Parashá: «Va´Yakhel» , וַיַּקְהֵל, Convocó, Exodo 35-38, Haftará sfaradit: Reyes I, 7, 13-26. Darshán: Adi Cangado.
Las cosas que más nos gustan, nos definen. Preguntamos al invitado qué le apetece beber (¿café o té?) y al cliente que entra en la tienda “qué desea”. Si queremos hacer un regalo a un ser querido, buscamos el que sabemos que le hará ilusión y le agradará. ¿Qué mueve su corazón? ¿Con qué provocaremos su alegría o su excitación? La tradición judía es tan inmensa en su extensión textual que al final eliges a determinados sabios, hombres y mujeres que llenan de inspiración las páginas de los libros que habitan la estantería y las mesas, y de cada autor determinadas obras, y en cada obra acabamos subrayando y glosando solamente algunos párrafos. Puedo confesar mis preferencias. Al igual que para muchos judíos y judías en el mundo, la Biblia Hebrea (Tanaj) y el Talmud ocupan un lugar muy importante en mis horas de estudio, pero mi libro favorito es, sin lugar a dudas, el libro de oraciones o sidur. ¿Cuántos sidurím hay en casa? ¡He perdido la cuenta! La liturgia judía y su historia me resultan fascinantes. Pasar las páginas del sidur es como repasar la historia del pueblo judío. Cada generación, cada rincón del mundo, cada hombre y cada mujer, han dejado un rastro en sus hojas: sus memorias, sus emociones, sus pensamientos, sus alegrías, sus tragedias.
En la porción de esta semana, en el transcurso de cuarenta versículos, hasta tres veces aparece la expresión kol n’div lev “todo aquel cuyo corazón le lleva a …”. Las labores para la construcción del santuario empiezan así: con hombres y mujeres (¡Sí! ¡Ellas también! ¡Por supuesto! … pues la Torá nos dice kol ish ve’ishá en el verso 35:29) que aportan los materiales y la mano de obra necesarios pero de corazón. ¿Qué es indispensable para el servicio sagrado, avodat ha’kódesh? Un cometido tan elevado requiere, de ellos y de ellas, que sean “sabios de corazón”.
Ve’jol jajam lev bajem yavou ve’ya’asú et kol asher tsivá Adonay
“Todos los que tenían un corazón sabio vinieron y cumplieron todo aquello que Dios había pedido” (35:10).
Ve’jol ishá jajmat lev “Y toda mujer sabia de corazón” (35:25).
Hasta siete veces se repite esta semana la expresión “sabiduría del corazón”, “sabio/a de corazón”.
En su comentario al capítulo 4 del Tratado de Brajot, el Talmud Yerushalmí nos dice:
«לְאַהֲבָה אֶת יי אֱלֹהֵיכֶם, וּלְעָבְדוֹ בְּכָל לְבַבְכֶם וּבְכָל נַפְשְׁכֶם». וְכִי יֵשׁ עֲבוֹדָה בַּלֵּב? וְאֵיזוֹ? זוֹ תְּפִלָּה.
“Para amar al Eterno, vuestro Dios, y servirle con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma” (Deut. 11:13).
¿Y cuál es avodá ba’lev el servicio del corazón? Es la oración.
Pero el corazón no es suficiente. Moisés encarga a Betsalel, a Aholiav y a los demás sabios de corazón la tarea de diseñar cada detalle del santuario porque poseen también (Éx. 36:1) sabiduría y entendimiento para saber cómo hacer, para llevar a cabo los trabajos de este servicio sagrado (avodat ha’kódesh). Betsalel y Aholiav reciben – si os paráis a pensarlo- instrucciones muy breves y concisas. Aunque los requisitos y las medidas se detallan para cada elemento a lo largo de la segunda mitad de la lectura de esta semana, siguen siendo únicamente los trazos gruesos, el boceto de lo que deben crear, quedando a los artistas un amplio abanico de posibilidades en las que explotar su creatividad, en las que reflejar lo que el corazón les inspira, para acometer la forma a la que el corazón les lleve. Con la oración ocurre de igual manera: entre líneas y entre palabras el corazón habla.
«רַבִּי אֱלִיעֶזֶר אוֹמֵר: הָעוֹשֶׂה תְּפִלָּתוֹ קְבַע, אֵין תְּפִלָּתוֹ תַּחֲנוּנִים.»
Rabí Eliézer dice: “El que hace de su oración algo fijo (keva), su oración no es una súplica.”
(Mishná, Brajot 4:4)
En el Talmud Yerushalmí, el Rabí Abahu, en nombre del Rabí Eliézer, nos explica la frase: no debemos recitar las oraciones como el que lee una carta. El Rabí Aja, en nombre de Rabí Yasa, dice que es necesario l’jadesh bah davar b’jol yom “añadir a ella palabras nuevas cada día”. Nos narra que el Rabí Elazar solía rezar t’filá jadashá una oración nueva b’jol yom todos los días y que Rabí Abahu pronunciaba b’rajá jadashá una bendición nueva cada día. Pues el corazón no nos pide siempre las mismas palabras ni los mismos textos, ni es interpelado de igual manera a medida que el universo se transforma a lo largo del día: víspera, mañana y mediodía. Incluso habrá horas, o días, en los que no quiera palabras prefiriendo elevar como plegaria un silencio.
Curiosamente nuestros sabios, de bendita memoria, exigen lo contrario para el estudio. Haz de tu Torá, de tu estudio, keva algo fijo (Mishná, Avot 1:15). A diferencia de la oración, el estudio debe afrontarse sin procrastinación (ídem. 2:4).
Podríamos decir, a partir de las fuentes explicadas, que estos son los tres ingredientes que debe reunir la oración para ser verdaderamente oración:
1)Kavaná, intención, sinceridad, honestidad (el Talmud Yerushalmí lo dice, t’filá ts’rijá kavaná “la oración necesita intención”), kol n’div lev, el corazón debe llevarnos a ella, y si estás angustiado, si sufres desasosiego, ¡no reces en absoluto! El judaísmo enseña que en tales situaciones está prohibido rezar.
2)Jojmá “sabiduría” (extraída de la tradición recibida y acumulada o masorá), pues aunque el artista puede ir en la dirección que el corazón le indica, ha recibido ciertas indicaciones, unas medidas y unos materiales, como Betsalel y Aholiav en la construcción del santuario y sus partes. Jojmat lev es la sabiduría del corazón pero, al fin y al cabo, es jojmá. Líneas como las de un levantamiento topográfico: matbe’a t’filá, la estructura o esqueleto de la liturgia judía.
3)Jidush, novedad. El libro de oraciones no sería lo que es sin las aportaciones nuevas que cada generación y cada comunidad añadieron a él.
Las palabras debes ponerlas sobre tu corazón y para ello deberás entenderlas. Si no, no es oración. No digas con tus labios, no pronuncies, las palabras que tu corazón no siente. Si no, no es oración. Las que crucen tus labios lo harán con profunda comprensión, intención, sinceridad y honestidad intelectual. Si no, no es oración. Y añade palabras tuyas, pensamientos tuyos, nuevos, para que entonces la oración sea plena; no una carga sino un encuentro, no una carta leída sino poesía ofrecida.
© Adi Cangado