YITRÓ

Esta semana , la más corta de las Parashot Ha´Shavua, pero también la que es famosa por condensar todo el mensaje de La Torá: «Yitró» (Exodos 18:1–20:23)


«Y Dios dijo “Anojí”»

Por Adi Cangado

Esta semana leemos una de las parshiot más importantes de todas: la Perashat Yitró. En ella se nos relata la llegada de Israel al Monte Sinaí y la recepción de la Torá y los diez mandamientos. Sin embargo, ¿por qué una porción semanal tan llena de significado lleva el nombre de alguien que no era parte de Israel? Podemos tomar la explicación más sencilla y decir que se debe a que al comienzo de la perashá se habla de la llegada del suegro de Moisés, Yitró, al campamento de Israel. Sin embargo la tradición nos invita a una lectura más profunda.

De acuerdo al Zóhar, Yitró se convirtió al judaísmo en este preciso momento. Pero nos dice más. De no haberse convertido Yitró al judaísmo, Dios no habría podido dar la Torá al pueblo de Israel. ¿Por qué?

Yitró, su hija Tsiporá, que era la esposa de Moisés, y los hijos de ésta (Guershom y Eliézer), llegan al lugar en que Israel estaba asentado, vayishtaju vayishak lo vayish’alú ish lere’ehu leshalom «y se postraron [Moisés y Yitró] y le besó y se preguntaron uno a otro [lit. «cada hombre a su amigo»] por su bienestar [lit. leshalom «por la paz»]» (Éx. 18:7). Cuando Moisés encontró a Yitró después de haber huido de Egipto, era Yitró quien merecía especial reverencia. Sin embargo aquí es Yitró quien acude ante un hombre de renombre que ha liderado a Israel hasta este lugar. El versículo no nos dice quién se postró ante quién, pero tampoco importa. Este gesto abre el capítulo de la recepción de la Torá pues «sus caminos son caminos placenteros y todos sus senderos son paz» (Prov. 3:17).

De acuerdo a esta tradición, es en este instante en el que Yéter  (יתר), suegro de Moisés, se convierte al judaísmo, pasando su nombre a ser Yitró  (יתרו), añadiendo la letra vav a su nombre. Así lo interpreta Rashi, quien también nos dice que a partir de este momento fue llamado Jobab, «amante», pues jibab «amó» la Torá.

Los versículos clave para entender la afirmación del Zóhar vienen a continuación. Yitró pronuncia las siguientes palabras, Baruj ha-Shem asher hitsil etjem miyad Mitsrayim umiyad Paró / (…) Gadol ha-Shem mi kol ha-elohim «Bendito es Yod-He-Vav-He (el Nombre), que os liberó de la mano de Egipto y de la mano del Faraón / (…) Grande es Yod-He-Vav-He  (el Nombre) más que todos los dioses» (vv. 18:10-11).

Cuando escuchamos por primera vez a la Torá hablar del suegro de Moisés, se nos presentó a un sacerdote de Midián, a un líder de su pueblo. Cuando hace tal afirmación, diciendo que el Eterno, el Nombre impronunciable de Dios Yod-He-Vav-He, es más grande que todos los dioses, debemos entender esto de manera alegórica. Yitró era seguramente un hombre muy sabio, que había estudiado en profundidad los elohim, literalmente, los «dioses» o mejor aún los «poderes» que actúan en la naturaleza y en el universo. Cuando el hombre antiguo adoraba a ídolos, lo hacía porque los representaba como intermediarios ante las deidades superiores, como poderes que emanaban de ellas y simbolizaban distintos procesos de la naturaleza. Eso sigue presente en el término elohim, que puede traducirse como «poderes», pues también se refiere en otros lugares del Tanaj al poder de jueces, líderes, etc.

Después de haber adorado a todos los ídolos, de haberlos estudiado, de haber escudriñado en las leyes del universo, Yitró llega a la conclusión de que existe solamente el Uno, el Santo, Bendito sea Su Nombre, la Unidad absoluta en la que habita todo cuanto existe.

En la transformación de Yéter  en Yitró  no solamente observamos la conversión de un hombre sabio al judaísmo, sino también una conversión interior, más sutil. ¿Qué es una vav, la letra que se añade a su nombre? La vav (ו) es una yod (י) que baja hasta el suelo. La yod simboliza lo intelectual, lo abstracto. Cuando la yod baja al suelo, simboliza la llegada del pensamiento humano a conclusiones reales, prácticas, que le sirven para mejorar su comportamiento y santificar su vida. Esa conversión down-to-earth es una actitud diaria, que obtenemos a través del estudio de la Torá, la oración y las buenas obras («Likuté Sijot», vol. 11).

Como judíos, es precepto que apliquemos esa fórmula a nuestra vida entera. Cada día debe transformarse en un acto de conversión, cada acto o cada palabra o pensamiento deben simbolizar esa actitud de conversión. Así lo explicaba también Martin Buber. La transformación de una yod en una vav es muy importante: traemos lo abstracto (lo que aprendemos fruto del estudio, la reflexión o la contemplación) a la vida cotidiana a través del cumplimiento de los preceptos y de las buenas obras.

Hace algunas semanas leíamos cómo Dios le decía a Moisés que Su nombre era ehié “seré” (אהיה). El nombre de cuatro letras, esa fórmula impronunciable, es en realidad la superposición visual de hayá “(Él) fue” (היה), hové “(Él) es” (הוה) y yihié “(Él) será” (יהיה). Por eso el nombre de cuatro letras es inefable. Pero cuando habla a Moisés, Dios insiste en el futuro, ehié “seré”, es decir, que Dios yihié “será” (יהיה). ¿Qué será? La yod desciende hasta el suelo y se convierte en una vav: י-ה-ו-ה. Al menos en una de las letras del Nombre, lo que Dios será depende de las acciones humanas.

¿Dónde reside Dios? El Dios de la Torá no es contenible en figuras, imágenes o símbolos, no habita los templos ni tampoco los altares. Está en la vav, en la “y”, entre los seres humanos y en las relaciones que establecen entre ellos. Él es la Fuente de la que emana el universo, es la misma Fuerza que lo impulsa y lo transforma, pero que también actúa a través de las personas empujándolas hacia la bondad y la justicia, hacia la reparación del mundo. La yod baja hasta la tierra y se convierte en una vav, porque el judío se siente inspirado e interpelado por ese Manantial del universo y, consciente de que el mundo no es perfecto, de que está fracturado, y de que la humanidad está dividida, acepta como pacto el cometido de reparar, de reconstruir. En la obra de los Profetas, la misión de Israel se dirige a toda la humanidad y el pueblo de Israel se convierte en una luz para las naciones.

No es fácil ser un ejemplo para los demás, y si es precepto ser una luz para las naciones tendremos que esforzarnos en ser una lámpara que no tenga fisuras, que no esté rota, que sirva para contener y alimentar esa luz. ¿Podemos lograrlo? ¿Superaremos nuestras diferencias para ser una luz de las naciones? Dice Zejariá, bayom hahú yihié Adonay ejad u-shemó ejad “en ese día será Dios Uno y Su Nombre uno” (v.14:9).

Resulta revelador que antes de recibir los diez mandamientos, cuando el pueblo de Israel acampó en el desierto, el versículo dice (v. 19:2): “Y (ellos) viajaron desde Refidim, y (ellos) llegaron al desierto de Sinaí vayajanú y (ellos) acamparon en el desierto, vayaján y acampó allí Israel frente a la montaña”. Viajaron divididos, llegaron divididos, acamparon divididos, pero después, en el instante decisivo, ante la montaña, fueron uno: un pueblo unido. El texto cambia del plural al singular, de vayajanú a vayaján. Y allí, un pueblo unido, que ya es un “tú” y no un “vosotros”, pudo entonces escuchar/entender la primera palabra de Dios: Anojí “Yo”. Yo para ti, un Dios que es Unidad más allá de cualquier sentido numérico y un pueblo, Israel, unido en la relación a pesar de la adversidad y la diversidad.

© Adi Cangado