Tercer capítulo de la Hª de los Macabeos. El momento cumbre: la re-purificación del Templo de Jerusalén.
MATATÍAS dejó de ver la luz de sus días al segundo año de la rebelión. Pero antes de cerrar los ojos para siempre tuvo la gran idea de nombrar como su sucesor no a su primogénito sino a su tercer vástago, Yehudá, que ya desde la juventud había demostrado ser valiente, fuerte e inteligente. Con el cambio de líder cambió también la estrategia: los guerrilleros se convirtieron en guerreros y ya no se ocuparían de eventuales y repentinas escaramuzas y emboscadas, sino que tuvieron la brillante idea de estudiar las técnicas de su enemigo, tanto para imitarlas como para saber cuáles eran sus puntos débiles; y también, claro está, para poder prever los movimientos bélicos del enemigo antes de producirse. Los seléucidas habían apagado las velas de La Menorá del Templo, sí, mas no podían apagar las luces de las mentes de los judíos; ni mucho menos serían capaces de extinguir el fuego que ardía en sus corazones agraviados. Ha´Shem, itam: con ellos.
La primera de sus batallas fue el primero de sus triunfos. Antíoco IV ordenó al gobernador de Samaria, Apolonio, ir contra los rebeldes. Yehudá lo venció, lo mató y le arrebató su espada, que a partir de entonces sería el arma con la que lucharía de por vida. El general Serón quiso vengar a Apolonio, pero fue vencido en Beit Jorón, matando a unos ochocientos y haciendo huir a miles a la tierra de los filisteos. Antíoco hervía en ira y decidió reunir a todos y cada uno de los soldados de que disponía el Imperio Seléucida. Abrió su tesoro y dio de una sola vez la soldada que debería haberles pagado en todo un año. Antíoco IV estaba en la ruina, así que partió a Persia a recaudar impuestos de las satrapías. En Antioquía dejó como delegado y tutor de su hijo a Lisias. Este reunió a tres generales, Gorgias, Nicanor y Ptolomeo, para comandar a 40.000 hombres a pie y siete mil a caballo para arrasar Judea, entre sirios, idumeos y filisteos. Una exageración del libro de los Macabeos.
La batalla se libró junto a Emaús -cerca de Latrún, en el camino que asciende a Jerusalén. Gorgias estaba tan seguro del triunfo que llevó consigo a mercaderes fenicios para que vendieran como esclavos a los judíos conquistados. Yehudá y sus hombres se reunieron en Masfá, frente a Jerusalén, para tratar el grave asunto que les venía encima. Decidieron hacer allí una oración con todos los ornamentos sacerdotales, se oyó el sonido del shofar, rasgaron sus vestiduras y echaron ceniza sobre sus cabellos. Aquella noche cinco mil seléucidas se presentaron por sorpresa en el campamento judío de Emaús. Pero se lo encontró vacío, pues Yehudá había sido advertido de la operación y decidió que habiendo menguado en cinco mil efectivos la guarnición seléucida, sería más fácil atacarles en su propio campamento. Los que quedaron vivos salieron huyendo por la llanura. Ahora tendrían que enfrentarse a los cinco mil de Gorgias. Pero cuando vieron su campamento totalmente destruido por los judíos, tuvieron miedo y salieron huyendo. Lisias no daba crédito a las circunstancias: le quedaba cerrada la subida a Jerusalén.
Yehudá consiguió tomar Jerusalén, excepto la fortaleza de la Jakra, donde se refugiaron los soldados seléucidas y los judíos helenizados. Fue entonces cuando decidieron volver a purificar el Templo y celebrar su re-inauguración. Escogió a los sacerdotes más irreprochables para la ceremonia de purificación y después decidieron demoler el altar de los sacrificios. Las piedras las dejaron en un apartado hasta que surgiera un profeta que supiera qué hacer con ellas. Luego, con piedras sin labrar, como manda La Ley, construyeron un nuevo altar; construyeron nuevas puertas, pues habían sido quemadas, limpiaron los atrios de arbustos que habían ido creciendo y purificaron todo con incienso. Hicieron nuevos utensilios para los sacrificios. El día 25 del mes de kislev, al alba, hicieron el sacrificio de la mañana sobre el nuevo altar mientras los levitas cantaban salmos entre cítaras y címbalos. Todo el pueblo se postró en tierra. Las celebraciones duraron ocho días, y fue el mismo Yehudá, de acuerdo con sus hermanos, quien decidió que cada año, el 25 de kislev, se celebrarían ocho días de alborozo y regocijo por la dedicación del Templo. Pero el Libro de los Macabeos no dice nada del milagro del aceite. Tampoco la Tosafta. Ni el rezo de «Al Ha´Nisim», Por los milagros. Siquiera Flavio Josefo lo menciona.
Sí lo hace el Talmud de Babilonia. No es que no hubiera aceite de oliva en el Templo, sino que todas las tinajas que lo contenían habían sido impurificadas por los helenistas al romper sus precintos para ver qué contenían. Sin embargo, los macabeos encontraron una tinaja que aún estaba precintada con el sello del Sumo Sacerdote. Aunque sólo serviría para un día de iluminación la usaron, por ser la única que era kasher. Como sabemos, de forma milagrosa, la Menorá del Templo estuvo encendida ocho días. De ahí que Nuestros Sabios de Bendita Memoria decretaran la mitzvá de encender las velas de Januká durante ocho días, que eran los ocho días que Yehudá pidió celebrar con alegría.
Pero la guerra continuaba. Los gentiles de Galaad -al otro lado del Jordán- se unieron para acabar con los judíos. Lo mismo hicieron los de Tolemaida, Tiro, Sidón y La Galilea. Yehudá envió a Shimon a sofocar el tumulto galileo mientras que Jonathan y él mismo fueron a Galaad. Jerusalén quedó en manos de José, el hijo de Zacarías. Se les había dado no emprender acciones mientras los macabeos estuvieran fuera, pero no cumplieron la petición y cargaron contra Yavne, donde fueron derrotados por Gorgias. Mientras tanto, Yehudá triunfaba contra los idumeos -descendientes de Esaú- y tomó Jebrón, destruyó altares en Ashdod. Antíoco IV , vencido en Persia cuando intentó robar el tesoro de un templo, se retiró y recibió las noticias de los fracasos de Lisias. Entonces enfermó, reconoció que sus males provenían de haber saqueado el Templo de Jerusalén y murió poniendo como regente de su hijo a un amigo.
Yehudá Macabi fue entonces contra la guarnición seléucida en la Jakra, porque acosaba a los judíos de Jerusalén. Antíoco V, de nueve años de edad, y Lisias, el regente, buscaron vengarse en la batalla de Beit Zacarías. Los elefantes ese día desayunaron uvas y moras. Bajo uno de ellos murió Elezar. Tuvieron que retirarse. Luego, los helenistas subieron a cercar Beit Sur para acabar sitiando el Santuario. En esto, regresó de Persia Filipo, el amigo de Antíoco IV, que pidió hacer la paz con los judíos. Los judíos aceptaron la propuesta porque se les concedía la libertad religiosa.
Antíoco y Lisias fueron asesinados por orden de Demetrio, el hijo de Seleuko, que había sido llevado como rehén a Roma para liberar a Antíoco IV. Coronado Demetrio, su general Alcimo pretendía el sacerdocio en Jerusalén. Entonces Demetrio envió contra los macabeos a Báquides. Pero no fue suficiente y enviaron en su lugar a Nicanor. El día trece del mes de adar -por esto el día anterior a Purim es el día de Nicanor- los macabeos le derrotaron en Beit Jorón. Más tarde, Yehudá conoció lo que estaban haciendo los romanos en Sefarad y se decidió mandar unos embajadores a Roma para firmar un pacto de amistad y conseguir un aliado contra los helenistas.
El primer mes del año 152 a.e.c., Nicanor y Alcimo volvieron a acampar frente a Jerusalén. En aquella batalla, en que las tropas judías estaban ya muy mermadas tras tantos conflictos, pereció Yehudá. Fue enterrado en Modiím, en las tumbas de sus padres. Su hermano Jonathán pasa a sucederlo en el liderazo macabeo y a ocupar también el cargo de Sumo Sacerdote en Jerusalén.