PARASHAT «VA´ERÁ»

Parashat ha´Shavúa: «Va´erá», וָאֵרָא‬ , Aparecí,   Exodus 6:2–9:35. Haftará sfaradit: Ezequiel 28:25–29:21. Darshán: Adi Cangado.


“Allí donde no pude respirar”

Barbra Mendes

Muchos años antes de migrar Jacob y su familia a Egipto, a Abraham en sus meditaciones le fue revelado que sus descendientes sufrirían la esclavitud y la opresión en tierra ajena durante cuatrocientos años. Nuestros sabios, de bendita memoria, calculan estos años a partir del nacimiento de Isaac. Isaac tenía sesenta años cuando Jacob nació (Gén. 25:26) y éste ciento treinta cuando descendió a Egipto (Gén. 47:9).

Curiosamente cuando Jacob pide por primera vez a sus hijos que bajen a Egipto les dice: “Redú (רדו) Descended allí y comprad (comida)” (Gén. 42:2). El valor numérico de las letras de la palabra redú (רדו) es 210: los años que los hijos de Israel pasaron en Egipto.

Hace algunas semanas la Torá narraba cómo Jacob se despedía de sus hijos antes de morir y les daba su bendición. Habitaban ya el delta del Nilo. Pero José había prometido a su padre que no le enterraría en Egipto. Las palabras de Jacob fueron muy claras (Gén. 47:29):

אַל־נָ֥א תִקְבְּרֵ֖נִי בְּמִצְרָֽיִם

“Por favor, no me entierres en Egipto.”

Israel desea reunirse con su pueblo, descansar con sus padres, en la cueva que está en el campo de Efrón el hitita, la Majpelá, cerca de Mamré, en la tierra de Canaán, junto a Abraham y a Sara, a Isaac y a Rebeca, y a Lea. Hebreos y egipcios subirán a Canaán dando a Jacob el entierro de un rey, pero la Torá nos anticipa lo siguiente (Gén. 50:8):

רַ֗ק טַפָּם֙ וְצֹאנָ֣ם וּבְקָרָ֔ם עָֽזְב֖וּ בְּאֶ֥רֶץ גּֽשֶׁן

“Sólo a sus pequeños y a sus rebaños y ganado dejaron en la tierra de Goshen.”

El verbo az’vú se puede traducir como “dejaron” pero también “olvidaron”. ¿Asolaba todavía el hambre a la tierra de Canaán? ¿Por qué dejaron en Goshen a la siguiente generación y su medio de subsistencia? ¿Qué les ataba a Egipto? ¿Lealtad? ¿Agradecimiento? ¿Qué nos agarra del calcañar al lugar en el que estamos? ¿Aprendieron a aceptar su nueva residencia? Regresan a Egipto después de enterrar a su padre y le dicen al visir (Gén. 50:28):

הִנֶּ֥נּוּ לְךָ֖ לַֽעֲבָדִֽים

“He aquí (que) somos tus esclavos.”

 

Hinenu lejá la’avadim… y efectivamente avadim hayinu “esclavos fuimos” en la tierra de Egipto. Al final ocurrió con ellos de igual manera que con el resto de los egipcios quienes también dijeron v’hayinu avadim “seremos esclavos” para el Faraón (Gén. 47:25) porque sus propios cuerpos, su libertad, era cuanto les quedaba a cambio del alimento.

La semana pasada leíamos que finalmente, después de muchos años de sufrimiento, Dios escuchó el llanto de los israelitas en Egipto. ¿Por qué no antes ni después? El Dios Eterno le pide a Moisés que les diga (Éx. 6:6-7) que les liberará mi’tájat sivlot Mitsrayim “de las cargas de Egipto”, pero ellos no prestan atención mi’kótser rúaj u’me’avodá kashá “debido a la debilidad de su voluntad y la dureza de los trabajos” (Éx. 6:9), pues quienquiera que esté bajo estrés, su hálito y su respiración son breves y no puede respirar profundamente (Rashi). Están exhaustos y lo que es aún peor: han tirado la toalla, aceptan su situación.

En estos versículos (6:6-7) se dice mi’tájat sivlot Mitsrayim “de (bajo) las cargas de Egipto”. ¿Qué significa exactamente sivlot (סבלות)? El verbo lis’bol (לסבול) significa “sufrir”, “(so)portar una carga muy pesada”, pero también “tolerar”, y es más grave la aceptación del sufrimiento que el sufrimiento mismo: preferían la continuación de su miseria que el desafío de cambiar y la esperanza de mejorar su situación. Como esclavos no tenían que pensar ni arriesgar ni tener emociones honestas o verdaderas. No deciden. Cuando la Torá dice sivlot (סבלות) nos advierte contra la savlanut (סבלנות) “paciencia”. El Rabí Menájem Méndel de Kotzk decía que el primer paso hacia la libertad es la voluntad de rebelarse contra la esclavitud. ¡La voluntad! El deseo que ellos habían perdido ya. “Y Dios vio a los hijos de Israel y entendió Dios” (Éx. 2:25). Los miró, los observó, vio cómo habían aceptado y asumido su esclavitud en lo más profundo de sus corazones y de sus fuerzas, y supo, supo que era suficiente, que era el instante concreto en el que debían ser liberados, pues en el túnel de la tolerancia al dolor a veces se recorre esa distancia concreta desde la que ya no hay marcha atrás.

La carga, el peso, de Egipto en sus corazones era el peso de lo estrecho, de la aflicción, de la tristeza, pues Mitsrayim (מצרים) “Egipto” deriva de tsar (צר) “angosto”, al igual que tsará (צרה) “aflicción”, y metsar (מצר) “angustia”. La tierra de Egipto, érets Mitsrayim (ארץ מצרים), simboliza para el pueblo judío la tierra de las penas, érets metsarim (ארץ מצרים), el lugar, el tiempo y los problemas que no nos dejan respirar y que nos pesan como una carga, de las estrecheces que nos esclavizan.

Al ser humano le encanta acostumbrarse y echar raíces. Nos atamos al alcohol, el tabaco, las drogas; a bebidas con alto contenido en azúcar; a personas que nos hacen daño; a los lugares de los que salimos, en los que estamos, a los que deseamos llegar; a tiempos mejores sólo bocetados en el pensamiento y a tiempos pasados a los que sencillamente no regresaremos; a las pantallas de nuestros dispositivos móviles, tabletas, portátiles. Nos acomodamos a cuanto en realidad nos incomoda o no nos aporta (o añade significado al día a día), y nos da miedo el cambio. La libertad conlleva cierto desapego.

Para que el pueblo de Israel sea liberado de Egipto, su voluntad deberá cambiar: dar un salto. Deberán redescubrir su humanidad, recuperar el señorío de su voluntad y entonces rebelarse en su corazón del yugo de la servidumbre y de la paciencia. Pero en primer lugar deberán aprender esta sencilla sabiduría: detenerse y respirar profundamente.

Moshé Rabenu, James Tissot, 1896

Aprendamos a detenernos y respirar, a reclamar un tiempo y un lugar para pensar (¡”sólo pensar” es tan importante!), y así girar en la dirección que queremos llevar en la vida y ser valientes para convertir lo posible en realizado, arrancando del suelo las raíces que detienen nuestros pies y desgarrando las estrecheces que cosen nuestros párpados y nuestros labios. Abrir los ojos, sentir el sol en la cara, hundir los pies en la playa hasta que el agua nos alcance la rodilla y cruzar el mar que nos separa del mañana que deseamos habitar.

No somos nuestro dolor, nuestros sufrimientos ni somos nuestras circunstancias o capacidades, sino el fruto de qué hacemos con ellos, de cómo los enfrentamos en nuestro corazón y de cómo los saltamos cuando nos cortan el paso. Recordemos siempre que a ciertas cosas nunca, nunca

 

© Adi Cangado