EL MITO DE LAS TRES CULTURAS

 Datos que evidencian lo improcedente que es utilizar la Historia tergiversándola en favor de intereses que no tienen que ver con la verdad.


El  manoseado concepto de las tres culturas, en manos de los mercaderes de la industria del turismo  municipal y sus difusores , los periodistas de pago y otros entes, aparece por doquier; pero  no procede que así sea : propone una distorsión de la realidad histórica en la Península Ibérica, queriendo hacer creer que tres mundos distintos  convivieron en paz y armonía. Y eso en ningún momento ha ocurrido.  La España de las tres culturas -en todo caso de tres religiones-  es una realidad muy desmentida por los amplios estudios históricos, tanto nacionales como extranjeros -por no decir  ya de los estudios de judíos sobre aquellos judíos. Unos estudios que nos muestran que esa presunta convivencia , como mucho, fue coexistencia. Conceptos muy distintos. Y como decía Cervantes, la Historia es émula de la verdad.

No es posible hablar de convivencia si analizamos todos los códigos legislativos de los visigodos que, concilio tras concilio, rey tras rey, siglo tras siglo , fueron promulgando, en el caso de los judíos hispánicos, restricciones y amenazas; no se puede hablar de convivencia cuando en medio de esa coexistencia hay libelos de sangre continuos, masacres contra juderías, leyes obligando a las conversiones forzosas, disputas de supremacismo teológico como las de Barcelona y Tortosa, delaciones al Tribunal de la Sta. Inquisición, movimientos migratorios inter regnum, pagos de impuestos de las aljamas judías a reyes y señores para obtener cierto grado de protección y seguridad, expolios patrimoniales, delimitaciones amuralladas de las juderías, prohibición de construcción de sinagogas y muchas otras cosas más. ¿O alguien encontró alguna vez alguna fuente escrita de cómo los cristianos convivían con los judíos participando por ejemplo de sus fiestas en las sinagogas?

Y no es un panorama exclusivo de los distintos reinos cristianos, sino también en el Al Andalus tenemos que ser conscientes de que la realidad del contexto histórico-social no es ni de cerca el cuento de las mil y una noches que ciertos sectores politizados y alienados quieren hacer creer.

En el S VIII, el califa Omar, sucesor de Mahoma, diseñó las leyes para los dhimmis, los infieles a los que, pese a no ser musulmanes, se les permitía vivir entre los mahometanos en clara situación de sumisión.

J Schvindlerman, al estudiar las restricciones que el dhimmi hebreo tenía enumera una serie de datos que hacen imposible pensar en convivencia. Un judío tenía prohibido tocar el Corán, tenía que usar ropajes que le distinguieran como judío entre los demás, no podían hacer manifestaciones religiosas de ningún tipo, si no era en lugares privados y en un tono de voz que no pudiera ser oído por ningún musulmán;  no podían montar ni camellos ni caballos -pues estos animales eran considerados  nobles y podían incluso  alojarlos en las sinagogas…Sí se les permitía montar en burro, siempre y cuando lo hieran con la piernas hacia el mismo lado, y además, debiendo bajar del burro en presencia de un musulmán. Tampoco podían beber vino público -el musulmán se sentía ofendido- y debían pagar cumplidamente un tributo especial llamado la jizya.

Desde el punto de vista de la jurisprudencia tenemos que las relaciones sexuales inter-confesionales implicaban pena de muerte. Si un judío mataba a un musulmán la condena también era la pena capital, pero si era al revés, el musulmán sólo era condenado a pagar una indemnización a la familia del asesinado. Por otra parte el testimonio de un judío no era aceptado en una corte judicial, por lo cual su derecho a la defensa era inexistente;  tampoco podían portar armas.

A este tipo de coexistencia no le podemos llamar convivencia, sobre todo si destacamos hechos como que el califa al Rashid, en el año 808-  fue quien instituyó el parche amarillo como emblema de judaísmo, que luego adoptó en el S XIII la Iglesia y en el XX el nazismo.

Ha´Rambán (Maimónides, para los cristianos) abandonó  Córdoba con su familia  a la edad de diez años para nunca más volver, debido a las violencias derivadas del mundo de los almohades y los almorávides, por sólo poner un ejemplo de los muchos judíos anónimos y no anónimos que mucho antes de la expulsión de 1492 tuvieron que cambiar de residencia, bien cruzando el estrecho de Gibraltar o bien adaptándose a vivir en los reinos cristianos.

No podemos hablar de un legado real si estudiamos ese legado como más nos convenga, no como más veraz haya sido . Es una cuestión de madurez intelectual asumirlo tal como fue. Y contarlo tal cual.