Aunque sabemos que importantes familias judías de Mérida emigraron a Córdoba, poco se sabe de la judería de Augusta Emérita. Pero vamos sabiendo cosas con el tiempo.
Octavio Augusto, el primer emperador romano -y el que depuso en Judea a Herodes Arquelao- tenía, al otro lado del Mar Mediterráneo, otra región rebelde: la de los habitantes de la cornisa cantábrica de la provincia de Hispania. Cuando en el año 29 a.e.c, tras mucho esfuerzo, consiguió descansar de las Guerras Cántabras, Augusto ordenó, hacia el año 25 a.e.c., que en la provincia de la Lusitania se fundara una ciuad llamada -en su nombre- Colonia Iulia Augusta Emerita; el objetivo primordial de esta fundación colonial era que allí encontraran su merecido reposo los legionarios más veteranos de la feroz contienda contra los cántabros y astures. La prefactura de la ciudad ocupaba, más o menos, lo que hoy es la provincia de Badajoz, Extremadura; y como todos sabemos, la ciudad de Augusta Emérita hoy se llama Mérida.
Pocos años después de su fundación, esto es, en el 15 a.e.c., Augusta Emérita se convirtió en capital de la región de Lusitania; su infraestructura urbana era de magnífico esplendor arquitectónico, con la consabida ingienería romana. Muchos habitantes de la Península Ibérica se mudaron a Mérida y disfrutaron de su anfiteatro y su circo. El poeta Ausonio la declaró novena urbe del Imperio Romano y, también por eso, Mérida se pobló también con gentes de tierras lejanas, como atestigua la estela de Justino, el samaritano. Y también judíos.
La más antigua fuente del asentamiento judío emeritense la encontramos en el «Sefer Ha´Kabalá», de Abraham Ibn Daud, el primer historiador judío de la Península Ibérica allá por el S XII. Educado en Córdoba pero obligado a exilarse en Toledo cuando la conquista cruenta de los almohades, a orillas del Tajo escribió una obra contra los judíos karaítas -los que no creen en el Talmud. En esa obra, como argumento apologético del judaísmo rabínico, quiso recordar el incansable trabajo teológico de los judíos hispánicos desde que llegaran a Sfarad tras la deportación de Judea cuando Titus destruyó Jerusalén en el 70 d.e.c. Gran mayoría de esos judíos se asentó en Mérida. Y ese dato lo recoge luego Benito Arias Montano, Martín Vázquez (canónigo del S XVI) o el Padre Mariana en el S XIX
El 18 de septiembre de 2009, el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida ( revista Anas, 2013) organizó una conferencia dictada por el sr. Luis García Iglesias, del departamento de Historia Antigua de la Universidad Autonóma de Madrid. En ese evento, se presentó la lápida funeraria de un tal Aniano Peregrino, que estaba en posesión de un coleccionista particular emeritense, Diego Galindo, quien en un momento dado decidió donarla al museo.
La lápida en cuestión, datada en el S. IV ( fecha en la que se celebra el Concilio de Elvira, junto a Granada, en donde se menciona y regula la vida de los judíos) En principio, la lápida en cuestión tendría que haberse considerado como un artefacto arquelógico más de los miles y miles que conserva el museo de Mérida. Sin embargo, esto no era así, sino que este hallazgo arqueológico tenía una gran importancia histórica: al traducir el texto epigráfico sale a relucir que la ciudad de Augusta Emérita tenía no una sino dos sinagogas. Es decir, la comunidad judía en Mérida era bastante numerosa , si necesitaban al menos dos sinagogas.
“Aniano Peregrino, exarconte honorifico
de las dos sinagogas, vivió cuarenta y cinco años. De él nos brindan buen
testimono sus conciudadanos y amigos. No gozaste, ¡Ay¡ , de tu irreprochable
vida Que duerma bien tu espiritu”.ANNIANVS PEREGRINVS ONO/RIFICVS DVARVM SINAGOGE / EXARCON VIXIT · ANN(OS) · XLV DE/ QVEM BONVM TESTIMONI/VM REDDENT CIVES ET AMICI / SVI OTE INNOCENTEM NON / FRVNITVM FVISSE AETA/TEM TV/AM BENE / DORMIAT / SPIRITVS TV/VS )
Algo se sabía al respecto, al menos en el acervo cultural del pueblo, cuando estalló una polémica por el derrumbe del muro sur de la iglesia de Sta. Catalina. Para resaltar la importancia y antigüedad de este templo cristiano se sacaba a la luz el recuerdo popular e indeleble : era la sinagoga. Pero los técnicos del consorcio hicieron caso omiso a la sabiduría popular -habladurías anti-históricas del populacho inculto- y descartaron tal posibilidad -ignorando las fuentes del historiador Moreno Vargas- , así que prosiguieron con la demolición. Construyeron una plaza con aparcamiento público en el solar del antiguo templo romano de Diana.
Aniano Peregrino era, ni más ni menos que un personaje importante de la comunidad judía emeritense: el exarconte. (Que no quiere decir que fuera el presidente de la comunidad, sino un un cargo honorífico importante trassin duda haberlo sido)
El magnífico artefacto arqueológico de su lápida funeraria es una de las más antiguas referencias a un judío concreto; y, además, es también una de las primeras menciones de la existencia de sinagogas en la Península Ibérica. Por no decir nada de que nos habla de que la comunidad judía estaba bien asentada en el mismo lugar donde residía y gobernaba el vicario de Roma en Hispania.
Además, de una fecha incierta entre el S VI y el S VIII, aparecieron dos lápidas más, así como fragmentos de otras. Una de ellas con el nombre de Yaakov, hijo de rabí Sennior, hoy conservada no en Mérida sino en el Museo Arqueológico de Madrid.
Otra prueba esencial para tomar en cuenta es que al final de la época de los visigodos, algunas familias de la aristocracia judía emeritense van a abandonar Mérida para asentarse en Granada y Córdoba. Es el caso de los Ibn Nagrella, el visir que en als fuentes judías aparece como Shmuel Ha´Naguid, el judío más importante de la Peninsula Ibérica en su siglo, o los ibn Albalía e Ibn Abitur, que residió en Córdoba en el S IX pero dejó Sfarad por un asunto político como rabino principal y se asentó en Damasco para nunca más volver, a pesar de habérselo pedido.