LA TRADICIÓN MEDIEVAL DEL CUENTO SEFARDÍ

Lo mismo que la poesía árabe pasa al hebreo para que los mozárabes la lleven a la lírica galaico-portuguesa y , de ahí, a la  castellana, la traducción de obras medievales por hebreos crea la narrativa castellana y, por ende, pero oral, la sefardí.


Al principio fue la muerte:  la desaparición de una persona que era valiosa para la subsistencia de la comunidad generaba por un lado, la tristeza por la falta, pero por otro, la tristeza por la incertidumbre ante el futuro de una comunidad que ha perdido a su líder. Para exorcizar esa tristeza y propiciar la sustitución imperiosa de la ausencia se recordaban las hazañas, las cualidades y los aportes del desaparecido. ¿La razón, el motivo?  Presentar al finado  como «ejemplo» ante los miembros de la comunidad para que el nuevo líder tuviera un maestro y sacara adelante a la comunidad. Y entonces, de ese momento luctuoso de recuerdo y desesperación, de afecto e incertidumbre, nace la epopeya, el género literario que narra las historias de un héroe.

La epopeya, generalmente en verso, da en poesía la épica, el cantar de gesta y sus desgajamientos en el romancero y los cantares de ciego, que luego darán la literatura de cordel (vendida en plazas y mercados) ; pero , en la Baja Edad Media, esa poesía da lugar a los exempla, prosa moralizadora acogida con énfasis en el S XIII por maestros y clérigos como andamios de sus exposiciones orales. Su versión aristocrática era el specula principis . Calila y Dimna, el Sendebar, El Conde Lucanor, incluso luego el Decamerón de Bocaccio.

En la Península Ibérica uno de sus pioneros fue un judío llamado  Pedro Alfonso, autor de  Disciplina
clericalis, 

un testimonio perfecto de la encrucijada cultural en la que nace. Sus fuentes
van desde Esopo (V), y las famosas colecciones orientales, Barlaam (XXII),
Calila (XXIV) y Sendebar (XI, XIII), a la tradición folclórica hebrea (XVII),
junto con proverbios de ascendencia bíblica. Todo ello es un indicio del patrimonio
narrativo de un hebreo culto en la España del S XII, es decir, antes de que
las colecciones citadas fueran traducidas al castellano.

María Jesús Lacarra, Cuentos de la Edad Media, Madrid, Castalia, 1998.

 

Colecciones traducidas , S XIII: La Escuela de Traductores de Toledo bajo el amparo de ALfonso X El Sabio. Y tres direcciones muy claras: la fábula, el chiste o el exemplum. Reciclado todo luego en autores posteriores, muy ligados al judaísmo , como son Juan Ruiz, considerado converso, con el Libro del Buen Amor, y el infante Juan Manuel ,  «El Conde Lucanor». En el marco del IV Concilio de Letrán, ominoso para los judíos.

Con la expulsión, en su memoria colectiva -ese legado, intangible e intocable desde todos los puntos de vista, ese legado intelectual ajeno al turismo reductor de nuestros días – los judíos castellano-aragoneses llevan consigo a donde fueren todos los cuentos, llamados «konsejas» o «konsejicas» .

Michel Moljo, que lo vivió en su propia mente, cuenta que el sentido de las «konsejas»  iba mucho más allá del mero hecho de entretener a los niños (hay gente que relaciona cuento con somnífero infantil, no con literatura y mucho menos con intelecto) sino que, en ausencia de medios de comunicación tal y como los conocemos hoy, o ante la imposibilidad de asistir a eventos culturales de forma regular, las familias dedicaban su ocio al final del día reuniéndose a charlar y riéndose mientras se contaban historias que iban  pasando de generación a generación como un todo aglutinador y hasta educativo.

Quienes han estudiado estas «konsejas» (p, e, Paloma Días Mas , del centro superior de investigaciones científicas en España) o recopiladores como la ya desaparecida revista «Aki Yerushalayim» , ordenan este inmenso corpus textual en ciclos: el del rey Salomón, el del Profeta Eliahu, Djoha, etc. No son comunes las fábulas esópicas con animales, sin embargo. Pero los podemos encontrar de diferentes formas, como el que inserta Cervantes en El Quijote, La Gran Sultana, popular en contextos lingüísticos dispares como el alemán o el sefardí del Magreb.

No sólo en cervantes, ya en el Siglo de Oro, sino antes, en el Lazarillo de Tormes:

Djohá está en la ventana kon la mujer i afuera está pasando una levayá.
Al lado de la kasha está kaminando la mujer del muerto, vistida de preto, ke
está yorando i kitandose los ojos, i está diziendo: «El prove de mi marido! Se
está indo a un lugar onde no ay luz, no ay a komer… onde aze frío! Dinguno
no va tener kudiado d’él, kuando va tener ambre, kuando va tener frío i kuando
va estar al eskuro!».
Djohá, sintiendo estas palavras, se abolta a la mujer i le dize: «Presto! Serra
la puerta! Esta djente se sta dirijendo a muestra kaza, para deshaldo akí!»


Arriméme a la pared, por darles lugar, y, desque el cuerpo pasó, venían luego
a par del lecho una que debía ser mujer del difunto, cargada de luto, y con ella
otras muchas mujeres; la cual iba llorando a grandes voces y diciendo:
–Marido y señor mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a
la casa lóbrega y obscura, a la casa donde nunca comen ni beben!
Yo que aquello oí, juntóseme el cielo con la tierra y dije:
«Oh desdichado de mí! Para mi casa llevan este muerto»

 

Este cuento, recogido por Matilda Koen Sarano en sus libros de KOnsejas, es narración de Esther Levi, jerosolomitana de 192o, nacida en Yemin Moshé:

 

 Avía un hombre muy muy prove. Kada vez ke vinía a kaza era la mujer gritos…
piliar… «Addió! No stas lavorando! No stas ganando! No stas traendo
nada a kaza!… Kualo va ser?».
El ombre ya se va murir. Al kavo un día disho: «Yalla, Yo me v’a fuyir de
kaza? Me v’a matar… No kero mas saver!».
Al kamino se merkó medio kilo de ful. S’asintió en una muntanyika. Stava
yorando… yorando i kumiendo… yorando i kumiendo… Disho: «Skapó! Me
vo matar! No kero mas nada!».
En komiendo las avas, stava echando las kashkas abasho. Skapó de kumer,
i kuando ya se stava echando abasho para matarse, vino un ombre viejo, le
disho:
«addió! Mersí muncho por las kashkitas ke m’ichates! Na, kumí i me artí. No
tinía kualo kumer kuantos días!».
Vido el ombre i disho: «Ay, ay, ay! Mira, ay mas negro en la vida. Yo no me
vo matar»

 

Matilda Koen Sarano

La misma historia aparece en el Conde Lucanor, del Infante D. Juan Manuel: estamos hablando exactamente del exampla X, , titulado «De lo que contesçió a un omne que por pobreza et mengua de otra vianda comía atramuzes»

Pues bien, resulta  que la máxima es de Diógenes Laercio, historiador griego del S III, d.e.c., cuya idea es  repetida en un texto de S. Máximo, también conocido como Máximo de Constantinopla, erudito fallecido en el S VII d.e.c., que aparece en la obra de D. Juan Manuel porque la había leído …..en la Disciplina clericalis de Pedro Alfonso. (Hubo una vez un filólogo que decía que estudiar filología estaba cercano a la hidráulica con tanto vínculo como en el Teorema de Arquímedes)

Pese a que ambos procesos narrativos  pasan a la literatura, uno pasa a la literatura escrita , la española, y otro a la oral, la sefardí.

 

Pero como dice Matilda Koen Sarano,

estos cuentos fueron y vienen todavía contados años y años después en la
dulce lengua que nuestros padres conservaron con amor y fidelidad a través
de los siglos, a pesar de la vicisitudes que los llevaron fuera de su amada
«Sefarad»: el judeo-español […] De hecho estos cuentos nos atan directamente
a nuestros padres porque los recibimos de ellos en la manera más directa
posible, quiero decir cara a cara y oralmente. Esto hizo nacer en nosotros una
atadura que viene y queda más allá del tiempo, porque si bien ellos no están
ya más con nosotros continúan viviendo en nuestro recuerdo por medio de los
cuentos que nos narraban. Dos cosas fundamentales recibimos de ellos con
estos cuentos: a través de estos nuestros padres y nuestras madres (y frecuentemente
nuestros abuelos) nos educaron en las buenas maneras y las buenas
obras, dándonos ejemplos que van a quedar impresos en nosotros durante toda
la vida (porque un cuento es mucho más eficaz que cualquier prédica moral)
y nos enseñaron a reír