PARASHAT: «KI TAVO»

La Parashá de esta semana, Ki Tavó, כִּי-תָבוֹא, Cuando entres, Deuteronomio 26:1–29:8. Sobre los bikurím, diezmos y consecuencias de transguedir La Ley. Comentario de Adi Cangado.


“La Torá como protesta”

 

En estas fechas del año reflexionamos con especial insistencia sobre las emociones y la naturaleza de lo humano y no podemos dejar de reconocer y de aceptar ciertas sensaciones que nuestra mente experimenta de manera instintiva,  aunque asociemos a ellas ideas negativas: pena, enfado, miedo, asco, rabia, rechazo, intolerancia, reacciones que nos apartan del peligro y que, sin duda, ayudan a nuestra supervivencia. Ellas, debidamente canalizadas, juegan un papel fundamental en el desarrollo de la persona. ¿Cómo debemos afrontar el asesinato, el genocidio, los abusos sexuales, la corrupción política, los crímenes de género, la discriminación y ese largo etcétera de horrores e injusticias que llenan los informativos y las páginas de los periódicos?

El Midrash (Vayikrá Rabá 25:1 sobre la Parashat Kedoshim) dice:

“Rabí Aja dijo en nombre del Rabí Tanjum, hijo de Rabí Jiya: Aunque una persona haya aprendido y enseñado la Torá, la haya observado y cumplido, si tuvo la oportunidad de protestar contra las malas acciones y no protestó, (…), se la considera como “maldita” pues está escrito, “Maldito el que no defiende las palabras de esta Torá” (Deut. 27:26).”

Esta cita está basada en el capítulo 27 de Deuteronomio (v. 15-26) que leemos en la porción de esta semana. Moisés ordena a las doce tribus de Israel que asciendan seis al Monte Guerizim para bendecir al pueblo y seis al Monte Ebal para maldecirlo (v. 11-14). Estas dos montañas están la una frente a la otra creando en el medio un valle en el que se asienta la ciudad de Shjem (Nablus). En un libro de viajes publicado en Frankfurt en el año 1852 (Joseph Schwartz, Das Helige Land) se narra lo siguiente:

“El contraste en su apariencia aún se puede percibir claramente. El Monte Guerizim, situado al sur del valle de Shejem, es verdoso con jardines que cubren las terrazas en su pendiente. El Monte Ebal, en el lado norte, es empinado, estéril y desolado”.

S. R. Hirsch

A partir de esta cita, el Rabino Sansón Rafael Hirsch (The Hirsch Chumash: The Five Books of the Torah, Sefer Devorim – New York, Feldheim Publishers, 2009, p. 234) añade:

“Ambos se alzan sobre el mismo suelo, ambos son regados por la misma lluvia y el mismo rocío. El mismo aire los atraviesa: el mismo polen cae sobre los dos. Sin embargo, el Monte Ebal sigue siendo estéril, mientras que Guerizim está cubierto por exuberante vegetación hasta su cima. De igual manera, la bendición y la maldición no dependen de las circunstancias externas, sino de nuestra receptividad interna hacia una u otra, de nuestra actitud hacia lo que trae bendición. Cuando cruzamos el Jordán y damos nuestros primeros pasos en el suelo de las enseñanzas que nos santifican, la visión de estas dos montañas nos enseña que nosotros mismos, a través de nuestra propia conducta moral, decidimos si nos dirigimos al Monte Guerizim o al Monte Ebal.”

Si repasamos la historia de la humanidad, comprobamos que nuestra especie tiene una naturaleza dual: capaces de los actos más nobles y también de las más terribles atrocidades. La tradición judía considera que en cada persona coexisten dos inclinaciones: yétser ha-tov “la buena inclinación” y yétser ha-rá “la mala inclinación”. A veces un hombre o una mujer o también un grupo de personas obran únicamente siguiendo sus peores impulsos: cargan contra sus semejantes o sus diferentes con miedo, asco, rabia, rechazo e intolerancia, no como protección ante un peligro ni como mecanismo de supervivencia sino como expresión de odio o mal primario para la persecución, el daño, la agresión e incluso el exterminio de otros seres humanos. El deseo de destrucción les invade y entonces la víctima y aquellos que empatizan con ella experimentan exactamente las mismas emociones para sobrevivir: miedo, asco, rabia, rechazo, intolerancia. Las mismas expresiones muestran una ambivalencia curiosa: en el agresor (y su colaborador) se revelan como condenables, en el agredido (y quien empatiza con él) en estrictamente necesarias. Como en el comentario de Sansón Rafael Hirsch, el mismo suelo, la misma lluvia y el mismo rocío, los mismos vientos, el mismo polen: dos montañas completamente distintas.

Ante las malas acciones (tomando las palabras del Midrash citado más arriba) no solamente es posible sino un precepto que el ser humano muestre intolerancia. La tolerancia se confunde muchas veces con la indiferencia y con la ignorancia pasiva. Tolerar es la cualidad de quien puede aceptar, pero desde la perspectiva de la ética no todo es aceptable. Ni todo lo expresable ni todo lo factible son respetables. Ante el crimen y la injusticia, debemos mostrar intolerancia y no permanecer impasibles. La tradición judía nos llama a protestar: a verbalizar nuestro rechazo ante ellas.

David Roberts, Monte Guerizím

Cuando la Torá pronuncia las maldiciones, cada una empieza con la palabra hebrea arur (ארור) “maldito” (Deut. 27:15-26). La raíz verbal arar (ארר) parece que implicaba originalmente atadura (relación que también hallamos en el asirio), frustración o restricción, aplicada más tarde en el sentido de maldecir a alguien, es decir, atarlo a través de la palabra o el hechizo o dificultar su paso mediante obstáculos (por ej.: Gén. 3:14; Éx. 22:28; Núm. 24:9; Job 3:8). Esta misma idea también se conserva en la raíz verbal ará (ארה), muy similar, que significa juntar pero también arrancar para recolectar (por ej.: Salmos 80:12). El verbo arar (ארר) suele aparecer en yuxtaposición a baraj (ברך) “bendecir”. También esta semana encontramos arur (ארור) “maldito” yuxtapuesto a baruj (ברוך) “bendito”. El sustantivo femenino meerá (מארה) significaría “maldición” (por ej.: Deut. 28:20; Prov. 3:33; Malaquías 2:2). El crimen y el daño causado dejan atrapado y atado a quien lo comete, y dificultan su travesía en la dirección que marcan las enseñanzas del judaísmo y los valores de la Torá.

Si leéis con detenimiento estos versículos (Deut. 27:15-26) descubriréis que las denuncias que hacen no han perdido su actualidad. ¿A quiénes deberíamos maldecir si no? ¿Qué actos o conductas sencillamente no podemos tolerar/aceptar? Aunque fuesen formuladas hace miles de años, la esencia del mensaje permanece intacta. Esta es la relectura que mi corazón replica a cada versículo:

Malditos quienes en secreto, en su interior, esclavizan los días de los años de su vida a la obra de sus manos, aceptando la servidumbre de las cosas que importan menos.

Malditos sean los que degradan o hieren a quienes les muestran amor y cariño, a quienes les cuidan y les cobijan.

Malditos los que mueven los márgenes del campo de su vecino, se apropian o toman posesión de manera indebida de lo que no es suyo o, excluyendo a otros, de lo que es de todos.

Malditos los que engañan al ciego para que pierda el rumbo, los que se aprovechan de la ignorancia de su próximo o su lejano para su provecho. Malditos los que mienten y los que manipulan. Malditos los deshonestos que con su boca pronuncian lo que sus corazones no sienten, o que se callan porque es lo más fácil cuando lo necesario es hablar.

Malditos los que perjudican al lejano, al extranjero, al huérfano y a la viuda. Malditos los que en lugar de ayudar al más débil, pisan su espalda para trepar y robar el fruto de un árbol que no estaba a su alcance.

Malditos quienes violan o violentan el cuerpo, la integridad, la desnudez y la intimidad de otros.

Malditos los que destruyen el hábitat, la naturaleza que se nos regala cada día. Malditos los que agotan los recursos del planeta y los que no los reparten de manera justa para sus moradores. Malditos los que extinguen las especies o no las respetan o las maltratan.

Malditos quienes en secreto golpean a su prójimo, al que tienen más cerca, ya sea con sus manos o sus palabras, aprovechando la debilidad, la soledad o el silencio.

Malditos los que toman soborno para matar a un inocente, o quienes se enriquecen a costa de su vida, de su cuerpo, de su mundo.

Y malditos el colaborador, el indiferente, el que se pone de perfil, el que huye para no implicarse y el que aparta la mirada, por no defender las palabras de esta Torá (v. 27:26) para cumplirlas: es decir, para reaccionar, defender, denunciar y protestar, expresando su rechazo, su asco y su intolerancia ante aquellos que comenten tales actos y crímenes.

Cada maldición es también una advertencia, y cada advertencia la puerta a una bendición. El pueblo escucha las maldiciones y las bendiciones, desde los Montes Guerizim y Ebal. Al leerlas, debemos recordar que nosotros también estamos escuchándolas aquí en el presente.

Todos alguna vez hemos sentido pena, enfado, miedo, asco, rabia, rechazo, o nos hemos mostrado intolerantes. El secreto reside en cuál es el gesto humano, la cosa, la palabra o el pensamiento que nos conducen a ellos. Si las emociones que nos invaden y las decisiones que tomamos nos alejan del peligro y nos ayudan a construir, a crear, a mejorar, entonces sabremos que ésa es la dirección correcta. A veces debemos ascender al Monte Ebal para protestar en defensa de las enseñanzas de nuestra tradición y así ser merecedores de las bendiciones del Monte Guerizim.

Sin más os deseo que tengáis paz en el Shabat. Shabat Shalom u-meboraj!

© ADI CANGADO