fue la oscuridad. El sol dejó de alumbrar para los egipcios durante tres días, mientras que los hebreos gozaban de la plenitud de la luz en sus residencias. Rabí Baruj Epstein, el autor de Torá Temimá, en ese extraordinario comentario sobre la Torá sugiere cómo se debe entender esta plaga. No se debe olvidar que después del Mabul, el diluvio, Dios prometió que no se haría cambio alguno en el orden de los días, la luz sería seguida por la oscuridad, con regularidad, porque incluso los astros y las estrellas tenían que obedecer la voluntad de Dios. ¿Cómo se puede explicar el fenómeno de la oscuridad? ¿Acaso el sol dejó de alumbrar por un período de setenta y dos horas?

Más aún, el Midrash afirma que la oscuridad tenía “espesor”, no permitía movimiento humano alguno: las personas permanecieron “congeladas” en sus respectivos lugares durante ese período. El autor de Torá Temimá sugiere que Dios no modificó el comportamiento del sol: el fenómeno consistió en una especie de membrana que tapó los ojos de los egipcios y, por ello, se vieron envueltos en la oscuridad.

El “espesor” de la membrana es una probable alusión al “espesor” de las membranas que les impidieron ver.

Se debe deducir que la oscuridad, el equivalente de la ignorancia y la intolerancia, no son resultado de la ausencia de luz en el universo. La desconfianza y el temor por lo desconocido, el odio y el rechazo hacia el prójimo son el producto de la ceguera individual. Cuando se permite que el odio y el resentimiento, la antipatía y la venganza se apoderen del ánimo de la sociedad, se crea una membrana que oculta la luz y permite que aflore la enemistad que conduce a la agresividad.

Tal como la libertad que se obtuvo con el éxodo de Egipto tiene que ser renovada en cada generación –y por ello fuimos encomendados a celebrar el Séder y recordar la amargura de la esclavitud–, de igual manera debemos recordar que hay plagas externas que azotan a la Humanidad, pero que las más perversas son las que cultivamos personalmente, las que brotan de la intolerancia y enemistad, cuando dejamos de observar el Veahavtá lereajá kamoja, cuando no amamos al prójimo como a uno mismo, el “gran principio” de la Torá de acuerdo con Rabí Akivá.

© Rabí Pinjas Brener