LOPE DE VERA Y ALARCÓN

Reseña biográfica de un joven converso al judaísmo a quien por el mero hecho de estudiar hebreo se le llevó a la hoguera y a la literatura.


A mediados de julio de 1664, en Valladolid, que ya no era la  capital del Imperio Español, y reinando Felipe IV, el Tribunal de la Sta. Inquisición perpetró un acto de fe en la Plaza Mayor. Los penitenciados, en número de veintisiete, lo fueron por diversas causas, desde la bigamia a la brujería;  y por supuesto también por judaizar, como Manuel Henríquez, comerciante vallisoletano.

Y también Don Lope de Vera y Alarcón, que pasa a los anales de la Real Academia de la Historia como judío mártir por ser generador de gran número de escritos -desde Amsterdam a Burdeos-  en los que la diáspora sefardí glosaba la penuria de este converso.

Las Puertas del Campo, en Valladolid, destruidas a mediados del S XVII.

Lope de Vera -así consta en un manuscrito conservado en el British Museum-  hijo de D. Lope de Vera, era natural de San Clemente de La Mancha, en la provincia de Cuenca.  Fue detenido por la Inqusición cuando él tenía diecinueve años y estudiaba en Salamanca la lengua de los griegos, los caldeos, los árabes  y los hebreos, de quienes estos últimos él decía que tenían una lengua superior a todas las demás. A la Inquisición semejantes declaraciones en la universidad no le hicieron gracia alguna y lo detuvieron. No olvidemos que años antes, en 1562, f Luis de León, también de origen converso, y catedrático de hebreo en Salamanca, tuvo un gran entuerto que aclarar con el Sto. Oficio por traducir el Cantar de los Cantares de la lengua original.

Lope , con el ánimo de camelar al tribunal, admitió haberse equivocado en parte en sus afirmaciones, pero luego admitió que había pronunciado aquellas afirmaciones, sí, pero no tanto por creer en ellas como por querer argumentar su discurso. Durante los tres  primeros años de su cautiverio inquisitorial, testificó que se había dado al estudio del hebreo porque esa era la lengua en que el Creador se dirigió a Adán, a los Patriarcas y a los Profetas, que si estudió árabe fue porque tenía pensado ir a Constantinopla a traducir al árabe La Ley de Moisés, que había leído libros prohibidos como los de Erasmo de Rotterdam, y finalmente que sí, que era judío, que se había circundado él mismo en la prisión y que se llamaba Yehudá Creyente. Los sábados se negaba a declarar.

Auto de fe en la plaza Mayor de Valladolid, según una calcografía de principios del siglo XVII.

Los clarificadores -los agentes que tomaban declaración a los convictos- no salían de su estupefacción. Y aunque en el proceso inquisitorial consta , con timidez, que estaban admirados de su inteligencia, su carácter rebelde y pertinaz les hizo condenarle.

Cuenta la crónica que, tras seis años de presidio, ya de camino al Auto de fe,  gritaba vivas a la Ley de Moisés. Spinoza contaría que murió ardiendo mientras recitaba los Salmos de David, que era algo que hizo todos los días de su vida.

Su caso fue  famoso y su fama  motivo de gran número de noticias escritas. También por parte de sus verdugos. Por ejemplo, el  inquisidor Moscoso  -dice la Enciclopedia Judía- escribió a la Condesa de Monterrey en estos términos: «Nunca se ha visto tanta firmeza como la mostrada por este joven.»

La más famosa literatura, no obstante,  se la debemos a un autor converso, Antonio Enriquez Gómez, autor del «Romance al martirio de Don Lope de Vera y Alarcón» .

Enríquez Gómez, conquense de principios de siglo XVII,  diez años antes de los hechos que llevó a sus versos,  huyó a Francia, concretamente a  Burdeos para salvar el pellejo. (En Burdeos ya estaba bien solidificada una gran comunidad sefardí) De todos modos, sin que sepamos por qué,  tras una estancia en Ruán, que también está en Francia, regresó a España en 1649 bajo el pseudónimo de  FERNANDO DE ZÁRATE.  

Acabó corriendo la misma funesta suerte del fuego en un Auto de Fe en Sevilla.