PARASHOT «NITZAVÍM-VA´YELEJ»

Esta semana, la anterior a Rosh ´Ha´Shaná, leemos las parashot Nitzavim-Vayelej,  Comentario de Adi Cangado.



Este es el último Shabat antes de Rosh ha-Shaná, del año nuevo 5779, y el tema que ronda mi cabeza es el menú para ese día. A medida que Elul termina y se acerca Tishré, incrementamos la tsedaká, leemos tehilim este rato y aquel (especialmente el Salmo 27), aprontamos las selijot. El mes de Elul es un mes de reflexión, idóneo para hacer balance de lo que ya no tiene remedio, de lo que puede ser reparado y de lo que queda (y queda tanto) por hacer. Es el mes de la teshuvá.

Cuando leíamos la semana pasada la Parashat Ki Tavó, los primeros preceptos tenían que ver con la tierra: en concreto, las primicias o bikurim (Deut. 26:1-11), y la separación de los diezmos o maasrot (vv. 12-15). Curiosamente, la Torá nos indica también qué plegarias deben recitarse en ambas ocasiones, lo que los rabinos han llamado respectivamente mikrá bikurim y vidui maasrot.

Los israelitas llegaban junto al sacerdote y hacían entrega de sus primeros frutos, diciendo “mi padre fue un fugitivo arameo” (v. 5), luego relataba el sufrimiento en Egipto y la redención presente, es decir, la llegada a la Tierra Prometida. La oración mira hacia el pasado. En cambio, vidui maasrot hace una mirada al futuro, y el israelita, al separar su diezmo para el levita, o para el pobre, o para la viuda, o para el extranjero, decía “toma cuenta de nosotros desde Tu alta residencia, desde el cielo, y bendice a Tu pueblo Israel y la tierra que Tú nos has dado” (v. 15).

 

Durante el mes de Elul hacemos algo similar. Miramos al pasado. Hacemos balance sobre las primicias del año, los frutos de las relaciones familiares y de amistad o pareja, los frutos del trabajo, y damos gracias por ello, pero también hacemos recuento del daño y el horror, y tratamos de mejorar. Como cantaba Joni Mitchell, something is gained and something is lost in living every day, “algo se gana y algo se pierde al vivir cada día”. El Salmo 27 lo resume así, horeni Adonai darkeja, unejeni be-oraj mishor, lema’an shorerai “enséñame Tu camino, Eterno, y ayúdame a seguir la senda del justo, debido a mis faltas” (v. 11). ¿Cómo agradecer los dones que recibimos de la naturaleza, de seres queridos, de nuestras mascotas, de nuestro sudor, sin recordar el recorrido que hemos trazado al andar, lleno de bifurcaciones y piedras? ¿Cómo dar a los demás sin esperar que se transforme en bendición o dicha?

 

 

Esta semana leemos las Parashot Nitsavim y Vayélej (Deut. 29:9-31:30). Después de dictar a Israel las preceptos y las leyes (capítulos 12 a 26), y de explicar las sanciones que se reciben por su infracción (cap. 28), Moisés hace una llamada y una advertencia al pueblo:

“Estáis este día, todos vosotros, ante el Eterno vuestro Dios, vuestros líderes tribales, vuestros mayores y vuestros oficiales, todos los hombres de Israel, / vuestros hijos, vuestras esposas, también el extranjero que está en vuestro campamento (…)” [Deut. 29:9-10]

 

“Tal vez haya entre vosotros un hombre o una mujer, o una familia o una tribu, cuyo corazón evita estar con el Eterno, nuestro Dios, para ir y servir a dioses de otras naciones; (…)” [Deut. 29:17a]

 

“Cuando esa persona escuche las palabras de estas sanciones, quizás fantasee para sí creyéndose inmune, diciendo, “Estaré a salvo, aunque siga a mi propio corazón errante”, (…)” [Deut. 29:19a]

 

Pero a continuación, Moisés corona sus discursos con teshuvá. El capítulo 30, versículos 1 a 10, es llamado parashat teshuvá, “la parashá del arrepentimiento”. La palabra teshuvá procede del verbo lashuv que significa “volver” o “regresar”, el cual llega a repetirse hasta siete u ocho veces en esos diez versos. Si pierdes la dirección que llevabas, si te apartas a la izquierda o a la derecha, siempre cabe la posibilidad de regresar, de dar media vuelta. El desvío en el suelo que impide seguir por el lugar correcto es en hebreo jet, que también se traduce como “pecado”. El que se percata y da media vuelta, hace teshuvá.

Por eso la Parashat Nitsavim coincide siempre antes de Rosh Ha´Shaná, tal vez como llamada de atención. Estamos aquí, este día, aquel día que sería siempre este día, estamos allí de pie, y Moisés nos recuerda que todos, hombres y mujeres, niños y ancianos, debemos “hacerLo Presente”, y nos lo dice a todos, tanto a aquellos que prestamos atención, como a aquellos que solamente están presentes con su corazón lemiflaj yat ta’avat amemayá “en otros dioses” (errando en los asuntos que importan menos), también para aquellos que estuvieron, y también para los que algún día estarán. Con todo Israel, pasado y futuro, reunido en aquel lugar, Aquí, y en aquel instante metahistórico, Siempre, la llamada básica del profeta más grande que haya habido jamás no es sobre este precepto o aquel, sino sobre la raíz de la vida: ¿en dónde está ahora tu corazón? Tu atención, tus pensamientos, tus actos, ¿en dónde están? ¿a quién se dirigen tus deseos, tus proyectos o esperanzas? ¿a la Fuente eterna que renueva el universo, a la Fuerza que nos inspira bondad, justicia, misericordia, alegría, cariño, solidaridad? ¿a Dios que desea que el ser humano mejore, repare el daño que ha hecho, y no que muera? ¿a la infinita llamada, inefable, que nos habla de redención y de edad mesiánica, de un futuro de paz y bienestar humano, físico, espiritual, y sosiego emocional? ¿a una tradición milenaria que nos enseña a vivir, y nos enseña e insiste en la vida, en una vida significativa?

No siempre es fácil. Pero estamos en el mes de Elul, y como año tras año, podríamos parar un instante y pensar de nuevo sobre el enfoque de nuestra vida, y elegir, pues aquí y en este instante, hay que decidir si hacer lo que es más fácil o hacer lo que es necesario. “Cuando esa persona escuche las palabras de estas sanciones, quizás fantasee para sí creyéndose inmune, diciendo, Shalom ihié li ki bishrirut libí elej “Estaré a salvo, aunque siga a mi propio corazón errante”, (…)” El Zóhar enseña que cuanto más gruesas son las vasijas, y cuanto más lejos están, más tenue reciben su luz, y más frágiles son. Lo mismo con el corazón humano. Si se endurece o enfría, se rompe.

El Rabí Najmán de Breslau dijo una vez: «El mundo entero es como una puente angosto; lo más importante es no tener miedo.» No estamos a salvo. Caminamos por ese puente inseguro y resquebrajado, hace frío, llueve y un aire enfurecido nos mueve sin cesar, la altura es inconmensurable, y la caída es fatal. La cuerda es muy fina y está cediendo. Esa es la vida del ser humano: siempre en peligro, siempre demasiado frágil. Pero también traicionera, pues la mayor parte de ella no somos conscientes de nuestra verdadera situación en el universo. Pero este puente se refuerza en la medida en que tu corazón es reparado. No temas y sé valiente.

© Adi Cangado